viernes, 15 de febrero de 2019


ANA MINGA





8



Algo se hunde
se rompe
su cabeza ya no avanza.

Nadie lo conoce
su dolor alcoholizado busca una ventana
pero en su casa solo hay espejos
que hablan de su regreso.

Gira como Lucifer en el silencio
y otra vez se pregunta:
¿Qué se hace con el niño que nace soñando
con la muerte?


De: “Pájaros huérfanos”.


JORGE DÁVILA VÁZQUEZ





4



Me miro
pienso en las largas
noches del insomnio
los túneles de la pesadilla
el dolor taladrando
el cuerpo
el alma
los sentidos
todo.

Soy la res
abierta en canal
que empezó a pintar en claroscuro
el viejo Rembrandt
y acabó de hacerlo
siglos después
Soutine.

Y con esa imagen
desgarrada
duermo
despierto
alucino
soy.

Heme aquí
ante el dolor
que azota
crucifica
corona de mínimas
espinas de sudor.

Cristo,
perdón por los
paralelismos, perdón
pero esta cama
es semejante
a una cruz
y estoy,
Señor, aquí
crucificado.


De: “Cuaderno del convaleciente, en Río de la memoria”


PERE GIMFERRER

  


En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas...



En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas, las carreteras
          brillando hacia el océano,
la viajera de los guantes rosa, oh mi desfallecido corazón, clavel
          en la solapa del smoking,
muerto bajo el aullido de la noche insaciable, los lotos en la niebla,
          el erizo de mar al fondo del armario,
el viento que recorre los pasillos y no se cansa de pronunciar
          tu nombre.

Ella venía por la acera, desde el destello azul de Central Park.
¡Cómo me dolía el pecho sólo con verla pasar!
Sonrisa de azucena, o jos de garza, mi amor,
entre el humo del snack te veía pasar yo.
¡Oh música, oh juventud, oh bullicioso champán!
(Y tu cuerpo como un blanco ramillete de azahar...)

Los jardines del barrio residencial, rodeados de verjas,
           silenciosos, dorados, esperan.
Con el viento que agita los visillos viene un suspiro de
           sirenas nevadas.

Todas las noches, en el snack,
mis ojos febrües la vieron pasar.
Todo el inviemo que pasé en New York
mis ojos la buscaban entre nieve y neón.

Las oficinas de los aeropuertos, con sus luces de clínica.
El paraíso, los labios pintados, las uñas pintadas, la sonrisa,
           las rubias platino, los escotes, el mar verde y oscuro.
Una espada en la helada tiniebla, un jazmín detenido
           en el tiempo.
Así llega, como un áncora descendiendo entre luminosos
           arrecifes,
la muerte.

Se empañaban los cristales con el frío de New York.
¡Patinando en Central Park sería un cisne mi amor!

Los asesinos llevan zapatos de charol. Fuman rubio, sonríen.
             Disparan.
La orquesta tiene un saxo, un batería, un pianista. Los cantantes.
             Hay un número de strip-tease y un prestidigitador.
Aquella noche llovía al salir. El cielo era de cobre y luz
             magnética.


JULIA PRILUTZKY





No amarse ahora, pero haber amado...



No amarse ahora, pero haber amado.
Y encontrarse otra vez... Recuerdo grave
como el de alguna flor de aroma suave
que se mustia en un libro ya olvidado.

Va surgiendo el recuerdo desvelado:
una palabra, un gesto... Es una clave
que nadie descifró, que nadie sabe;
recinto nuestro, cántico inviolado.

Estamos en silencio, frente a frente.
Y sin verte, yo sé que me has mirado
con no sé qué recuerdo transparente

en los ojos lejanos... No has cambiado.
Y es dulce estarse así, indolentemente,
pero no amarse ya. Haberse amado.


EVARISTO CARRIEGO




El camino de nuestra casa...



Nos eres familiar como una cosa
que fuera nuestra, solamente nuestra;
familiar en las calles, en los árboles
que bordean ]a acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oír nuestra vecina,
la de los ojos tristes...

                             Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso,
¡caminito de nuestra casa! ¡Vieras
con qué cariño te queremos!
                             ¡Todo
lo que nos haces recordar!

                            Tus piedras
parece que guardasen en secreto
el rumor de los pasos familiares
que se apagaron hace tiempo... Aquellos
que ya no escucharemos a la hora
habitual del regreso.
                             Caminito
de nuestra casa, eres
como un rostro querido
que hubiéramos besado muchas veces:
¡tanto te conocemos!

Todas las tardes, por la misma calle,
miramos con mirar sereno,
la misma escena alegre o melancólica,
la misma gente... Y siempre la muchacha
modesta y pensativa que hemos visto
envejecer sin novio... resignada!
De cuando en cuando, caras nuevas,
desconocidas, serias o sonrientes,
que nos miran pasar desde la puerta.
Y aquellas otras que desaparecen
poco a poco, en silencio,
las que se van del barrio o de la vida
sin despedirse.

                               ¡Oh, los vecinos
que no nos darán más los buenos días!
Pensar que alguna vez nosotros
también por nuestro lado nos iremos,
quién sabe dónde, silenciosamente
como se fueron ellos...


OCTAVIO PAZ





La Poesía 2



Inmóvil en la luz, pero danzante,
tu movimiento a la quietud que cría
en la cima del vértigo se alía
deteniendo, no al vuelo, sí al instante.

Luz que no se derrama, ya diamante,
fija en la rotación del mediodía,
sol que no se consume ni se enfría
de cenizas y llama equidistante.

Tu salto es un segundo congelado
que ni apresura el tiempo ni lo mata:
preso en su movimiento ensimismado

tu cuerpo de sí mismo se desata
y cae y se dispersa tu blancura
y vuelves a ser agua y tierra obscura.

Del verdecido júbilo del cielo
luces recobras que la luna pierde
porque la luz de sí misma recuerde
relámpagos y otoños en tu pelo.

El viento bebe viento en su revuelo,
mueve las hojas y su lluvia verde
moja tus hombros, tus espaldas muerde
y te denuda y quema y vuelve yelo.

Dos barcos de velamen desplegado
tus dos pechos. Tu espalda es un torrente.
Tu vientre es un jardín petrificado.

Es otoño en tu nuca: sol y bruma.
Bajo del verde cielo adolescente
tu cuerpo da su enamorada suma.