viernes, 1 de marzo de 2019


SEVERO SARDUY





Renuncia a tu cuidado, bien lo sé...



Renuncia a tu cuidado, bien lo sé: tras
ese dolor que tu embestida aqueja,
en alivio y placer muda la queja,
más sosegada cuanto más penetras.

Cerveza transmutada o sidra añeja,
del oro tibio la furiosa recta
su apagado licor suma y proyecta
sobre el cuerpo deseoso que festeja

tanto derrame. A bálsamos o ardides
que atenúen la quema de tu entrada
nunca recurras. Mientras menos cuides,

unjas, prevengas, o envaselinada
disimules, mejor. Para que olvides
el mudo simulacro de la nada.

RAMÓN MARTÍNEZ LÓPEZ





Inmortalidad en el beso

Sólo quien ha besado sabe que es inmortal
Raquel Lanseros



El cuerpo nos recuerda lo que fuimos
con sus prisas ajenas y silencios.
Las flores seducen la mirada,
nos alejan de los grises
de la pátina del tiempo.
Hay lunes que sonrojan las mejillas
con secuencias de piel sobre el invierno.
Las caricias están en la otra esquina,
deambulando incansables por tu sueño.
Somos aire que acaricia los contornos
y semillas acunadas por el viento.
Incertidumbre somos
y pasajeros borrosos del recuerdo.
Manos cansadas que buscan temblorosas
los perfiles lejanos del encuentro.
Inconstantes somos
y, a pesar de los pesares, fuego.
Juguetes rotos que anhelan ser mañana
extraños en las playas de febrero.
Un lunar en tu falda
y su derribo.
Un punto, en tu cuaderno,
Secuencias de piel sobre el invierno
suspensivo.
Unos ojos.
Sus contrarios.
Hielo en el estío.
Al menos, eternos en el beso.
Inmortales lenguas de rocío


XAVIER OQUENDO





Campos de pentagrama

La canción es la amiga que me arropa
y después me desabriga.
Silvio Rodríguez
(“Compañera”)



Nuestra torre de Babel era la música.

El mundo nos cantaba
ay que pesado, que pesado
siempre pensando en el pasado.

Los jinetes del otro tiempo
emprendían la marcha
rodeados de la ceniza de su historia
hecha en los campos de un pentagrama.

Somos el perfume
de la canción que nos suena
temblando
con los ojos cerrados,
el cielo está nublado
y a lo lejos tú…

Se va tu voz, tu acorde desentonado,
el aroma que se inquilinó en tu blusa;
la vanidad y la infancia con sus chocolates,
pero la música se queda
como la madre,
como el olvido.


SARA VANEGAS COVEÑA





tu nombre … deja una cicatriz de naves incendiadas
aquí. en el océano de mi pecho


CESÁR DÁVILA ANDRADE





Variaciones del anhelo infinito



Si alguna azul mañana de febrero,
tras una larga noche de tormenta,
encontraran tus manos
el cadáver de un ángel en el campo. ..

Si alguna vez, hacia la media noche,
con tu sagrado sexo en las tinieblas,
te me acercaras tanto,
que pudiera oír cómo cae de tus labios
una dulce minúscula sin letra...

Si alguna vez, después de haber leído
una carta de amor, fueras descalza
hasta el río que amaste cuando niña
y escucharas el tránsito de mi alma...

Si alguna vez variaras sin motivo
la dirección delgada de tus trenzas
y te sintieras una joven nueva
con una diadema de gavillas y heno...

Si alguna vez tus manos se elevaran
tanto hacia el aire que no fueran materia
sino un deseo de sentir el alma
celeste y silenciosa de las cosas...

Si algún día tu voz (la que conozco),
atravesara sola esas praderas,
encontrara una fuente silenciosa
y le enseñara a pronunciar tu nombre...

Y, si pasaran siglos, muchos siglos,
y nosotros no fuéramos los mismos
después de tanto sueño en otras vidas;
si, entonces, te encontrara de repente
en una ciudad que todavía no existe
y lograra acercarme y estrecharte
con este amor que ahora no es posible...


FLOR ALBA URIBE





La hora



Hombre mío,
es la hora
de la pasión unánime,
la conjunción perfecta que nos brinda el instante.
¡Oh, pura incandescencia de cuerpos que se
buscan
y esperan anhelantes la dúplice ventura!

Tus brazos
que me anudan,
tu boca
empuja y desordena la sangre en mis arterias.

La hora del festejo para mis manos ávidas
que entre risas y besos
persiguen tu epidermis,
su límpida tersura trigueña, aire-soleada.
Sobre el dorado raso de tu piel-maravilla
desciende mi ternura
cual bandada de pájaros,
te palpo,
te conozco,
y aprendo de memoria llanuras y declives,
boscajes infinitos,
tu sexo hebra por hebra, fragancia por fragancia.

La hora de tus manos, palomas y tigresas,
marcando fuego a fuego su lento itinerario,
avanzan y regresan,
escalan y descienden
por suaves territorios y recodos salobres
izando en cada poro banderines de gozo.

Amor mío,
es la hora
de la ternura unánime,
una mujer y un hombre, de nuevo el paraíso.