domingo, 6 de septiembre de 2015

ALFONSO REYES OCHOA



  
Ausencias



De los amigos que yo más quería
Y en breve trecho me han abandonado,
Se deslizan las sombras a mi lado,
Escaso alivio a mi melancolía.

Se confunden sus voces con la mía
Y me veo suspenso y desvelado
En el empeño de cruzar el vado
Que me separa de su compañía.

Cedo a la invitación embriagadora,
Y discurro que el tiempo se convierte
Y acendra un infinito cada hora.
Y desbordo los límites, de suerte
Que mi sentir la inmensidad explora
Y me familiarizo con la muerte.



SALVADOR NOVO








Al poema confío la pena de perderte.
He de lavar mis ojos de los azules tuyos,
Faros que prolongaron mi naufragio.
He de coger mi vida deshecha entre tus manos,
Leve jirón de niebla
Que el viento entre sus alas efímeras dispersa.
Vuelva la noche a mí, muda y eterna,
Del diálogo privada de soñarte,
Indiferente a un día
Que ha de hallarnos ajenos y distantes.




JAIME SABINES GUTIÉRREZ








Espero curarme de ti en unos días.
Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible.
Siguiendo las prescripciones de la moral en turno.
Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana?
No es mucho, ni es poco, es bastante.
En una semana se puede reunir todas las palabras de amor
Que se han pronunciado sobre la tierra y
Se les puede prender fuego.
Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado.
Y también el silencio. Porque las mejores palabras de amor
Están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral
Y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero
Cuando digo: "qué calor hace", "dame agua",
"¿Sabes manejar?", "se hizo de noche"
Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías,
Te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que decía "te quiero").

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo.
Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras:
Guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura.
No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana
Para entender las cosas. Porque esto es muy parecido
A estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.


JAIME TORRES BODET

  





Para escapar de ti
No bastan ya peldaños,
Túneles, aviones,
Teléfonos o barcos.
Todo lo que se va
Con el hombre que escapa:
El silencio, la voz,
Los trenes y los años,
No sirve para huir
De este recinto exacto
—Sin horas ni reloj,
Sin ventanas ni cuadros—
Que a todas partes va
Conmigo cuando viajo.

Para escapar de ti
Necesito un cansancio
Nacido de ti misma:
Una duda, un rencor,
La vergüenza de un llanto;
El miedo que me dio
—Por ejemplo— poner
Sobre tu frágil nombre
La forma impropia y dura
Y brusca de mis labios...

El odio que sentí
Nacer al mismo tiempo
En ti que nuestro amor,
Me hará salir de tu alma
Más pronto que la luz,
Más deprisa que el sueño,
Con mayor precisión
Que el ascensor más raudo:
El odio que el amor
Esconde entre las manos.



JORGE CUESTA PORTE-PETIT







Capto la seña de una mano, y veo
Que hay una libertad en mi deseo;
Ni dura ni reposa;
Las nubes de su objeto el tiempo altera
Como el agua la espuma prisionera
De la masa ondulosa.

Suspensa en el azul la seña, esclava
De la más leve onda, que socava
El orbe de su vuelo,
Se suelta y abandona a que se ligue
Su ocio al de la mirada que persigue
Las corrientes del cielo.

Una mirada en abandono y viva,
Si no una certidumbre pensativa,
Atesora una duda;
Su amor dilata en la pasión desierta
Sueña en la soledad y está despierta
En la conciencia muda.

Sus ojos, errabundos y sumisos,
El hueco son, en que los fatuos rizos
De nubes y de frondas
Se apoderan de un mármol de un instante
Y esculpen la figura vacilante
Que complace a las ondas.

La vista en el espacio difundida,
Es el espacio mismo, y da cabida
Vasto y nimio al suceso
Que en las nubes se irisa y se desdora
E intacto, como cuando se evapora,
Está en las ondas preso.

