Juan
En
el sótano de los muertos, Juan estaba hermoso,
tendido
desnudo sobre la piedra, con frágil sonrisa.
Tres
noches le han roído los ratones
y
su boca chorrea una baba translúcida, como resina.
Cuando
el sepulturero le carga en el hombro,
Juan
parece tallado en piedra.
Si
le colocara, podría quedarse en pie;
pero
sus brazos cuelgan muy blandos.
En
sus ojos abiertos, una luz
—la
de la aldea en que nació,
la
del campo en que pastaban sus cabritos—
brilla
como una gema ignota.
Lejos
de su casa, apresado por los boyardos,
lejos
del dolor de su madre,
hasta
los piojos se han muerto en bandadas
sobre
su cuerpo manchado y peludo.
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