martes, 11 de mayo de 2021


 

CLEMENTINA SUÁREZ

 


 

Lamentos en el espacio

 

 

Afuera ruge el viento. Tu cabeza está
en mis piernas.
La noche se entretiene en ronda de fantasmas.
Aguas desbarrancadas cortan narcisos y nieblas,
para adornar la tumba de tanto pájaro muerto.

 

Tú peinas y despeinas mi cabello
mientras el mar arrastra sangre y lodo.

 

La sombra parece que esculpiera cadáveres.
¿Quién llora y se desespera en el aire?
Amor. Tú estás dormido
—sin darte prisa por salir de la noche—
mientras yo atajo lamentos
de madres y de niños.

 

CLAUDIA MEYER

 


 

Era una boca



Era una boca en su primer cruzada,
rojo miedo que trepidaba en la vena,
rauda vida que ignoró que no existe el olvido.
Era un ojo pardo, incrédulo, perdido en una noche de espuma.
Un sueño a paisajes poblado de negros cabellos.
Pálpito que medita sobre su herida frente al espejo.
Era frágil, era humano.

 

LILIAM JIMÉNEZ

  

 

El vientre de mi madre

 

 

I

 

Mi madre, joven mujer de húmedo frescor,
sencilla obrera que no entendía el fondo de la Historia,
ni de dónde viene el golpe del verdugo,
ni por qué las manos de las masas
levantan el fusil en el momento crítico.
Ella no sabía
que por la garganta del poeta puede hablar la muchedumbre,
que el mar palpita igual que el corazón del hombre,
que la pasión puede ser una bandera herida
y que los pueblos corren como un río hacia el mañana.
Mi madre rezaba cada día para lavar su tristeza,
para obtener el pan temporal de su miseria
y ganarse el cielo, dócilmente.

 

 

II

 

Ella trabajaba
hasta que el sol se escondía en la penumbra,
cuando sus dedos laboriosos, hinchados de coser
dejaban el dolor en los vestidos
y sus ojos casi inmóviles, tristes, ya no veían el color
ni la luz de la lámpara encendida,
hasta que sus pies cansados sentían el peso de la sangre.
Ella, que no tenía tiempo para el gozo,
no sabía tampoco
que cuando llega el amor el cuerpo canta
y la boca se llena de maravillosas mieles.

 

 

III

 

Un día de ésos
que clavados quedan por siempre en la memoria
mi madre conoció a un militar de peso marcial
que mostraba un blasón soberbio
y una guerrera de verdoso mar
donde tres estrellas de plata brillaban como nunca.
Tras aquel hombre
se fueron el alma y los ojos gastados de mi madre
con su mirada horizontal y extraña.
Se dio cuenta al instante
que también en la tierra existe un hondo cielo.

 

 

IV

 

Mi padre, un jugador de estrellas,
de dulzura salvaje,
emporio de la gracia y la alegría, sagitario,
era veloz en el deseo y en las alas.
El amor de los dos echó a rodar sus mil cabezas,
sus colores nuevos y sus serpientes líquidas.
Supo entonces mi madre que un lecho quieto
no sirve más que para encerrar la muerte,
que es necesario prender el alma por las noches
para poder iluminar los labios con el rojo.

 

 

V

 

Pero una tarde en que la lluvia
caía levantisca sobre el polvo,
conturbada mi madre
con la tristeza que le salía de los ojos
sintió moverse su vientre de sonaja.
Era para mi madre aquel pálido vientre
un mortuorio túmulo.
Queriéndolo ocultar se lo ceñía con una faja gris
que inventaba la muerte.
Y aquel vientre, presionado, que ansiaba erguirse
para imitar las torres,
guardaba, débil, en el fondo el fruto de un pasado gozo.

 

 

VI

 

Era yo para mi pobre madre la sombra de su ruina,
el germen concebido en una unión ilegítima
de un amor no nupcial que agitó su sosiego.
Yo no debía nacer. Ni alzar mi voz en años jóvenes
ni acampar en la vida para llenar mi corazón de mundo.
Mi religiosa abuela
y el medio aciago de envilecidos lagos
a mi madre la hacían temblar
como la tempestad hace mover los buques.
Y esta pobre mujer de suaves tréboles
anhelaba mi muerte
antes que el escándalo pintara
las graves acuarelas de su drama.