Es la vida allí estar, tan fijamente,
Como la helada altura transparente
Lo finge a cuanto sube
Hasta el purpúreo límite que toca,
Como si fuera un sueño de la roca,
La espuma de la nube.

Como si fuera un sueño, pues sujeta,
No escapa de la física que aprieta
En la roca la entraña,
La penetra con sangres minerales
Y la entrega en la piel de los cristales
A la luz, que la daña.

No hay solidez que a tal prisión no ceda
Aún la sombra más íntima que veda
Un receloso seno
¡En vano!; pues al fuego no es inmune
Que hace entrar en las carnes que desune
Las lenguas del veneno.

A las nubes también el color tiñe,
Túnicas tintas en el mal les ciñe,
Las roe, las horada,
Y a la crítica muestra, si las mira,
Por qué al museo su ilusión retira
La escultura humillada.

Nada perdura, ¡oh nubes!, ni descansa.
Cuando en un agua adormecida y mansa
Un rostro se aventura,
Igual retorna a sí del hondo viaje
Y del lúcido abismo del paisaje
Recobra su figura.

Íntegra la devuelve el limpio espejo,
Ni otra, ni descompuesta en el reflejo
Cuyas diáfanas redes
Suspenden a la imagen submarina,
Dentro del vidrio inmersa, que la ruina
Detiene en sus paredes.

¡Qué eternidad parece que le fragua,
Bajo esa tersa atmósfera de agua,
De un encanto el conjuro
En una isla a salvo de las horas,
Áurea y serena al pie de las auroras
Perennes del futuro!

Pero hiende también la imagen, leve,
Del unido cristal en que se mueve
Los átomos compactos:
Se abren antes, se cierran detrás de ella
Y absorben el origen y la huella
De sus nítidos actos.

Ay, que del agua el imantado centro
No fija al hielo que se cuaja adentro
Las flores de su nado;
Una onda se agita, y la estremece
En una onda más desaparece
Su color congelado.

La transparencia a sí misma regresa
Y expulsa a la ficción, aunque no cesa;
Pues la memoria oprime
De la opaca materia que, a la orilla,
Del agua en que la onda juega y brilla,
Se entenebrece y gime.

La materia regresa a su costumbre.
Que del agua un relámpago deslumbre
O un sólido de humo
Tenga en un cielo ilimitado y tenso
Un instante a los ojos en suspenso,
No aplaza su consumo.

Obscuro perecer no la abandona
Si sigue hacia una fulgurante zona
La imagen encantada.
Por dentro la ilusión no se rehace;
Por dentro el ser sigue su ruina y yace
Como si fuera nada.

Embriagarse en la magia y en el juego
De la áurea llama, y consumirse luego,
En la ficción conmueve
El alma de la arcilla sin contorno:
Llora que pierde un venturero adorno
Y que no se renueve.

Aún el llanto otras ondas arrebatan,
Y atónitos los ojos se desatan
Del plomo que acelera
El descenso sin voz a la agonía
Y otra vez la mirada honda y vacía
Flota errabunda fuera.

Con más encanto si más pronto muere,
El vivo engaño a la pasión se adhiere
Y apresura a los ojos
Náufragos en las ondas ellos mismos,
Al borde a detener de los abismos
Los flotantes despojos.

Signos extraños hurta la memoria,
Para una muda y condenada historia,
Y acaricia las huellas
Como si oculta obcecación lograra,
A fuerza de tallar la sombra avara
Recuperar estrellas.

La mirada a los aires se transporta,
Pero es también vuelta hacia adentro, absorta,
El ser a quien rechaza
Y en vano tras la onda tornadiza
Confronta la visión que se desliza
Con la visión que traza.

Y abatido se esconde, se concentra,
En sus recónditas cavernas entra
Y ya libre en los muros
De la sombra interior de que es el dueño
Suelta al nocturno paladar el sueño
Sus sabores obscuros.

Cuevas innúmeras y endurecidas,
Vastos depósitos de breves vidas,
Guardan impenetrable
La materia sin luz y sin sonido
Que aún no recoge el alma en su sentido
Ni supone que hable.

