domingo, 16 de febrero de 2020


GIACOMO LEOPARDI





Canto XXXIII. El ocaso de la luna



Cual en noche desierta,
sobre campiñas argentadas y aguas,
do céfiro aletea,
y mil vagos aspectos
y engañosos objetos
fingen lejos las sombras
entre ondas tranquilas
y ramas y breñales y colinas y villas;
en el confín del cielo,
tras Apenino o Alpe, o del Tirreno
en el seno infinito
cae la luna; y palidece el mundo;
desaparecen las sombras, y los valles
y los montes sombrea la tiniebla;
ciega la noche queda,
y cantando, con triste melodía,
los extremos albores de la luz fugitiva
que antes le fue guía,
desde el camino el arriero saluda;
tal se disipa, y tal
deja la edad mortal
la juventud. En fuga
van sombras y apariencias
de los engaños deleitosos; menguan
las esperanzas vagas,
donde se apoya la mortal natura.
Abandonada, oscura
queda la vida. En ella la mirada,
busca el confuso caminante en vano
de la vía que aún siente tan larga,
meta o razón; y entiende
que a sí la humana sede,
él a ella en verdad se ha vuelto extraño

Muy feliz y gozosa
nuestra mísera suerte
en lo alto pareció, si el juvenil estado,
do cada bien de mil penas es fruto,
durase todo de la vida el curso.
Muy benigno decreto
aquél que todo ser sentencia a muerte,
si también media vía
antes no se le diera
de la terrible muerte asaz más dura
De ingenios inmortales
digno hallado, y extremo
mal de todos, los Dioses encontraron
vejez, donde fuese
incólume el deseo, extinta la esperanza,
secas las fuentes del placer, las penas
mayores siempre, y ya negado el bien.

Vos, colinas y playas,
caído el esplendor que en Occidente
argentaba los velos de la noche,
huérfanas luengo tiempo
no quedaréis; pues en el polo opuesto
pronto veréis el cielo
blanquear de nuevo y despuntar el alba:
a la cual luego sucediendo el sol,
y fulgurando en torno
con sus flamas potentes,
de lícidos torrentes
os bañará, con los etéreos campos.
Mas la vida mortal, ya que la bella
juventud se marchó, no se colora
con otra luz jamás, con otra aurora.
Viuda es hasta el final; y a la noche
que las demás edades oscurece,
por sello puso Dios la sepultura.


ENRIC SÓRIA


  


Ars longa, vita brevis



Recuerdo muy bien aquella lengua.
Aquella suavidad, aquella forma dulce
y delicada de acariciar la verga, de acunarla.
Amaba mucho aquella gracia suya,
aquellos labios diestros y carnales,
sonrientes.

Al cabo de los años, he olvidado los ojos,
los senos, los tobillos, aquel cuerpo
de belleza común. Fueron pasto del tiempo.
Pero recuerdo bien aquella lengua.
Mi memoria resulta agradecida.

Un proverbio latino nos habla de estas cosas.


De: "Andén de cercanías"
Versión de Carlos Marzal

DULCE MARIA LOYNAZ






Poema sin nombre



He de amoldarme a ti como el río a su cauce,
como el mar a su playa, como la espada a su vaina.
He de correr en ti,
he de cantar en ti,
he de guardarme en ti ya para siempre.
Fuera de ti ha de sobrarme el mundo

como le sobra al río el aire, al mar la tierra,
a la espada la mesa del convite.
Dentro de ti no ha de faltarme
blandura de limo para mi corriente,
perfil de viento para mis olas,
ceñidura y reposo para mi acero.
Dentro de ti está todo; fuera de ti no hay nada.
Todo lo que eres tú está en su puesto;
todo lo que no seas tú me ha de ser vano.
En ti quepo, estoy hecha a tu medida;
pero si fuera en mí donde algo falta, me crezco...
Si fuera en mí donde algo sobra, lo corto.



ALFRED TENNYSON





La mañana está en calma, sin rumores; en calma...



La mañana está en calma, sin rumores; en calma,
como para ofrecerse a un dolor más tranquilo;
y tan sólo, chocando con las hojas marchitas,
el fruto del castaño se desliza hasta el suelo.

Calma y profunda paz en estas altas lomas
y en gotas de rocío que inundan las aliagas,
y en esas telarañas de plata, que entre el oro
y el verde centellean.

Calma y tranquila paz en la llanura vasta
que a lo lejos se tiende, con boscajes de otoño,
y en las granjas pobladas y en torres que se tornan
menudas y se mezclan con el mar murmurante.

Calma y profunda paz en el aire anchuroso,
en las hojas que torna rojizas la otoñada,
y si en mi corazón hubiere alguna calma,
será desesperanza tranquila, solamente.

Calma sobre los mares y plateado sueño
y correr de las ondas, que van a su reposo;
y calma de la muerte en aquel noble pecho,
que alienta, pero sólo con las aguas profundas.


