"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 26 de marzo de 2021
CIRA ANDRÉS
Desnudo
I
Cuerpo,
soledad, fantasma mío,
hoy descubro que existes y eres hermoso.
Has alcanzado el esplendor de los antiguos imperios
y contemplo pájaros y peces
que vienen a morir a tu orilla.
Buenas
noches, la ciudad está temblando en ti.
No sé si es mía esta fragilidad, si es dolor,
o si es el sabor dulce de los muchachos
que llegaron tardíamente.
Habrá
veranos, vendrán palomas otra vez
sobre el arco de tu espalda.
Cuerpo
mío, frontera donde mis semejantes
se pudren y festejan
te regalo a las cámaras fotográficas,
a la luz, a los ojos que quieran contemplarte;
me deshago de ti, me burlo
porque no sabes conducirme
más allá del momento donde estoy
contradiciendo, hablando con los dioses.
En
ti entran los forasteros, ladrones
que miro con cierta repugnancia y placer.
Ya estás repartido, ya no existes,
eres sólo una libélula revoloteando sobre el fuego,
una flecha señalando la oscuridad
hacia donde vas a partir
y en la cual te contemplo, a contraluz,
aún hermoso,
trampa donde se viene a mori
II
Cuerpo
que todo lo presientes, todo lo anuncias,
pugnando,
estorbado en la fiebre,
en el delirio que te estremece,
en tus oscuras selvas.
Fingiendo, temblando
en medio de una dulzura que te quiebra.
Memoria de una bestia feliz
resbalando,
resbalando.
Hermoso,
ardiente en el incendio del mediodía,
humillado en la noche que te pudre.
Irremediable como un surtidor.
Oh, cuerpo en que penetra
el espejo radiante del vecino,
el aroma que trae el aire
desde no sé qué horizonte o abismo
cómo asusta
la serena armonía de tu luz.
III
Aquí,
¡qué extraño!, está mi cuerpo: insólito, pueril. Ha servido para que el tiempo
se apasione y borde sus caprichos. Agadecido, convoca y celebra el deseo ciego
en su idioma de pérdidas y deriva a las cabriolas de la imagen porque no es
partes sino un órgano solo, un cuerpo habitando un lugar y un espacio, sintaxis
de la vida, gracia de lo breve y efímero. En su belleza tranquila, grave,
afiebrada, la vida es una y la muerte múltiple y pasmódica y después definitiva.
Casi marginal de tanta pobreza ha conocido la sarna, la ladilla, los tugurios a
que lo arrastraron otros cuerpos donde no van los reyes ni las reinas.
El hambre de los días difíciles le volvieron débil y oscuro como una mazmorra,
solo esa fuerza sutil del presidiario que habla con sus extraños conocidos
sotienen sus paredes marcadas por una humedad que corroe y se desploma. Aquí,
como tantos, que hoy son bendecidos bajo el agua olorosa o estan pudriendo bajo
la tierra. ¡Qué extraño!, entre tantas cosas eres elegido, el que vibre, muera
y renazca, el de la materia destructible cuya caída fatal es sólo una breve
ceremonia donde se celebran las infinitas posibilidades de la vida.
MIRTA AGUIRRE
Instante
Luna
lunera,
sol resolero,
panal de cera
del colmenero;
la enredadera
del jardinero
y una jilguera
con su jilguero.
YENNY PAREDES
In
actio
Escapo hacia el borde de la cama
a
punto quedo de salirme de la página
colgando
de la cornisa
como
nieve herida por el sol.
Sueño
que mi cuerpo es mordido por cantaurias
llego
al pie de un árbol poblado de peces
que
nadan en el aire lento del verano
mordisqueando frutas y pezones.
Entre
sábanas interminables
masturbo
este cuerpo salvajemente
y
luego el lento proceso de tu
c a
r e n
c i a
la
ceniza espeluznante de la ira
y un
par de fósforos que se curvan crepitando
con
las cabezas adheridas y en llamas.
JOSÉ MORENO VILLA
Separación
(II)
Esta
felicidad fugitiva,
esto que se me va de las manos,
esto que me devora los días
esto que se llama boca, ojos, pecho, piernas amadas,
corazón alígero, mente como la brisa del amanecer,
pretendo loca y tercamente
fijar de modo
que a tientas en la noche, si despierto,
lo encuentre vivo, intacto, invariable.
No dormir ni perderse en la neblina
podrán estas inmensas realidades,
lanzas del corazón, fuegos de humanidad
que levantaron la existencia de nuestras almas
a donde sólo hay música, sin tiempo ni medida.
Recordarás lanoche suprema
en la ciudad de la roca en pie:
faroles agónicos,
crucificados en las paredes,
bajo campanarios de muda escenografía,
nos esperaban siglos y siglos.
Nos aguardaban las piedras duras del suelo,
los recatados bancos de las plazuelas vacías,
los árboles que cobijaron a los moris y a las cristianas.
Por encima del suelo corrían oraciones y coplas
como en un imposible río de eternidad.
Derramábanse lentas existencias amantes
por los muros fuertes hacia el foso de los amores.
Estaba el cielo tan a la mano y tan desesperadamente lejos,
que nos parecía unas veces boca y, otras, alma.
Supimos entoncens, para nuestra desesperación,
que el cuerpo es algo más que una fruta;
que no basta morder;
que siempre queda lejos algo intacto.
Libres y enlazados por el destino,
subíamos y bajábamos,
sin peso, como pájaros,
rozando, sin herirnos, todo lo triste y agorero de la existencia.
Después,
en un olvido presente,
sin otra luz que la embriaguez de la aridad,
vimos venir el nuevo día,
con nuevos montes, árboles, ríos,
caritas humanas, borriquillos de infinita ternura,
torres, caminos, jardines cerrados
en donde hubiéramos querido vivir eternamente.
SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ
Vallana
Sus
muslos han ganado peso;
se forman las tres hojas alrededor de su cintura,
la timidez se incrementa en su corazón,
su antiguo retozar se esfuma,
sus pechos han florecido hacia adelante,
sus ojos comienzan a volverse de lado,
el cuerpo de la esbelta muchacha crece hermoso
mientras su infancia se aleja.
El
deseo de las mujeres lo arropará en sus ornamentos
creyendo que es todavía un niño;
en ellas de mala gana enterrará sus apetencias escondidas en el corazón
y si en la ausencia de las otras alguna lo mira tiernamente
él agacha la cabeza y sonríe;
así es su manera,
vestida en la belleza de su adolescencia
ALBERTO LISTA
A
Elisa
En vano,
Elisa, describir intento
el dulce afecto que tu nombre inspira;
y aunque Apolo me dé su acorde lira,
lo que pienso diré, no lo que siento.
Puede
pintarse el invisible viento,
la veloz llama que ante el trueno gira,
del cielo el esplendor, del mar la ira;
mas no alcanza al amor pincel ni acento.
De
la amistad la plácida sonrisa,
y el puro fuego, que en las almas prende,
ni al labio, ni a la cítara confío.
Mas
podrás conocerlo, bella Elisa,
si ese tu hermoso corazón entiende
la muda voz que le dirige el mío.