domingo, 30 de julio de 2017


JORGE CUESTA




Paraíso encontrado



Piedad no pide si la muerte habita
y en las tinieblas insensibles yace
la inteligencia lívida, que nace
sólo en la carne estéril y marchita.

En el otro orbe en que el placer gravita,
dicha tenga la vida y que la enlace,
y de ella enamorada que rehace
el sueño en que la muerte azul medita.

Sólo la sombra sueña, y su desierto,
que los hielos recubren y protejan,
es el edén que acoge al cuerpo muerto

después de que las águilas lo dejan.
Que ambos tienen la vida sustentada,
el ser, en gozo, y el placer, en nada.


LUIS BACIGALUPO





Sensación de mundo



En la sensación de este mundo, está el mundo.
En el dolor de las piedras, la humanidad.

No puedo existir hoy sino en la presunción
de una tristeza unánime.
Y multiplicarme
en la mentira que encierra toda verdad.

Bajo el sol se disuelve el amor y sus vínculos
se afianzan bajo la lluvia.

Es movido por el viento, el viento.
Y el fuego vive en el fuego y recibe su calor.

Nada en verdad es cierto
cuando hablamos en nombre de la verdad.

Hoy las raíces del jazmín han muerto
pero sus dos únicas flores permanecen intactas.
Esa hoja, ese brote aspiran y no aspiran a vivir
a no morir.

Porque nada de lo que ha de ser importa
ni nada importa lo que es.
Lo que ha sido no es más que aquello
que no ha de venir.
Es consolador saberlo
mientras el fuego viva en el fuego
de este instante.

Inédito



ENRIQUE CASARAVILLA LEMOS





Tarde



Vamos. Vamos. Sufrimos del destierro del mundo,
del ocaso del mundo cerca ya.

Vamos, vamos, amor...

Tenemos los jardines ahí no más
aún.

Se siente la brisa de lujuria apagada
y lejana del mar...

Lejos, de la mirada de Venus el color
azul vago se apaga.

Ya sin pulso, la voz
de las Gracias se empaña.




SERGIO EDUARDO CRUZ FLORES

  


Principio



Escucho la música de Berlioz como un vidrio roto
en que ningún hálito de sonido
trasciende
las partículas ínfimas
de despertar.

Escucho la música de Berlioz como un gusano
que rodea la sagrada piel frágil, tersa
de una manzana verde
y, tomando fuerza,
la penetra.

Escucho la música de Berlioz como un sitio
de taxis a la una de la mañana
hacia el cual camino
un poco ebrio, lentamente,
pensando navegar
de mi boca al sueño
y fugarme hacia la nada que regresa.



LUIS ROSALES




 El hilván



 Nadie puede saber cuándo comienza a avergonzarse,
y sería conveniente mirar a las estrellas
que se van encendiendo contagiadas de silenciosidad,
para aprender,
al menos,
que la palabra más hermosa de nuestra lengua es la palabra
titilación.
Nadie puede saber cuándo comienza a ser injusto,
pero ya lo está siendo cuando adelanta su voluntar, aunque
tan sólo sea un milímetro, a su pensamiento,
y se aísla de sí mismo
titilando.
¿No has observado que en algunos momentos
—de cuyo número no quisiera acordarme—
la palabra nos suele convertir en un espantapájaros?
y alguien te hace mover los brazos contra tu voluntad,
hasta que llega ese momento en que precisas ser injusto,
en que precisas ser injusto para acabar con todo como se
chasca una nuez en la puerta.
Y no deja de ser curioso que esto pueda ocurrir cuando está
el pan sobre el mantel,
y entonces hablas deshauciándote,
hablas sin responder a ninguna necesidad,
clavando un alfiler en la retina de la persona que más
quieres,
para decir,
si acaso,
una verdad intransitiva que no le sirve a nadie para nada.
Todos debiéramos callar,
todos vivimos del silencio de alguien,
y, sin embargo,
en alguna ocasión,
uando tienes aún el sabor de sus besos en la boca,
te repentizas con la amada como si la quisieras transferir,
ya que la cólera te aísla,
y sientes tus palabras como una amputación,
y prefieres hablar a ponerte una venda,
pues lo propio del hombre es titilar en la noche del mundo.
Sabes que sólo grita quien se siente depuesto y sumariado,
pues el grito obedece a un temor y es un modo en
enfrentarse al vacío;
así pues,
muchas veces,
cuando tienes aún una lágrima suya sobre el labio,
te irritas con la amada extremaunciándola;
y el disgusto puede sobrevenir en un momento de cansancio
último,
puede ser decisivo,
y, sin embargo, lo provocas cortándote los pies
y se hace el daño ajeno a costa propia.

Quizá basta el cansancio para odiarse a sí mismo,
para llegar a ser un hombre previo,
un odio que habla a ciegas
cuando le da la gana o la desgana;
pero tiene que hablar
únicamente
porque al hacerlo vive la más inútil intensidad que se puede
vivir.
Y todo queda entonces en el vano ademán de alzar los
brazos como un espantapájaros,
ya que nadie puede saber,
amiga mía,
cuándo comienza a avergonzarle lo que dice,
como a veces al tirar de un hilván se nos deshace el traje;
pero se tira del hilván,
se intercambian andrajos y palabras,
se hace sufrir inútilmente
tal vez porque sabemos que la presencia de la vida en la
tierra quizá no es más que una titilación.


22 de agosto de 1977



De “Diario de una resurrección”


RAFAEL CANSINOS ASSENS




He



     También a ti la vida te ha cogido entre sus fuertes brazos, y entre sus fuertes brazos
te ha estrujado.
     También a ti la vida te ha seducido con sus grandes senos, y sobre sus grandes senos
te ha doblado tu cuello y ha hecho desflorarse tus labios.
     También a ti la vida, ¡oh corazón!, como a cualquier otro, te ha puesto sobre su falda
y te ha reblandecido con sus besos y te ha dislocado en el torno de sus caderas.


De "El candelabro de los siete brazos"