lunes, 20 de julio de 2015

CLAUDIO GUERRERO


 

Cada mañana me invento un mismo rostro



El tiempo apremia.

Algo hay que hacer con todo esto,
este circuito de sarcófagos infames
esta petrificada cama vacía
que bebe de mi sangre
y arruga la mirada.

No hay posibilidad de levantarse,
la angustia aletea entre mis sábanas
revolotea con su viento negro.

Cada mañana me invento un mismo rostro.

 

ELISA RIVARA


 

Correr



Comencé a cuidar un par de gusanitos de seda
bajo la almohada
para mirarlos comerse
las mejores prendas de mi ropa

Incluso el peor vestido
les sirvió de excusa para quedarse

Ya eran más de cien

Sentí que debía correr
pero no

En poco tiempo vivía conmigo casi medio millón
ahora sí ya estaba lista para huir
miré a mi alrededor y lo supe
no podía dar un solo paso
sin pisar a algún gusano
coqueteándose a sí mismo
en el espejo.

 

CÉSAR SIMÓN




Suburbio


El alma es una pared
de invierno.

Los vagos pensamientos, sombras
de ropa, que zarandea el viento.

Un consumirse frío, el sol
adentro.



De "Erosión"
 

 

 

JUAN CARLOS ABRIL


 

Flor pensativa
                                                  A Stéphanie Ameri


Entonces entender es la fractura,
otra omisión
que no se justifica.
                                            Vas surgiendo
desvaída en el punto en que se rompe
aquel olor de hojas que la brisa
como una nueva explicación del mundo
distrae, alegremente.
                                             Estás sentada.
Tan despeinada y pálida después
del esfuerzo infeliz y del trabajo.

No hay repetición.
                                            Son nombres
que ofreces al azar y, sin embargo,
impensables sin esa compasión
que crece derramada por tu boca,
ese licor de la imprudencia.
                                                         Ahora
descansas. Estás sola.

Y es un filo brillante
que a todo da sentido, siempre ahí
desde lo más oscuro, sin ser dicho.


De "El laberinto azul"


 

 

CLARIBEL ALEGRÍA


 

Ausencia

 

Hola
dije mirando tu retrato
y se pasmó el saludo
entre mis labios.
Otra vez la punzada,
el saber que es inútil;
el calcinado clima
de tu ausencia.

 

OLIVERIO GIRONDO


 

Calle de las sierpes

                                           A D. Ramón Gómez de la Serna


Una corriente de brazos y de espaldas
nos encauza
y nos hace desembocar
bajo los abanicos,
las pipas,
los anteojos enormes
colgados en medio de la calle;
únicos testimonios de una raza
desaparecida de gigantes.

Sentados al borde de las sillas,
cual si fueran a dar un brinco
y ponerse a bailar,
los parroquianos de los cafés
aplauden la actividad del camarero,
mientras los limpiabotas les lustran los zapatos
hasta que pueda leerse
el anuncio de la corrida del domingo.

Con sus caras de mascarón de proa,
el habano hace las veces de bauprés,
los hacendados penetran
en los despachos de bebidas,
a muletear los argumentos
como si entraran a matar;
y acodados en los mostradores,
que simulan barreras,
brindan a la concurrencia
el miura disecado
que asoma la cabeza en la pared.

Ceñidos en sus capas, como toreros,
los curas entran en las peluquerías
a afeitarse en cuatrocientos espejos a la vez
y cuando salen a la calle
ya tienen una barba de tres días.

En los invernáculos
edificados por los círculos,
la pereza se da como en ninguna parte
y los socios la ingieren
con churros o con horchata,
para encallar en los sillones
sus abulias y sus laxitudes de fantoches.

Cada doscientos cuarenta y siete hombres,
trescientos doce curas
y doscientos noventa y tres soldados,
pasa una mujer.
A medida que nos aproximamos
las piedras se van dando mejor.