martes, 30 de julio de 2019


JORGE EDUARDO EIELSON





Retrato



Cuanto puede el aire es
Mostrarnos su semblante
De planeta vencido,
Quizás servirte de espejo
Cuando te desnudas
O tomar, sombríamente,
Tu lugar cuando respiro.


De: "Doble diamante"


JOSÉ HOMERO





Tarde



La trama de alambre estaba rota
                                             por la parte que se fija al suelo
                      levantándola hasta mi cintura
                 me deslicé con el niño de seis años rumbo al lago.
                                      Nos encuclillamos en el pasto
                                                      justo en el declive
                               él delante mío
                                   yo asiendo sus manos

El día era azul y el viento abrasaba las hojas de los arces por los bordes
                  Dijo entonces
                          Y cuando tenga cien años y me muera, ¿los lagos seguirán viviendo?
                                                        Sí, Ezra, los lagos seguirán aquí 
                                       ¿Y los árboles?
                                                 Los árboles también y las rocas y las estrellas
                                  ¿Y cuándo volveré a vivir?
                                              No se vuelve
                                   Y si me muero, ¿ya no caminaré nunca?
                                        No
                                   hijo
                                          ¿Y no puedo nacer otra vez?
                                                                   No
                                   El agua centelleaba como fragua
                   Estreché la tibia cabeza contra mis hombros

                                        Bajo mis párpados ardía la tarde


JULIO CÉSAR TOLEDO





Desnuda la adolescencia (en Cuba)



Si algo añoro de la adolescencia es la desnudez.
La desnudez de adolescentes que sin razón danzaban en mi cuarto,
la mía de los domingos que bajo el sol maceraba su futura fruta
de tacto temeroso.

Extraño la desnudez de los chicos fumando,
sus cuerpos reposando lánguidos sin vello, dibujados por el humo
y yo  extasiado
desnudo
mirando tanta piel reunida, de la que hice mi vocabulario.

Extraño la desnuda confianza con que Maité me escribía desde su isla,
la desnudez de ella misma cuando andaba toreando tiburones:
palpaba sus caderas oscuras
cantando (qué voz) eso de somos lo máximo…

Todo parecía mejor así, desnudo,
como celebrando a la intemperie su existencia sin necesidad de tapar nada,
como si en la piel desposeída habitara también la transparencia
del mundo que se fragua simple y pleno

Hoy, la furia de los años nos cae en interminables kilómetros de tela.
La vida adulta, sus chamarras,
cubren más de lo que alguna vez imaginamos ver,
ya la piel es clandestina actividad que no se nombra.

Antes,
íbamos desnudos por algunas alamedas,
sin presumir
la lozana liviandad de nuestros vientres,
no incitábamos a nadie con esas airadas nalgas,
no;
tampoco pretendimos nada.
Era una desnudez que andaba sola,
sin necesitarnos habitaba nuestros cuerpos.
Era, cómo decirlo, una desnudez muy natural.

También fuimos locos que tocamos toda piel que vimos andar sin recato en las
aceras: salvajes adolescentes que andaban de pecho en pecho, de sexo en
sexo jugando a ser los primeros pobladores de la tierra
(animales del asombro, nuevos ricos).

Fue por desnudez que nos tentamos, no por morbo ni con fines de hacer más
ancho el orbe, no,
era pura y sencilla desnudez.

Ya pasados los días de encuerarse sin provocación alguna,
los chicos de glandes lisos y rosados
son robustos dueños de bodegas  de ropa en toda talla,
ya no fuman, corren dos kilómetros cortitos todas las mañanas
eso sí
con ropa deportiva muy a doc.

Y Maité,
                     ay Maité,
ya sin isla
ataviada con ropa de finísimas y registradas marcas,
no va nunca al mar (dicen, que se baña vestida para no
recordar el ardor de la piel sin protección).

Yo, a veces, cuando puedo llenar mis pulmones de suficiente melancolía,
me quedo bajo el sol alguna tarde de domingo
y como homenaje a aquella época de encueros
me desvisto,
y junto con mi cuerpo, en un exhalo lento (posibles lágrimas secretas),
desnudo también mi alma.



EDWIN MADRID





Al ingresar al parque vi a Quintillo Máximo besando a una muchacha, para no interrumpir torcí mi camino. A punto salir de los árboles, unos pasos agitados se detuvieron junto a mí:
-¡Por favor amigo! No digas a nadie que me viste con esa muchacha.
-¡Insensato Quintillo! Nunca saldrá de mi boca que te coges a la más fea de todas.


ROSABETTY MUÑOZ


  


La Santa de terciopelo



La Santa vestido de terciopelo
le cuelgan abalorios.
En andas.
Viaja sobre los hombros
y le agitan pañuelos blancos
Sortea temporales
             inmóvil.
Fija la mirada.
Fijo el madero portentoso
         de su cuerpo.
Sobrepuestos los retazos
de otros rezos.
La pueblan arañas y polillas.
Resplandeciente el rostro
                       policromado.
Bajo las ropas sagradas
los velos se pudren
y la madera astillada
se consume.


De: “La Santa”


GABRIEL CELAYA





Tus gritos y mis gritos en el alba...



Tus gritos y mis gritos en el alba.
Nuestros blancos caballos corriendo
con un polvo de luz sobre la playa.

Tus labios y mis labios de salitre.
Nuestras rubias cabezas desmayadas.

Tus ojos y mis ojos,
tus manos y mis manos.
Nuestros cuerpos
escurridizos de algas.

¡Oh amor, amor!
Playas del alba.