 

 

VII

 

Yo debía morir
a la hora en que la noche se viste
con funeral ropaje de inconfundible seda
y los pliegues sutiles de su sombra
van creando los fantasmas.
Yo debía morir
a la hora en que sacude el viento
su cabellera gris en las ventanas
y la brisa está dormida en los jardines.
Yo debía morir
a la misma hora en que llora el silencio,
al borde del abismo que la nostalgia tiene.

 

 

VIII

 

Pero yo sin saber cómo ubicarme
en el oscuro vientre de mi madre
me aferraba a la vida.
Pequeñita, con el corazón apretado,
entre tanto desamor de aquellas noches absolutas
yo me alumbraba con el primer quinqué de mi tristeza.
Era aquel vientre un paraíso de ceniza,
un aposento de agua con verticales puertas
donde estaba callada y a soledad sujeta.
Veía crecer ante mis párpados cerrados
las velas de mi sangre,
mi invisible conciencia
y la silueta delgada de mi cuerpo.
Veía cómo los sueños y los ríos se juntaban
y cómo en la sombra
se hace también visible la cuestión humana.

 

 

IX

 

Un día trece de diciembre
cuando el dolor se confundía entre las sábanas
el vientre de mi madre abrió su boca,
su débil túnel de cristal oscuro,
y de estos labios tibios, sin voz, surgió la queja.
Cayó una niña en el discreto lecho en su desnudez primera.
No fue varón para obtener un éxito.
Mi madre no quiso ver mis ojos,
mis pozos redondos llenos de agua.

 

 

X

 

De pronto, me encontré sola, inocente,
sin que ninguno me adorara o me quisiera dar un beso
en los suaves litorales de mi carne.
Temblé por vez primera en brazos fríos.
Tuve la sensación de que el silencio
puede ser bueno para las cosas grandes,
de que la vida es lucha y sudor vertidos en el camino
para encender el fuego.
Afirmé mi propio yo sin olvidar un átomo
y lo esculpí en el río auditivo de mi sangre.
Se incendió la luz en mis pupilas
y el mundo empezó a caminar sobre mis hombros.

 

 

XI

 

El mundo abrió sus puertas,
su estela perfumada de amapolas,
su fantástico engaño y su campo de batalla.
El mundo abrió sus cauces, sus móviles placeres,
sus fértiles aceites y sus profusas lámparas.
El mundo abrió sus ojos felices donde la vida miramos,
su quietud pensativa, su vasta llanura
y su materia viva que siempre regresa.

 

 

GUSTAVO CAMPOS

 

 


 

Retrato de quien espera un pájaro 

Seguid vuestro camino
como yo sigo el mío.
Jacques Prévert

 

 

Nunca me conmovió el dolor de un desconocido.
Egoístamente
hice mis retratos de hombre atribulado;
había algo bello en desanimarme,
en ignorar,
pero ¿qué es el bien?
¿cuál el egoísmo?
Nunca me conmovió el dolor de un desconocido.
Vi sueños borrándose en las calles, como pavimento
cubierto
de tendidos cuerpos fríos y
destruidas cajas.
Caminé sin inmutarme, borracho,
pensando en mis fracasos,
esperando que uno de ellos reclamara mis entrañas,
mi sangre,
y se fuera sonriendo, amargo, como yo,
a esperar un pájaro, una llaga,
un llanto.

 

CARLO ANTONIO CASTRO

 

 

 

Vuelo de los Nahuales  

Para Claudia Lars y Aurora Reyes,
en prenda de admiración y afecto.

 

 

I

 

Tiempo de la derrota cotidiana,
el sol, agónico, vencido,
esconde grave cuatrocientos fuegos:
Cede la llama, fugaz sabiduría,
al agua oscura de la Luna Madre;
no se advierte si duerme moribundo,
o si nuevas vigilias imagina;
si es el inefable resurrecto
—buboso original—
o astro sucesivo;
una sola, fatal criatura sabia
apenas lo diría: la de senos
reptantes, la de lengua
gemela, la de tétricos
ojos que ve sin la mirada,
que adivina rumores
y no escucha;
la que atiende los partos de la hierba
y atesora
los años en el fondo
del cuerpo:
la serpiente.

