sábado, 16 de enero de 2021


 

RUTH TOLEDANO

 



Qué se hará entonces del espacio…

 

 

Qué se hará entonces del espacio
trazado en el silencio. Qué
si el estruendo final de los aviones
abre grietas en el asfalto altísimo,
qué si la hélice levanta
un caos de sal para apretar los párpados.

 

EMILIO CARRERE

 

 

 

Aquelarre

 

 

Hay unos seres increíbles
que vagan en la noche honda;
cuerpos indefinibles,
carátulas horribles
que en torno nuestro andan de ronda.
Son los elementales
artificiales,
hijos de las malas pasiones,
pensamientos impuros
y deseos oscuros
que nos envuelven en turbiones.
Todo lo que pensamos
adquiere forma en el astral,
el traslúcido mundo adonde vamos
tras las larvas del mal.
Los que atizan ansiosos
los carbones del fuego
sexual; los que disponen, tenebrosos,
la ley fatal de las mesas de juego.
Los que acechan a las mujeres
adúlteras y tejen la asechanza
y vierten sangre de venganza
en el lecho de los placeres.
Los que inspiran en el nocturno
de sábado la idea sanguinaria
al dipsómano taciturno
que asesina a la golfa solitaria.
Musa de los asesinatos
sin causa y de las turbias tentaciones;
seres como esfumados garabatos
y rostros hechos con chafarrinones,
que alienta en el seno
febril de la angustiante pesadilla
con su faz amarilla,
el ojo turbio y continente obsceno.
Los trasgos del dinero,
Ministriles del Diablo,
que es el siniestro titiritero
que maneja los hilos del moderno retablo.
Sombra de sombras lo que se aburuja
y su capuz refleja en un espejo,
espíritu de bruja
que hace un escobón su caballejo,
y todas las cosas feas
y las turbias ideas
emanaciones de Satán.
Cuando en el solitario
campanario
las doce dan:
¡din, don! ¡din, dan!
Cruzan de ronda
y al aquelarre van.

 

 

 

EUGENIO PADORNO

 

 

Palabras para la arqueología

 


En los hornos del mar (tienes los ojos de hebreo)
las movedizas copas reverberan al fondo

 

en el camino de gravas

 

las gaviotas descienden sobre monstruos dormidos
montan los areneros las cabinas jergan
bebidas refrescantes

 

dioses perros bañistas

 

petrificados en la intersección única de los días
idos y por venir
arañan la fosca realidad
el hermetismo dórico del domingo
ejercitan el tacto avaricioso sobre cuerdas
de música

 

danzan vomitan eyaculan
a orillas del acuario
entre los dos extremos de la inmovilidad sujetas

 

juventud y vejez sin erosión

 

la imagen de la vida y la muerte
en otros silos cinerarios.

DIANE ACKERMAN

 

 

 

Venus

 

 

Bajo llave y perpetuo,
un silbido giratorio
de rayas blancas
a su alrededor; tafetán
una toca como el manto de una monja;
Una voluptuosa fulana con una boa rosa;
Momia con negros
sedimentos disecados en su interior; estrella avispa
para los galileos Mayas;
Un paciente ambulatorio
Envuelto en gasa postoperatoria;
Cleopatra en agosto-
Su carne ondulada
en un espejismo de calor
a años luz
de Alejandría;
Pulpa blanca pegajosa
con forma de espiga
a través del vientre de una larva;
La perfecta cortesana:
servicial, insensible,
plegada con enigmas,

 

Venus silenciosamente muta
En su torre de marfil.

 

En lo profundo de este
libidinoso albedo
hay temperaturas tan altas
que hierve el plomo,
presiones
90 veces más rigurosas
que las de la Tierra.
Y a pesar de las capas de nubes
y de los estratos de calina
parecen respirar
como fuelles gigantes,
que exhalan y suspiran
cada 4 días,
el capullo venusiano
no es una alegre crisálida
que cría una libélula
o que infunde vida
a una retraída larva
sino una jadeante atmósfera
de cuarenta millas de grosor
de ácido sulfúrico, clorhídrico
y fluorhídrico
transpirando todo
como un terrario global,
letal, ácido, absorto en sí mismo.
Ningún musgo esfagno
Ni helecho polipodio por aquí
Donde los vapores candentes
Y la bilis rosada
recuerdan el incendio
con el que comenzó el Universo.

VLADIMIR MAÏACOVSKI

 


 

Verlaine y Cezánne



Yo choco, a cada rato,
con el borde de la mesa o del estante,
midiendo con mis pasos, todos los días,
los cuatro metros de mi cuarto.
Me resulta estrecho todo esto del hotel Istria,
en este rincón, de la calle Campagne-Premiere.
Me oprime, la vida de París.
Eso de echar la angustia, por los bulevares,
no es para nosotros.
A la derecha, tengo el Boulevard Montparnesse,
a la izquierda, el Boulevard Raspall.
Camino y camino sin mezquinar las suelas,
camino de día y de noche,
como un poeta standard,
hasta que ante mis ojos,
se alzan los fantasmas.(...)

 

Versión de Victoriano Imbert

MIHAÏ BENIUC

 

  

 

Un hombre espera el alba



Libreta militar, diploma de doctor 
y algunos líricos tormentos. 
Sobre la colina, 
tranquilo, 
el molino de viento. 
El espejo del lago 
se ensombrece en la tarde. 
En una casa abandonada 
llama el mochuelo. 
Están lejos las estrellas. 
Frescor. 
¡Qué gran dicha es a esta hora 
reunirse con los suyos 
a la mesa 
bajo la luz del quinqué! 
A un extraño que pasa ladra un perro. 
Solo. 
Incluso los caminos llevan a las tinieblas. 
Silencio. 
Con diamantes -las estrellas- rasgan 
el vidrio azul de la noche. 
y el campo está desierto. 
Un muro inacabado. 
El barbecho, perfume de cicuta. 
Aquí el maestro albañil 
no enterró un alma en los cimientos. 
Y mañana
saldrán al sol los lagartos 
sobre las piedras calientes. 
¡Mañana! 
¡El sol! 
Aquí hay un hogar de fuego. 
Bajo cenizas, la brasa. 
Viejos ramajes 
avivan la llama. 
El pasado es un tronco abatido de árbol 
donde está sentado un hombre 
con el rostro iluminado 
por la llama. 
Con el rostro iluminado, 
un hombre 
espera el alba.

 

1955

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León