¡Qué ruidos, qué rumores apagados
Allí activan, sepultos y estrechados,
El hervor en el seno
Convulso y sofocado por un mudo!
Y graba al rostro su rencor sañudo
Y al lenguaje sereno.
Pero, ¡qué lejos de lo que es y vive
En el fondo aterrado y no recibe
Las ondas todavía
Que recogen, no más, la voz que aflora
De una agua móvil al rielar que dora
La vanidad del día!

El sueño, en sombras desasido, amarra
La nerviosa raíz, como una garra
Contráctil o bien floja;
Se hinca en el murmullo que la envuelve,
O en el humor que sorbe y que disuelve
Un fijo extremo aloja.

Cómo pasma a la lengua blanda y gruesa,
Y asciende un burbujear a la sorpresa
Del sensible oleaje:
Su espuma frágil las burbujas prende,
Y las prueba, las une, las suspende
La creación del lenguaje.

El lenguaje es sabor que entrega al labio
La entraña abierta a un gusto extraño y sabio:
Despierta en la garganta;
Su espíritu aún espeso al aire brota
Y en la líquida masa donde flota
Siente el espacio y canta.

Multiplicada en los propicios ecos
Que afuera afrontan otros vivos huecos
De semejantes bocas,
En su entraña ya vibra, densa y plena,
Cuando allí late aún, y honda resuena
En las eternas rocas.

Oh eternidad, oh hueco azul, vibrante
En que la forma oculta y delirante
Su vibración no apaga,
Porque brilla en los muros permanentes
Que labra y edifica transparentes,
La onda tortuosa y vaga.

Oh eternidad, la muerte es la medida,
Compás y azar de cada frágil vida,
La numera la Parca.
Y alzan tus muros las dispersas horas,
Que distantes o próximas, sonoras
Allí graban su marca.

Denso el silencio trague al negro, obscuro
Rumor, como el sabor futuro
Sólo la entraña guarde
Y forme en sus recónditas moradas,
Su sombra ceda formas alumbradas
A la palabra que arde.

No al oído que al antro se aproxima
Que al banal espacio, por encima
Del hondo laberinto
Las voces intrincadas en sus vetas
Originales vayan, más secretas
De otra boca al recinto.

A otra vida oye ser, y en un instante
La lejana se une al titubeante
Latido de la entraña;
Al instinto un amor llama a su objeto;
Y afuera en vano un porvenir completo
La considera extraña.

El aire tenso y musical espera;
Y eleva y fija la creciente esfera,
Sonora, una mañana:
La forman ondas que juntó un sonido,
Como en la flor y enjambre del oído
Misteriosa campana.

Ese es el fruto que del tiempo es dueño;
En él la entraña su pavor, su sueño
Y su labor termina.
El sabor que destila la tiniebla
Es el propio sentido, que otros puebla
Y el futuro domina.



ALBERTO RUY SÁNCHEZ LACY







Vuelves a mí,
Al abismo de mis manos,
A la orilla
Del sonido
De la sangre
De mi cuerpo,
Y me dejas escuchar los pasos
Veloces
De la tuya.
Pego el oído
A tu piel
(La mía es la prisión
De tu presencia)
Y escucho en ella
El murmullo
De un río en la noche,
Los secretos en tumulto
De un corazón
Que ya no late
Hacia mí.
Pones tu sonrisa en las manos de mis ojos,
Pones tus manos en mis hombros,
Tus pies
Se enredan
En mis piernas,
Se anudan
Como serpientes en celo
Y tu mente
En el mar de aquel olvido
Donde flotan
Nuestras frases
Nuestros quejidos
Nuestros anhelos
De eterna conmoción
Nuestra certeza
De ser indisolubles.
Te vas así
Cuando te acercas
Y al irte
Me dejas
Más cerca de ti.
Mi piel es la prisión
De tu presencia.