"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 7 de octubre de 2016
RICARDO RUBIO
Los
ojos se cierran a la danza o se abren al dolor
El
tala se ciñe entre arrugas y silencio;
entra
y sale del aire con una fuerza antigua.
Se
lleva la última gota de las acequias
hacia
un torrente invisible
que
no alcanza su piel muda.
Cuando
el monte envuelve su sed y su tristeza
el
cielo lo ve alzar los brazos al viento.
Navegaré
la eternidad para entender este porqué,
este
confuso caracol que se ahoga entre arena y sal,
esta
ambición que cae en las manos de la intolerancia,
este
falso remanso de la idea.
¿Cómo
ver el otro lado del espejo
cuando
el núcleo está en la carne?
¿Cómo
ser uno cuando desmayo?
La
vida se contrae, se recuesta en la senilidad,
se
apostema y se aturde.
El
delirio invade las formas, la razón vacila,
la
desnudez intenta un color en las tinieblas
y
busca una especie, una estirpe, una tribu,
un
cimiento donde sembrar el aire.
Pero
la luz se hace noche, niebla, sopor,
confusión
de lirios a la sombra de un nogal.
Carreras
infames dibujan un pasar delgado y pueril.
El
ocaso es demasiado vértigo para la desnudez.
ANTONIO MACHADO
Soneto
II
Verás
la maravilla de camino,
camino de soñada Compostela
—¡oh monte lila y flavo!—, peregrino,
en un llano, entre chopos de candela.
Otoño con dos ríos ha dorado
el cerco del gigante centinela
de piedra y luz, prodigio torreado
que en el azul sin mancha se modela.
Verás en la llanura una jauría
de agudos galgos y un señor de caza,
cabalgando a lejana serranía,
vano fantasma de una vieja raza.
Debes entrar cuando en la tarde fría
brille un balcón de la desierta plaza.
camino de soñada Compostela
—¡oh monte lila y flavo!—, peregrino,
en un llano, entre chopos de candela.
Otoño con dos ríos ha dorado
el cerco del gigante centinela
de piedra y luz, prodigio torreado
que en el azul sin mancha se modela.
Verás en la llanura una jauría
de agudos galgos y un señor de caza,
cabalgando a lejana serranía,
vano fantasma de una vieja raza.
Debes entrar cuando en la tarde fría
brille un balcón de la desierta plaza.
CINTIO VITIER
JESÚS MUNÁRRIZ
Las
luces del amanecer
abren caminos que cruzan la noche,
se acerca un nuevo día y tú
vas a tener que abandonarme.
Ahora descansas junto a mí,
sueñas que te has quedado para siempre,
sonríes con la placidez
de quien no tiene recovecos,
pero la luz está ya ahí,
ya han despertado los gorriones,
se oye la vida que aletea
y anuncia nuestra despedida.
Porque te tienes que marchar
aunque ni tú ni yo lo deseamos,
vas a dejar un hueco en mí
de dimensión aterradora,
porque te vas de este país
y de este cuerpo mío, y de estos besos,
y no sé qué va a ser de ti
ni si alguna vez nos veremos.
Llega la luz, te digo adiós
sin despertarte, dulcemente,
luego me inclino hasta tu oído
para darte los buenos días.
De: "Esos tus ojos"
abren caminos que cruzan la noche,
se acerca un nuevo día y tú
vas a tener que abandonarme.
Ahora descansas junto a mí,
sueñas que te has quedado para siempre,
sonríes con la placidez
de quien no tiene recovecos,
pero la luz está ya ahí,
ya han despertado los gorriones,
se oye la vida que aletea
y anuncia nuestra despedida.
Porque te tienes que marchar
aunque ni tú ni yo lo deseamos,
vas a dejar un hueco en mí
de dimensión aterradora,
porque te vas de este país
y de este cuerpo mío, y de estos besos,
y no sé qué va a ser de ti
ni si alguna vez nos veremos.
Llega la luz, te digo adiós
sin despertarte, dulcemente,
luego me inclino hasta tu oído
para darte los buenos días.
De: "Esos tus ojos"
MANU CÁNCER
Que
me dejen llorar
con lágrimas igual a lapiceros,
con lágrimas iguales a los pájaros,
sólo quiero
que me dejen llorar
a mi manera.
Que me dejen llorar
como lloran los radios en la madrugada,
como los exiliados,
que me dejen
llorar a mi manera.
con lágrimas igual a lapiceros,
con lágrimas iguales a los pájaros,
sólo quiero
que me dejen llorar
a mi manera.
Que me dejen llorar
como lloran los radios en la madrugada,
como los exiliados,
que me dejen
llorar a mi manera.
ELADIO CABAÑERO
A
cántaros se han hecho los mares para un niño;
con los besos no dados, el amor verdadero.
Hoy sé que por ti he sido capaz, Marisa Sabia,
de levantar a pulso, espuerta a espuerta,
un cerro o una torre,
un chorro de silencio incontenible
hasta subir al infinito y verte.
Te he visto hacia el amor, la fe y la dicha.
Y encontrarte, Marisa, el sólo verte,
ha sido el pan y el premio que ya no me esperaba
después de tantos años de amor falso,
sueño a crédito y ruina.
En la vivida feria tengo visto
brazos, piernas, caderas, pechos y ojos
más chicos y mayores que los tuyos. ¿Qué importa?
