"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 18 de abril de 2020
LÍBER FALCO
En la noche
Esta
noche me estiran las calles.
Con
amor de hermanas
algo
llevan de mí,
que
es de ellas. Mis hermanas.
Y
en el hilo de oro
de
una estrella –fina escala–
de
mí dispara y sube,
cautiva
de este tiempo,
una
antigua ilusión que ya olvidaba.
Desde
allá abajo, sube
el
canto de los gallos
y
un aire recién amanecido va esponjando a la tierra,
y
me anuda en dulzura los recuerdos.
¡Ah!
el canto de los gallos
donde
la noche prolonga su agonía...
Se
orquestan en mi pecho
todos
esos cantos.
Y
son ahora
frente
al día
un
clamor de adioses
al
ensueño.
IVÁN CARVAJAL
Variación sobre Hansel y Gretel
Mordisqueando
el escapulario desciende
parca
de palabras
por
la escala
rasgada
hasta las uñas por la luz del mediodía
viene
hasta mí
p
u n t u a l
estoy
siempre al acecho
soñándola
distinta
aceitunada
en
explosiones verdes
(y
mi hermana
en
Sus descuidos
rondará
alargando sus dedos dentro de los agujeros
de
la pared)
Ella
se
llega aletargada
con
el lenguaje necio de la espera
(y
mi hermana en retraso)
con
el lenguaje despoblado de lo que no puede evitarse
(perpetuamente)
y
nuevamente vieja la veo venir indistinguible
en
la excesiva claridad
adivino:
su
cuello ocre
sus
pechos de orín
hollín
al vientre
sexo
oxidado
(ya
nada hay que pueda adelgazar mi meñique hasta
aquel
punto)
habituado
como me encuentro
a
verla acercarse por el puente
apoyándose
en su herrumbroso cayado
mordisqueando
el escapulario desciende
parca
de palabras
SHINKICHI TAKAHASHI
Abrojo
Brotaba una flor de abrojo
en el arenal de México.
La flor de abrojo se levantaba en un vaso
en medio del inmenso desierto de la luna.
Florecía el abrojo
encima del cerro escabroso del corazón de una mujer.
El mar, bullicioso, se manchaba con el abrojo.
El tallo del abrojo encerraba al cielo.
El abrojo púrpura
florecía en silencio
al costado de la mujer.
Era el cadáver de un hombre.
Al pie de un cactus con flores amarillas
arrancándose plumas, una paloma se acurrucaba.
Un perro lloraba como tragando el aire radiante
Brotaba una flor de abrojo
en el arenal de México.
La flor de abrojo se levantaba en un vaso
en medio del inmenso desierto de la luna.
Florecía el abrojo
encima del cerro escabroso del corazón de una mujer.
El mar, bullicioso, se manchaba con el abrojo.
El tallo del abrojo encerraba al cielo.
El abrojo púrpura
florecía en silencio
al costado de la mujer.
Era el cadáver de un hombre.
Al pie de un cactus con flores amarillas
arrancándose plumas, una paloma se acurrucaba.
Un perro lloraba como tragando el aire radiante
GISÈLE PRASSINOS
El hombre de la tristeza
Se
diría que Pedro se come a sí mismo poco a poco.
Se
diría que se gasta por dentro y que pronto va a disolverse bruscamente, en una
última convulsión.
Su
piel parece muy frágil, y como el único asiento de su vida.
Porque
en su interior hay tan sólo noche y aridez.
Su
sangre, su corazón, su dignidad, están en esa piel que se esfuerza por
conservar intactos los rasgos de Pedro.
Pedro
sólo existe en sus rasgos más sombríos y ahuecados, con una nuca saliente que
lo traiciona.
Toda
la tristeza de Pedro está inscrita en su nuca. Una nuca nacida para la
tristeza.
Antes,
Pedro tenía cuello, pero no tenía nuca.
Mezclado
con la multitud, no se lo ve; pero si se vuelve, su presencia estalla. El
hombre de la tristeza ha llegado. Humilde y fatigada, la nuca se pasea. Ella,
la indecente, revela, explica todo lo que el rostro ha logrado ocultar.
Ése
es el pobre Pedro.
Version de Aldo Pelligrini
CARL SANDBURG
Hombros albos
Tus
hombros albos
los recuerdo
y te encogías de risa.
los recuerdo
y te encogías de risa.
Risa rara
que te arrasaba sola
desde tus hombros albos.
que te arrasaba sola
desde tus hombros albos.
De: "Puñados"
Versión de Miguel
Martínez-Lage
TUDOR ARGHEZI
Juan
En
el sótano de los muertos, Juan estaba hermoso,
tendido
desnudo sobre la piedra, con frágil sonrisa.
Tres
noches le han roído los ratones
y
su boca chorrea una baba translúcida, como resina.
Cuando
el sepulturero le carga en el hombro,
Juan
parece tallado en piedra.
Si
le colocara, podría quedarse en pie;
pero
sus brazos cuelgan muy blandos.
En
sus ojos abiertos, una luz
—la
de la aldea en que nació,
la
del campo en que pastaban sus cabritos—
brilla
como una gema ignota.
Lejos
de su casa, apresado por los boyardos,
lejos
del dolor de su madre,
hasta
los piojos se han muerto en bandadas
sobre
su cuerpo manchado y peludo.
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