 

Lapso de sueño y fe,
solar reposo de los ojos negros,
dominio de la Madre
de animales y hombres,
dueña del cielo,
de la tierra,
del polvo,
aire.

Duerme su muerte el sol en el abismo.

 

 

II

 

El mono es la figura caprichosa
—ni hombre ni animal—
de un antiguo fracaso de los dioses;
vástago de árbol, ríe, contorsiona
siluetas sin descanso,
aprisiona los gestos de los otros,
salta, sube y baja, ríe
nuevamente, discute, despotrica,
se prenda de la fruta
o de la estrella;
cavila, ríe
otra vez de buena gana,
entrelaza su rabo con la cola
fraternal, receptiva
de otro mono, mona,
o con la rama;
expresa sus humores
más íntimos, difiere
de todo cuanto ríen
o promulgan
sus hermanos mayores,
menores, o extraños;
ríe, ríe, sin humor,
una caricatura
de la risa
vegetal.
Es él quien prefigura
la alegría sin suerte.
Imita cuatro movimientos cuatro.

 

 

III

 

Cambia el testigo…
Veamos si en el agua
de lluvia,
o en la poza,
o en el ojo
que mana
logramos, ahogando
las voces,
su rostro adivinar.

 

Cielo animado,
severo,
nocturno
rival del sol,
sombra estrellada,
garras, colmillos; legendaria visión
de muerte intensa, suerte de brujo,
códice de sangre, señor rojo, voz
de una lengua inexplorada, sacerdote
de rito antiguo, perfil de dioses indios,
filósofo del ara, muerte
que vive es el jaguar; bajo la luna,
el follaje, el sereno, se desplaza;
piensa, busca, sacrifica,
huye del alba, se oculta tras la Madre;
nunca ríe, sus ojos el divino
desprecio reflejan. Enemigo
de burlas y gracejos,
el jaguar es árbitro, juez
nocturno.

 

 

IV

 

Los viejos hombres heredaron
los temores lunares, las pieles
de veinte jaguares veinte
y crearon un cielo;
después sus voces alumbraron versos
y sus miembros rasgaron una danza,
y tomaron la arcilla de sus cuerpos
para hacer oraciones
y lanzarlas, fugaces,
más allá de la noche.

 

He aquí que, varones,
venidos de mujer,
olvidadizos,
recreados creadores,
temieron y adoraron al jaguar
de los cielos vivientes,
sin dejar de reírse del mono,
festejar sus piruetas,
dedicarle los trozos de su barro
y su tiempo
sangre.

 

 

V

 

Mono y jaguar
—nahuales—,
risa y voraz sentencia:
el indio en mil silencios trenza el día,
abre la noche;
siembra su carne cotidianamente.
Mientras duerme se ausenta en pos de su alma.
En las ondas del sueño
encuentra hondas
venturas; las raíces
del hombre desentierra:
Aquí el mono,
allá el jaguar… (Los demás
animales expresan
una suerte o la otra).

 

Y en el cielo del indio
—hecho de la vigilia
original—
alienta el brujo
jaguar; el búho canta
en su techo nocturno; ríe el mono
en el árbol estéril.

Duerme su vida el sol en el abismo.

 

NELSON LÓPEZ

 

 

 

Llueve sobre mojado

 


En la cuna del recuerdo
Brillan los paraguas
Se cantan las milongas
Saltan las cachaças
Vibra la chicha
Vos no lo sabrás nunca
Pero la distancia derrama los recuerdos
Aquí o allá
Los amarra
Los adormece
Los amamanta
Los arrastra como gato panza arriba
Los atraganta en mi garganta
Y mi silencio grita que no
Tal vez provoque risa
Quizás provoque llanto
Tal vez mi desgracia
Ahuyente mi quebranto
Venzo a mi rival yo
Opaco la esperanza aquella
Duermo a la cría interior
Para que tome la siesta que merece
Sin despertar jamás