Acaso tan difíciles, otros más cariñosos.
Algunos -¿cuáles de ellos?- he logrado tenerlos,
muy fácil: por dinero o por dolor.
Tú me has costado más que todo junto,
que hasta ti he consumido los días de mi vida,
mi obrero corazón, las dioptrías restantes.
Cuento en versos las horas desde que te conozco,
y hoy, al pensar en ti, pregunto: ¿cómo eres?
Hablo sin hacer ruido: ¿dónde estabas?
O estás un poco enferma,
o tienes un examen, o te callas, o fumas
viendo tendida el río del tiempo consumirse.
Yo sigo todo un curso de fe. Tú miras, piensas;
te marchas a tu pueblo; vuelves, dices
con tu voz que se escucha venir convaleciente,
con tu raza y tu línea de judía castellana,
igual que los frutales apuntando,
las estatuas más bellas
y el color sefardí de tu garganta hermosa.
Para poder quererte y no morirme
creí en sueños, atrás, hacia adelante,
tomé oficios hermosos. ¿Cuánto hace
que aré por ti y segué, corté racimos de uva,
teché tu cuarto entonces, abrí balconerías
directamente dando a la luz de tus ojos?
Desde que el mundo fue corazonándome,
filmé a oscuras los versos que esta noche te escribo;
para poder quererte como ahora,
tomé trenes en marcha cada día;
viví por ti, gané el jornal exacto
para el café y los libros... Vuelvo a entonces:
según qué horaje hiciera, percanzaba
lumbre, lluvia o sandías,
luz candeal y agua para estar contigo.
No te extrañe esta historia:
otros que en nuestra sombra se han amado
y que quizás murieron por nosotros,
saben que esto es verdad.
Marisa, escucha, dime:
después de conocernos esta tarde,
¿no es hermoso y terrible que la muerte
alcance a destruirnos
y trasladarnos puros y borrarnos?
Mientras tanto, Marisa Castellana,
sóplame entre los ojos,
que te puedan ver más. Haz que te mire,
alcance a ver tu corazón, recuerde
y sea todo distinto.
Guizca fuerte en mi alma
y deja que te bese los labios y me muera
al tener que dejarte, ir al trabajo,
a las calles, al Metro, a las tabernas,
a las tertulias del café..., a la vida
Que me espera después de conocerte.
De: “Marisa Sabia y otros poemas”
con los besos no dados, el amor verdadero.
Hoy sé que por ti he sido capaz, Marisa Sabia,
de levantar a pulso, espuerta a espuerta,
un cerro o una torre,
un chorro de silencio incontenible
hasta subir al infinito y verte.
Te he visto hacia el amor, la fe y la dicha.
Y encontrarte, Marisa, el sólo verte,
ha sido el pan y el premio que ya no me esperaba
después de tantos años de amor falso,
sueño a crédito y ruina.
En la vivida feria tengo visto
brazos, piernas, caderas, pechos y ojos
más chicos y mayores que los tuyos. ¿Qué importa?
Acaso tan difíciles, otros más cariñosos.
Algunos -¿cuáles de ellos?- he logrado tenerlos,
muy fácil: por dinero o por dolor.
Tú me has costado más que todo junto,
que hasta ti he consumido los días de mi vida,
mi obrero corazón, las dioptrías restantes.
Cuento en versos las horas desde que te conozco,
y hoy, al pensar en ti, pregunto: ¿cómo eres?
Hablo sin hacer ruido: ¿dónde estabas?
O estás un poco enferma,
o tienes un examen, o te callas, o fumas
viendo tendida el río del tiempo consumirse.
Yo sigo todo un curso de fe. Tú miras, piensas;
te marchas a tu pueblo; vuelves, dices
con tu voz que se escucha venir convaleciente,
con tu raza y tu línea de judía castellana,
igual que los frutales apuntando,
las estatuas más bellas
y el color sefardí de tu garganta hermosa.
Para poder quererte y no morirme
creí en sueños, atrás, hacia adelante,
tomé oficios hermosos. ¿Cuánto hace
que aré por ti y segué, corté racimos de uva,
teché tu cuarto entonces, abrí balconerías
directamente dando a la luz de tus ojos?
Desde que el mundo fue corazonándome,
filmé a oscuras los versos que esta noche te escribo;
para poder quererte como ahora,
tomé trenes en marcha cada día;
viví por ti, gané el jornal exacto
para el café y los libros... Vuelvo a entonces:
según qué horaje hiciera, percanzaba
lumbre, lluvia o sandías,
luz candeal y agua para estar contigo.
No te extrañe esta historia:
otros que en nuestra sombra se han amado
y que quizás murieron por nosotros,
saben que esto es verdad.
Marisa, escucha, dime:
después de conocernos esta tarde,
¿no es hermoso y terrible que la muerte
alcance a destruirnos
y trasladarnos puros y borrarnos?
Mientras tanto, Marisa Castellana,
sóplame entre los ojos,
que te puedan ver más. Haz que te mire,
alcance a ver tu corazón, recuerde
y sea todo distinto.
Guizca fuerte en mi alma
y deja que te bese los labios y me muera
al tener que dejarte, ir al trabajo,
a las calles, al Metro, a las tabernas,
a las tertulias del café..., a la vida
Que me espera después de conocerte.
De: “Marisa Sabia y otros poemas”
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