jueves, 16 de junio de 2016


MIGUEL GONZÁLEZ GERTH




Leerencia

                                                                          A Octavio Paz

                                        Porque la suerte es una suerte de
                                          desguince, el cortaplumas viene
                                          a ser la propia voluntad.
                                                                             Anónimo




         Considero conveniente estipular desde el
      principio
—¿de qué principio y desde cuándo, qué es eso de
      principio?—,
desde el inicio de este infinitésimo momento,
que tengo la firme convicción del poderío latente del
      lenguaje
y, al mismo tiempo, de su patente desarraigo o, mejor
      dicho,
su desasosiego, su inquieta desazón consigo mismo.
¿O será al revés acaso? ¿Será el revés de lo que
      acabo de escribir
tan decididamente? Digamos ya, lector,
      conjuntamente
que patente o sea evidente es el poder vital de aquel
      lenguaje
en tanto que latente o sea inmanente es su continua
      antigüedad.
Arenas movedizas son palabras que describen el
      idioma
del que forman parte —loco sinécdoque en su
      locomoción semántica—,
idioma en el que trato de decir lo que ahora mismo
      digo
incierta y tan calladamente, sin sonido audible,
      acaso sin sonido,
posiblemente aligerado por la seguridad de ser aún
      oído y escuchado,
entendido incluso en su eventual y nunca contextual
      sentido,
hermano de su propia significación que así transmuta
      lo inefable,
no obstante lo específico —y nunca/siempre lo
      específico—
que viene a ser lo entonces —¿cuándo entonces?—
      compartido.

         Pero si el cambio ya iterado está jamás
      pudiendo ser
como un desfile —que no se para por no ser
      comparable,
que no tiene parada, que ni siquiera ostenta
      paridad—,
como un desfile que se mira mientras pasa,
      entonces/luego:
no tiene ni siquiera movimiento, pero su flujo, su
      fluir,
que más se desarrolla en lo invisible,
si acaso se compone de lo que no se puede asir
con manos maniatadas, con formas escultóricas de
      pensamiento
—o sea manumentales— pues su gobernabilidad
      no existe,
siendo ilusorio su gobierno, gramatical dominio
      iluso,
súbditos cuyo carácter pertenece a la reiterativa
      iteración
de estados de ánimo, de humor y de color de una
      experiencia
que vuelve a ser sencillamente indescriptible.

         Y mientras que me empeño en escribir
—que de por sí termina siendo la supuesta
      descripción
de un transcurrir o glosa/palimpsesto que se
      desmorona—,
lo que se escribe ya se va desescribiendo
hasta dejar las páginas de nuevo en blanco,
de ese blanco que tanto horrorizaba al mago
      Mallarmé,
como un legado inmerecido,
como si yo las fuera re-escribiendo con jugo de
      limón
antes de que se arrime una pequeña llama al dorso
      del papel
que produjera el pasmo en un pequeño, fascinado
por el misterio de su revelación.

         Lo que yo escribo va desescribiéndose
como si se lavara en la cisterna de la inopia,
como si se perdiera en agua clara a la vez que turbia,
agua del mar de las palabras mismas,
palabras como peces que han tenido su patrón de
      vida
pero que ya lo van abandonando por un esquema
      nuevo
de índole suicida, logrando así una fisura anárquica...

         Lo que yo escribo deja de ser texto,
volviéndose jirón, hilacha, harapo, desgarradura,
      garra,
tela de juicio ya nunca jamás,
aunque parezca ser lo que ya no es,
aunque semeje estar hilado y aun tejido
ya fuera por la fuerza de la voluntad
que es sólo apenas un reflejo, quizás el recuerdo, sí,
de un eco oído en la posteridad del ya no-tiempo
o del destiempo incongruente, por otra fuerza de
      la también
costumbre, la cual parece no cambiar mas siempre
      cambia,
no apareciendo en el desfile inmóvil de la
      expectativa.

         Lo que yo digo sin dictarlo
o sea que no lo digo para ser por otro escrito
—sino lo que yo simplemente escribo—
y sin dictaminarlo
o sea que no lo digo para ser por otro obedecido
—sino lo que yo por mi cuenta escribo—
es nada más querer captar palabras
que al fin de cuentas no se captan
sino que casi con seguridad se decapitan:
lo que yo digo al escribir
lo voy urdiendo
al mismo tiempo que va ardiendo
hasta quedar sólo ceniza.

