viernes, 16 de mayo de 2014

HELENA RAMOS


 

28

 

Sola en el parque,
vivo un atardecer
granza púrpura.

 

De: Polychromos (haikus)

 

 

RUBÉN DARÍO


 
 

Era un aire suave

 
 

Era un aire suave de pausados giros;
El hada Harmonía, ritmaba sus vuelos,
E iban frases vagas y tenues suspiros
Entre los sollozos y los violoncelos.


Sobre la terraza, junto a los ramajes,
Diríase un trémolo de liras eolias,
Cuando acariciaban los sedosos trajes
Sobre el talle erguidas, las blancas magnolias.


La marquesa Eulalia, risas y desvíos
Daba a un tiempo mismo para dos rivales:
El vizconde rubio de los desafíos
Y el abate joven de los madrigales.


Cerca, coronado por hojas de viña,
Reía en su máscara Término barbudo,
Y como un efebo que fuese una niña
Mostraba una Diana su mármol desnudo.


Y bajo un boscaje del amor palestra,
Sobre un rico zócalo al modo de Jonia,
Con un candelabro prendido en la diestra
Volaba el Mercurio de Juan de Bolonia.


La orquesta perlaba sus mágicas notas;
Un coro de sones alados se oía;
Galantes pavanas, fugaces gavotas,
Cantaban los dulces violines de Hungría.


Al oír las quejas de sus caballeros,
Ríe, ríe, ríe la divina Eulalia,
Pues son su tesoro las flechas de Eros,
El cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.


¡Ay de quien sus mieles y frases recoja!
¡Ay de quien del canto de su amor se fíe!
Con sus ojos lindos y su boca roja,
La divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.


Tiene azules ojos, es maligna y bella;
Cuando mira, vierte viva luz extraña;
Se asoma a sus húmedas pupilas de estrella
El alma del rubio cristal de Champaña.


Es noche de fiesta y el baile de trajes
Ostenta su gloria de triunfos mundanos.
La divina Eulalia, vestida de encaje,
Una flor destroza con sus blancas manos.


El teclado armónico de su risa fina
A la alegre música de un pájaro iguala.
Con los staccati de una bailarina
Y las locas fugas de una colegiala.


¡Amoroso pájaro que trinos exhala
Bajo el ala a veces ocultando el pico.
Que desdenes rudos lanza bajo el ala,
Bajo el ala aleve del leve abanico!


Cuando a media noche sus notas arranque
Y en arpegios áureos gima Filomela,
Y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque,
Como blanca góndola imprima su estela,


La marquesa alegre llegará al boscaje,
Boscaje que cubre la amable glorieta
Donde han de estrecharla los brazos de un paje
Que siendo su paje será su poeta.


Al compás de un canto de artista de Italia
Que en la brisa errante la orquesta deslíe,
Junto a los rivales, la divina Eulalia,
La divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.


¿Fue acaso en el tiempo del rey Luis de Francia,
Sol con corte de astros en campos de azur,
Cuando los alcázares llenó de fragancia
La regia y pomposa rosa Pompadour?


¿Fue cuando la bella su falda cogía,
Con dedos de ninfa, bailando el minué,
Y de los compases el ritmo seguía,
Sobre el tacón rojo lindo y leve el pie?


¿O cuando pastoras de floridos valles
Ornaban con cintas sus albos corderos
Y oían, divinas Tirsis de Versalles,
Las declaraciones de sus caballeros?


¿Fue en ese buen tiempo de duques pastores,
De amantes princesas y tiernos galanes,
Cuando entre sonrisas y perlas y flores
Iban las casacas de los chambelanes?


¿Fue acaso en el norte o en el mediodía?
Yo el tiempo y el día y el país ignoro;
Pero sé que Eulalia ríe todavía
¡Y es cruel y eterna su risa de oro!

 

 

 

 

ANA ILCE GÓMEZ



 

El otro día está aquí

 

 

Nadie diría que hemos envejecido. Nadie sabe
cuánto tiempo ha pasado.
Él todavía tiene cabellos oscuros
en las sienes, aquellos cabellos largos café negro
que como cortinas le caían en la frente.
Es joven. No parece un hombre de 50 años,
ni yo una mujer de 45. Ayer
por la calle alguien me preguntó
por nuestros hijos. No los tenemos.
Sólo tuvimos un precioso jardín con la estatua
del Dalai-Lama en el centro
y una fuente en la que él y yo nos
asomábamos, con el agua clara formando pequeños
remolinos que giraban
hasta hacernos perder la cabeza. Por allí
pasaba el verano y el invierno. El polvo que
venía del norte diciendo cosas tristes
y luego los charcos que se secaban, recordándome
sus años y los míos.

 
Hoy quizá un trofeo de caza vale más para él
que un beso mío. Yo me he retirado de aquel
dulce paisaje de la vida. He olvidado la
suave cortina de sus cabellos cayéndole en la frente
y por el antiguo jardín miro pasar las densas
polvaredas –es el oro me digo–.
Y luego los charcos que se secan –es la edad–.

 
¡Ah! pero yo fui una chica de 20 años que
plácidamente soportaba el amor y el tiempo.

 

De: Las ceremonias del silencio

 

 

DAISY ZAMORA





Vuelvo a ser yo misma

 
 

Cuando entro con mis hijos a su casa, vuelvo
a ser yo misma.
Desde su mecedora ella
nos siente llegar y alza la cabeza.
La conversación no es como antes.
Ella está a punto de irse.
Pero llego a esconder mi cabeza
en su regazo, a sentarme a sus pies. Y ella me contempla
desde mi paraíso perdido
donde mi rostro era otro, que sólo ella conoce.
Rostro por instantes recuperado
cada vez más débilmente
en su iris celeste desvaído
y en sus pupilas que lo guardan ciegamente.

 

 

KARLA SÁNCHEZ



 

Bajo el alero de la noche

 
 

Un cuarto sin ventanas
una jardinera transformada en sofá
un escritorio al centro de la sala
un pequeño televisor
tres sillones raídos
un zaguán convertido en pulpería
una vitrina guarda recuerdos del Perú
las fotos, un traje de etiqueta
la mesa de comer
un guiso sin papas que también es vida
vuelven.


Vuelve la sirena de un tren lejano, jamás visto
yo espero sentada bajo el alero de la noche.

 

 

ERNESTO CARDENAL


 


Como latas de cerveza vacías…

 
 

Como latas de cerveza vacías y colillas
de cigarrillos apagados, han sido mis días.
Como figuras que pasan por una pantalla de televión
y desaparecen, así ha pasado mi vida.
Como automóviles que pasaban rápidos por las carreteras
con risas de muchachas y músicas de radios...
Y la belleza pasó rápida, como el modelo de los autos
y las canciones de los radios que pasaron de moda.
Y no ha quedado nada de aquellos días, nada,
más que latas vacías y colillas apagadas,
risas en fotos marchitas, boletos rotos,
y el aserrín con que al amanecer barrieron los bares.