viernes, 9 de enero de 2015

LUIS DE GONGORA


 

A Francisco de Quevedo

 

Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Belerofonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego.

 

 

GARCILASO DE LA VEGA


 

XXXIX

 

¡Oh celos, de amor terrible freno
qu’en un punto me vuelve y tiene fuerte;
hermanos de crüel amarga muerte
que, vista, turbas el cielo sereno!

¡Oh serpiente nacida en dulce seno
de hermosas flores, mi esperanza es muerte:
tras próspero comienzo, adversa suerte,
tras süave manjar, recio veneno!

 ¿De cuál furia infernal acá saliste,
oh crüel monstruo, oh peste de mortales,
que tan tristes, crudos mis días heciste?

Torna ya sin aumentar mis males;
desdichado miedo, ¿a qué veniste?,
que bien bastaba amor con sus pesares.

SALVADOR NOVO

 

IV

 
Ya no parece bien, a mis abriles,
pensar en el amor. Fuera locura
llorar, sentir, querer —¡ay!— con la pura
ilusión de los años juveniles.

No sueño más en lunas ni pensiles
ni de un ósculo pido la dulzura
al fuego que en mies sienes se apresura
—con patriótico ardor— en los desfiles.

La ley de la demanda y de la oferta
que me ha enseñado su sabiduría
lleva el fácil amor hasta mi puerta.

Y sin embargo, a veces, todavía
sobre el crespón de mi esperanza muerta
vierte su llanto la melancolía.

 

 

OCTAVIO PAZ

 
 

Sonetos - I

 
 
Inmóvil en la luz, pero danzante,
tu movimiento a la quietud se cría
en la cima del vértigo se alía
deteniendo, no al vuelo, sí al instante.

Luz que no se derrama, ya diamante,
detenido esplendor del mediodía,
sol que no se consume ni se enfría
de cenizas y fuego equidistante.

Espada, llama, incendio cincelado,
que ni mi sed aviva ni la mata,
absorta luz, lucero ensimismado:


tu cuerpo de sí mismo se desata
y cae y se dispersa tu blancura
y vuelves a ser agua y tierra oscura.

 

 

ENRIQUE LARRETA




Labradores

 

Siempre encorvado, siempre cavando en el misterio.
Color y olor del surco de sus manos. En los ojos
una llorosa lumbre. Memoria de los rojos
ocaso de las tapias de un viejo cementerio.

Hombre de los trabajos y los días. Tu serio
fervor, tus araduras, tu brega en los abrojos,
tu puño que a compás estalla en los abrojos
ásperos, tus hogueras de rústico sahumerio,

¿no es eso mismo, acaso, mi existencia? ¿Qué mucho
que yo no diera tu alma por las almas aquellas,
ni tus dichos severos por todo lo que escucho?

Glorias de labrantío. Cestas multicolores.
Tus amigos: la nube, la luna, las estrellas.
Menesteres parejos los nuestros. ¡Labradores!

 

 

ISRAEL CLARÁ


 
 
En memoria

 

Hacia un irte a ti misma te has marchado.
Te has convertido en mucho más que en verso,
en un fruto maduro, dulce y terso,
en un otoño suave y prolongado.

Y yo, desde mí mismo, he regresado,
con equipajes llenos de universo,
a la bondad del tiempo y al perverso
oficio de la muerte y su legado.

Quería ir hacia ti y me he olvidado.
La vida se descubre y se renombra,
el mundo de los vivos ha triunfado

y hay un sueño profundo que te asombra,
el recuerdo tranquilo que ha llenado
con un poco de luz tu propia sombra.