        Lo que yo escribo ya se va borrando,
va desapareciendo
en las finuras de un desierto insomne,
desdibujándose de modo paulatino
como una voz que adentro va apagándose
o como un sol que ni siquiera quema,
un sol que no calienta ya porque sus rayos
carecen de capacidad de enfoque,
porque su plomo se ha tornado oblicuo,
porque sus nubes se han trocado en sombras.



DIONICIO MORALES




Retrato a lápiz



No recuerdes
el médano demolerá tu corazón
en un recipiente negro y fétido
mientras el mar desquicia
tus ojos trasnochados
                                 de vida.
Deja que en tu memoria seca y
                                        extraviada
ardan implacables los fantasmas
que aparecen
                     y desaparecen
en el ciego recinto
                            que te aguarda.

La pequeña herida de alfiler
horada el entresijo
                            de un mar antiguo
y deposita su grano de sal insobornable
al escribirse otra historia
que también
                   es la tuya.
El aire aprisionado mutila
un enardecido color y al más mínimo soplo
oscurece y ahoga
el pedazo de vida
                          que te queda.

La luz carcomida por los siglos
se adelgaza al traspasar
la noche soñolienta
—negro espejo de Dios
                                   omnipresente.

Invéntale un nombre a tus sueños
sonoro    evocador    memorioso
y dócil    sustraído al dolor
te pertenecerá
                     —no por fidelidad
sino por desconocimiento
                                     de otros cuerpos.

Ignora la rama quebradiza
que se solaza y padece bajo tus pies
y muere y desaparece
sin un rastro un signo
una huella delirante
que renueve tu paso
                              por la tierra.

Asesina la palabra que pugna por nacer
enróllale el cordón umbilical
                                            en el cuello
y el último espasmo silabar
será el testigo fiel
de una vida más profunda
                                       y larga. 


De: Retrato a lápiz


FRANCISCO CERVANTES



  
Ni orgulloso ni humilde



Dame, Señor, piedad para mí mismo
Y que mi obra te responda.
No espero comprensión de nadie
Pues la máquina humana es limitada
Y no hay otra cosa
Que ajena consistencia de aquello que desprecio
Y de igual manera me desprecia.
Al nombrarte, Señor, me nombro a mí.
No creas que no me entiendo,
Pero antes de regresar a las tinieblas
Es posible que tú quieras que te exprese al expresarme.
Si así fuera, Señor, lo estoy haciendo.


De: El canto del abismo


RAÚL RENAN



  
Catulinarias



XXXIV



Con la tibieza de tu clámide
alfombras oficioso
el paso de la corte.
Pero eres afortunado, Laméculo,
no tendrás que guardar tanto sigilo
para cuando llegue la muerte:
tu alma basta.


De: Catulinarias y sáficas




FÁTIMA VÉLEZ




Mapaches



un abrigo caliente
si es posible peludo
para anidar el
festivo de otoño
el hueco
en la rutina
a veces
en el abrigo
a veces
en el codo
ese a veces
arbitrario
pacta
con la ciudad
arbitraria
dejo que tomen
lo que quieran
con tal de darme un techo
escurro
sólo quedan dos gotas que no son iguales, porque las gotas nunca son iguales, y aparece una niña antigua que dice en inglés cojo y con acento, My finger is my finger and my finger is my shape, y luego dice Cuidado, que también la ciudad da mujeres que olvidan tener cuerpos y brazos y manos
hueca
te olvidas
que prometiste no
hablar de ti
en segunda persona
y en qué lengua hablar
a la altura de la 77
bajo la estatua de Cristóbal Colón
el día de Cristóbal Colón
13 de octubre de 1614
-13 de octubre de 2014
                             -400
ya decía que soy de menos
otras épocas
descubro
como
alguien
antes descubrió
tierra nueva
que la felicidad
tiene piel de mapache


De: Anacronía



ALÍ CALDERÓN



  
Desde la siniestra imparcialidad con que estoy mirándola...
Ramón López Velarde
  


AMANECÍ LOPEZVELARDEANO
enamorado incontinente de mis primas
maculando en cada singular atisbo
el honor de todas las Fuensantas     mis cercanas
transeúntes niñas inocentes
y mujer cualquiera que delata     invariable
a cada paso
iris pupila y globos oculares de fálica falicidad rampante.
Amanecí lopezvelardeano
con la faz de mis mujeres   sus facciones
tatuadas al genital en dulcedumbre.
Lopezvelardeano
atilaico mánchur en praderas
de leves y tempranas flores
velardeano
Florismarte de todas las Hircanias
urbi et orbi
con un cierto sutil sabor a sexo
que acompaña mis lances
mis victorias y blande
asimismo
algunos de mis más catastróficos versículos