jueves, 17 de julio de 2025


 

HIRONDINA JOSHUA

 


 

un día los muertos hablarán con los vivos por la fuerza de los espejos traspasados.
los vivos inventarán cómo hablar con los muertos
a través de la muerte.

los muertos piensan:
— dicen que los párpados tienen al margen la locura
piensan en las paredes enumeradas
piensan en el movimiento insano de las voces, saben sobre las voces.
ellos rebuscan los obsoletos dialectos para hacer el día.
o una claridad: o un día con claridad.
o claridad y día. signos, oficios para la materia prima de la respiración.

  

los animales aluden al cuerpo de las mujeres cuando tocan en los zapatos

Versión de Roberto Amézquita

 

JAVIER VICEDO ALÓS

 

 

Aceptación

 


Paredes blancas de mis días, sonidos domésticos, golpes ansiosos de la sangre, manos rígidas. La vida dicta su nómina de durezas. Por qué no creer que así es hermosa, por qué pensar que la dureza no es un rasgo dichoso. Así ha de ser la vida: penetrante, firme, dura, para saber yo todo el placer de su tensa carne.

 

 

ROBERTO ARIZMENDI

 


 

Nuevos colores

Para Waldo Leyva

 

 

 

Estamos de verdad y pareciera

que el mundo que construimos no es el mismo

al que en sueños cambiamos el abismo

por un cielo infinito que nos diera

 

un horizonte abierto, un algoritmo

un niño que sin límites corriera

del odio que ha marcado nuestra era

para explicarnos su mordaz cinismo.

 

Reconstruiremos con afán la infancia

a medida del sueño que perdimos

para inventarle al mundo otra fragancia,

 

y descubrir que en la amistad forjamos

grato sabor del vino que se escancia;

gozo de construir el mundo que soñamos.

 

De: “El tiempo consentido”

 

 

FEDERICO DÍAZ-GRANADOS

 

  

El corazón

 

Homenaje a Marguerite Yourcenar

 

El corazón es algo sucio

extraviado en salas de cirugía

y mostradores de carnicería

donde lo empacan en papel de contabilidad.

Sus cortes profundos revelan cicatrices de otro tiempo.

¿Qué extraño amor provocó esas heridas?

 

Es bajo y sucio

se le achaca una religión que agoniza

tan cantado y recitado en estos tiempos

pobre músculo de fácil fatiga,

arbitrario y siempre de prisa

 

Es cierto que el amor es un hospital de urgencias,

Sirenas, una mujer llorando en sus ventanas,

y algodones con alcohol helándose en sus patios.

Es cierto que el amor es una blanca casa

y ni siquiera el cuerpo sabe de él, ni de sus caídas.

 

Se esculca en el corazón de una mujer

como quien busca en la mesa de noche

algún botón o un jarabe para la tos

 

y llueve en él

y grandes charcas hacen de sus calles

un barrizal de desencuentros.

 

Prefiero tus ojos.

 

BEATRIZ RUSSO

 

  

 

Tan poco esfuerzo

 


Tan poco esfuerzo en dormir sabiendo que tras la noche siempre acude puntual

     la mañana incuestionable.

Tan poco esfuerzo en esperar las estaciones, que siempre serán cuatro aunque se asocien.

Tan poco esfuerzo en prescindir de tus amigos, que ya cuelgan de sus esposas, como llaves

     que giran en un único sentido.

Tan poco esfuerzo en aceptarlo todo y no pensar en si acaso giráramos la mano hacia el otro lado,

abriríamos la puerta de salida.

  

De: “En la salud y en la enfermedad”

 

 

CARLOS MARZAL

 


 

La edad del paraíso

A César Simón

 


Supongamos que exista -argumentaste- 
ese lugar que el hombre ha ambicionado, 
desde que al primer hombre le ofendió 
la luz, que se perdía; el tiempo, que no vuelve; 
la belleza, que exalta, pero que no apacigua; 
o la felicidad, que, aunque la merezcamos, 
parece inmerecida; ese lugar que es suma 
de todas nuestras cuentas pendientes con la vida, 
ese lugar en donde 
los días no nos dejan su rencorosa huella, 
y todo allí es ameno, y se escucha la música, 
y no hay cuerpos enfermos, ni hay tentación 
ni hay fieras. 
Supongamos. 

Vayamos más allá. 

Imaginemos 
-y es mucho imaginar- 
que se te concediera la ocasión 
de acceder a ese llámalo Cielo, 
o Arcadia, o Nolugar, 
o Tapiado Jardín, o Paraíso, 
y que fueses capaz de permitirte 
-y que te permitieran- 
escoger tú la edad con que vivir, 
o, más exactamente, perdurar, 
en esa paz ajena al rapto de esta vida. 
Supónlo. 
Imagínatelo, 
y dime ¿con cuál de las edades 
de toda nuestra edad desearías 
habitar para siempre el Paraíso? 
¿Querrías regresar a la inocencia 
tenaz y sostenida de la infancia, 
en donde fuimos dioses y demonios 
al tiempo y sin saberlo? 
¿O volver a arriesgar en la estación violenta 
llamada juventud, que nos abrasa 
sólo con pronunciarla? 

¿No te hechiza, 
acaso, el equilibrio de la mediana edad, 
cuando lo que ya sabes, 
cuando lo que te queda por conocer aún, 
ni te arrebata el sueño ni te aflige? 
¿O por qué no escoger la carta venerable 
de una vejez ya de vuelta de todo: 
la madurez ingrata, 
la juventud candente, la infancia sin memoria? 

Me dejó sin aliento la pregunta, 
y no por lo intrincado de su formulación, 
tampoco por su tema, aventurado, abstruso, 
sino por el momento en que la realizaron: 
estábamos bebiendo, y la noche fluía, 
por entre la terraza de aquel bar, 
igual que un río en paz con su conciencia. 

(La buena educación no nos pemlite 
colocar a la gente en aprietos nocturnos, 
sugerirle que ordene la vida, el universo, 
en una improvisada charla de café.) 
Salí del paso con un par de bromas 
y el fluir de la noche prosiguió hacia su nada. 
Sin embargo, hoy regreso 
hasta aquella reunión y sus preguntas, 
no sé si por un caprichoso azar de la memoria, 
o si porque contraje esta pequeña deuda, 
para conmigo mismo. 
Supongamos. 

¿Qué es ese Nolugar, 
ese Jardín, qué es ese Paraíso? 
Parece en los relatos 
un limbo insoportable de fantasmas, 
un lugar en el cual no existe la inquietud, 
porque no existe nada de lo cual inquietarse. 
Y, dime, en ese caso, 
¿a qué viene desear otra infancia, 
una sabia vejez? 

La juventud candente, 
dime, ¿a quién le importa? 
Ahora bien, si ese Cielo, 
fuese un trasunto nuevo de esta vida, 
una nueva ocasión donde enmendar 
nuestro propio fracaso, en el fracaso 
total de la existencia; otro momento, 
para poder decir lo nunca dicho, 
otra noche en su cama hasta matarnos, 
otro viaje, otro trago y otro precio, 
ya veis, a fin de cuentas, otra vida 
sin fin y sin castigos; en ese caso, pues, 
poco me importa volver para ser niño 
otras mil veces más, o regresar 
como cualquier anciano, como un joven sin tregua, 
porque regresaría incluso como un perro 
tirado en la basura. 

Pero de lo contrario no contéis conmigo, 
pasad la página, apagad la luz, 
conceded mi rincón a quien quiera ocuparlo, 
y a mí perdedme luego, 
en ese otro lugar en donde nada existe 
y que es más viejo aún que el Paraíso.