Versión de Màrie Manent



RAÚL HERNÁNDEZ NOVAS





Los ríos de la mañana



Amanece con la luz amanece

Y los macheteros se levantan
y toman el café de la mañana
y las madres de la Plaza de Mayo se levantan
y las abuelas de la Plaza de Mayo se levantan
componen sus huesos y sus rostros
y se aprestan a esperar eternamente
como un mudo grito señas del retrato conocido
    del corazón
y en Guanacaste el campesino se levanta
a llevar sus pintadas carretas al mercado
y en Cochabamba el obrero de cobre se levanta
y en Aden y en Huambo y en Harar el joven cubano
    se levanta
quizás añore la unción del café de húmeda tierra
pero el sol es el mismo para todos los hombres
y en su casucha el hombre que muere en Madrás
    en la Costa de Marfil se levanta
el hombre que muere su vida sangrante acumulada
en la mirada de ojos azorados como el hambre
y el monje esquelético del Ganges se levanta y reza
y el bonzo de Hanoi se levanta con recuerdos llameantes
reza porque no venga otra vez la bomba sombría
y el obrero y el soldado y el campesino en Vietnam
    se levantan
aunque su día es nuestra noche y su noche es nuestro día
de modo que cuando dormimos ellos velan
para que nadie duerma y la sombra no olfatee las rendijas
y en Morazán y en Verapaz y en Namibia y en el Sahara
    los guerrilleros se levantan
porque dormir le es dado a todo hombre
ahuyentan de sus párpados
las telarañas legañosas del sueño
y en Ciego de Ávila y en Kursk y en Lobito hay un
hombre que no ha dormido y aún se levanta un hombre que
    ha velado porque los otros duerman
en paz y ningún viento errado encrespe su respiración
    sin orilla
y el constructor del Baikal-Amur se levanta
para seguir uniendo con un hilo férreo las entrañas del
    hombre
y los pedazos de la tierra rota por la helada
Los hombres se levantan y entonces amanece
amanece amanece sobre las canciones
que hablan del río blando y sin fin que no retrocede
y un nuevo día se ha agregado a la muchedumbre de los días
como ola de un mar de espuma de segundos
también sin duda el asesino se levanta pero no importa
es una noche más que ha borrado el recuerdo de otras
    noches sufrientes
también sin duda el banquero y los coroneles se
    levantan pero no importa
porque el sol fluye con la mansedumbre de un buey de agua
y gira el mundo y las sombras de ojos callados son abolidas
Amanece

obrero de Moa que vigilas tu rebaño de máquinas
pastor de Mongolia que empujas tu río lanar espumante
guerrillero polisario aferrado con uñas y dientes a la piel
    rugosa del desierto
machetero de Las Tunas que vas y vienes entre batallas
    vegetales con el viento y columnas altas y dulces y
    aguerridas
sindicalista que en Corrientes te detienes a prender un
    cigarrillo y con él el día
guerrillero quiché que acaricias la alada esmeralda y velas
    por sus hijos redondos
esclavo del estaño que desciendes a la noche metálica
joven con tu fusil en el Guazapa velándole el sueño al volcán
    callado
llanero que impulsas las cicatrices de los ríos al compás
    de tu cuatro de pequeña cintura vidente
habitador andino de la altura donde el cóndor erige su vuelo
    lacerante
soldado fronterizo vietnamita que detienes al tigre amarillo
campesino del Yang-Tsé con tu roja conciencia de masa
    y tus manos y ojos trabajosos
recién desempleado de New Jersey en cuyo rostro
    empieza a crecer la barba de Lincoln
hermosa joven de la ciudad de Ho que fuiste prostituta y hoy
    reeducas el viento tierno de tus miembros y de tu espíritu
hombre de Hiroshima con una llaga en forma de hongo
    sobre la piel indefensa
poeta que encuentras oscuro el día y sales a tu ómnibus
    cotidiano como arrastrando una sarta de pasadas palomas
soldado angolano de semen enterrado que detienes el pecho
    racista
doctor de Phnom Pehn que conociste la bestia del horror y la
    esclavitud sin reposo y el hambre
campesino de Senegal de Zaire sin razones para vestir
    tu hueso a flor de piel a flor de amor
guerrillero palestino desterrado en la diáspora de sangre
obrero negro de Sudáfrica que en tu carnet enseñas
    una afilada sonrisa
joven que has visto al coloso calvo y desnudo al Momotombo
    que callado retumba sin espantar las garzas blancas
    de Darío
maestro cubano de Estelí de Zelaya que unes tu corazón
    de letras a los ojos no abiertos por los libros
todos confirman con sus párpados la lenta luz que nace
Amanece en la luz amanece
Y más de un hombre no ha dormido y más de un hombre
durmió y ya no despertará y más de un hombre despierta
    en la mazmorra
y hasta los secuestrados y desaparecidos despiertan
y hasta los muertos despiertan con el canto de los ríos como
    la gruesa voz negra de Robeson
el canto humilde del río que no retrocede
y va de menos a más y no puede detenerse
el canto humilde el canto rodado en el pecho del río
que guarda un huevo de esperanza para vosotros hombres
un canto que se abre por fin en la luz empecinada
    que amanece


julio de 1982


JUAN CARLOS SUÑEN






Y cierra
la puerta, vuelve
el rostro: mira al perro
por encima del hombro
izquierdo. Siente la punzada.

También ha sido
zarandeado por la noche, pero
pensando en ello nunca
se salva cosa. Vale
sólo luchar contra el caolín molido
de la esperanza, una
y otra vez sacar brillo al mismo objeto,
roer el mismo juguete.


De: "El hombro izquierdo"