viernes, 27 de diciembre de 2019


ROBERT FROST





El peligro de la esperanza



Es justo allí
a mitad de camino entre
el huerto desnudo
y el huerto verde,
cuando las ramas están a punto
de estallar en flor,
en rosa y blanco,
que tememos lo peor.

Pues no hay región
que a cualquier precio
no elija ese tiempo
para una noche de escarcha.


Versión de Carlos López Narváez


VICENTE NÚÑEZ





El silencio y la palabra



Cuando hablamos de analfabetos no indagamos de
      qué alfabetos están llenos.
¿Notáis lo oscuro del lenguaje?
Los dialectos no tienen dialéctica, sometidos como están
       al imperio de los idiomas.
Desde Platón a Rousseau, las utopías se han venido
       escribiendo con lenguajes tópicos.
El lenguaje cateto es presexual y nunca superior al
       alarido último.
El tabú no es una coactividad, sino una huida petrificada.
¿Cómo habrá que vivir para hablar así?
Las palabras no engarzan reflexiones, pero las reflexiones
       si engarzan palabras. Eso es lo importante.


De: "Sofisma":


LINA ZERÓN




  
El patio trasero 

Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos
Porfirio Díaz



Nunca lo supe, pero ahora dicen que nací en un patio trasero,
más viejo, más antiguo que los árboles más altos del norte,
con más historia que la siniestra casa blanca de enfrente.
Aquí la hierba se cultiva con indigno y contento desorden,
para que allá la consuman y disimulen sus conciencias,
mientras sus hijos empuñan armas en los colegios
y sus padres empuñan armas en los mercados,
mientras las madres pintan de sal las bolsas negras
y el amo de casa practica golf cada mañana.
Vivimos en el patio trasero más grande del mundo
pero no conocemos el miedo del ántrax
ni el detector de metales para niños
ni el miedo silenciado con drogas militares
ni arco iris de alarmas sonando en la noche.
En nuestro patio trasero crece el maíz sin pesticidas,
los huevos son de gallo y de gallina,
las vacas engordan con forraje y no con las hormonas.
Poseemos flores, remedios, recursos naturales
y un sin fin de tradicionales comidas:
mole, arepas, asados, moros con cristianos, cara pulcra,
postres de frutas frescas y frutas cubiertas de azúcar.

Y uno que otro Mac Donalds.
Hay rosas, claveles, azucenas, y para los novios: azares.
Y en años pasados, la bella amapola que ahora es prohibida
porque el amo del norte la usa para hacer drogas finas.
Tenemos ríos, lagos, mares de verdes y azules tonalidades,
Volcanes, bahías, cascadas, desiertos.
Oro, plata, cobre, petróleo,
 la mano creadora del artesano y brillantes cerebros.
Aquí no se fabrican poblados enteros con jardines artificiales,
habitados por rostros de plástico con dinero de plástico
que piden para llevar su comida de plástico en dogui bags.
Pobres vecinos del norte que dependen para vivir de los recursos
    de este hermoso, vasto y altivo patio trasero.


De: “Ciudades donde te nombro”



JUAN JOSÉ ARREOLA




  
De un viajero



En el vientre de la ballena, Jonás encuentra a un desconocido y le pregunta: —Perdone usted, ¿por dónde está la salida?

—Eso depende… ¿A dónde va usted?

Jonás volvió a dudar entre las dos ciudades y no supo qué responder.

—Mucho me temo que ha tomado usted la ballena equivocada… Y sonriendo con dulzura, el desconocido se disipó blandamente hacia el abismo intestinal.

Vomitado poco después como un proyectil desde la costa, Jonás fue a estrellarse directamente contra los muros de Nínive. Pudo ser identificado porque entre sus papeles profetices llevaba un pasaporte en regla para dirigirse a Tartessos.


De: “Variaciones sintácticas” en “Palíndroma”


JACK KEROUAC






Solo, en viejos
ropajes, saboreando el vino
bajo la luna


De: “American Haiku”

SAUL IBARGOYEN





La cantina en septiembre



Es el padre
que vuelve otra vez
por los largos meses
de este cerrado día de septiembre:
porque en su corazón
se ríen las estatuas
y en sus vísceras rotas
lo que tiembla es el fuego.
El padre llega a la cantina
en este martes o viernes
y a la hora más impar de la tarde:
nadie puede saludarlo
y él recoge
el vaso de opacados cristales
que otra boca
—tal vez la suya— ensució.
Hay un liviano sedimento
de salivosos aguardientes
y mezcladas figuras
en el fondo aún sin medida
del trago inicial.
Los zapatos del padre
están manchados de pétalos caducos
de tallos ensombrecidos
de ceniza liberada
por el último aire invernal.
Y vuelve también a hablar
de sus asuntos preferidos
—esos temas que forman
la trabajosa red del aliento cotidiano—
y nadie lo ve
ni le contesta
nadie oye sus relatos
de sables y lanzas y fusiles oxidándose
en las sosegadas colinas
de gritos luminosos soltándose
en los estadios repletos y triunfales.
Y también cuenta
de otros años distintos
con la casona de maderas y tejas desclavadas
el crecido naranjal
y los perros sucesivos
de ladridos y pelos desiguales
para un solo nombre:
“Ven acá Chaplín”
“Chaplín cuida a los niños”
“Mira un gitano mugroso Chaplín:
que no pase del portón
que nunca entre”
“Qué has comido Chaplín
qué ves cuando nos ves
mientras vidrio molido o veneno verde
despaciosamente desfibran
tus hocicos y tus panzas?”
Nadie escucha al padre
nadie sabrá de la enorme corvina
asada al carbón o a la leña
gustada y bebida
con claras uvas de Italia.
Y nadie percibe
el esplendente color de la sombra
del Graff Zeppelin
—aquel gordo cigarro
de aluminio encendido
sobre el mapa humoso del Sol—
y tampoco nadie se entera
de la mancha susurrante
y sin límite ni anchura
de aceitosas langostas azules y negras
—“Mordieron cada árbol
cada plaza cada hierba
y la ciudad fue salvada
por estas manos que levantaron
todos los incendios”.
El padre se aferra
al frágil licor de un vaso nuevo:
su propia voz
le castiga la boca.
Y bebe la sequedad del mar
en la orilla de vidrios
tan usados.
Y dispone la gorra agrisada
sobre el cráneo sin peine
y sin cepillo.
El padre se va:
nadie puede tampoco despedirlo.
Mientras la cara se le vuela
por los fríos oxígenos
de este clausurado
minuto de septiembre
un hombre que dice
estar siempre borracho
contempla vagamente las mesas desnudas
y los sitios neblinosos y vacíos.