domingo, 12 de noviembre de 2017


IVÁN CRUZ




José de San Martín



Nada perderemos,
iremos a otra tierra,
hallaremos nuevos mares,
nuevas gentes,
nuevas ciudades llenas de colores
y sonrisas;
pero nuestra patria irá con nosotros,
a donde quiera que miremos
la patria estará allí,
esperándonos.

Nada hemos perdido
ni el amanecer desangrado del Cuzco,
ni los nidos de la torcaza araucana,
ni los muros dormidos de Macchu Picchu,
ni el color del maíz al desgranarse,
todo está en nuestro corazón
a la espera de nuestro regreso,
no temamos al viaje,
sigamos hasta encontrar
tiempos propicios para el regreso,
no hay nada que temer
aun en la muerte
la patria vendrá a nosotros
y traerá el rocío nocturno
del río de la Plata,
y el sol carmesí de los Incas
que en vida tanto regocijaron
a nuestros corazones.


HUGO DE MENDOZA




Piscina sirenaria



Al parecer
Con su limpia densidad
La piscina atrae a las muchachas.

     Sentadas   Hunden sus tobillos.
   
     En un grito caluroso
     De un ambiente primavera
     Tal vez comience el alborotar de nadadoras.

Una pequeña     -Apenas con diez años-
                       Se acerca al zafírico vitral.

                       Su trenza de materna artesanía
                       Es un lirio
                       Que hace táctil el matiz radiante.

La niña viene con sandalias     Salta
Y al caer a la sábana turquesa
Estalla una pirotecnia de cristales;
   Añicos de marinos astros
Festividad toda en el pecho del agua.

Yo le miro.     Ríe mucho.
Cual infantil sirena
Nada en el rectángulo del mar.     Canta.
Su canto es la transparencia más fina.

En su nado silencioso
Como cuando se oculta una medusa
La travesura es mojar a las jovenzuelas.

Quiere diluir sus maquillajes
   Hacerlas niñas
Que sientan aletas verdes     Rojas
   Que al sumergirse
El hundimiento sea un pliego
De naturaleza viva.

Las adolescentes en cólera
Rabian un lenguaje torpe.

Frunciendo el ceño la niña     Se aleja.

     Sólo el agua le acompaña
     Sólo el agua le simpatiza.

Y en un consuelo
La piscina crea una artificial marea.

      Su ensoñación es reconvertirse en sirena.

      La pequeña     Flota dentro de azulejos.

      Entonces se precipitan las muchachas.

     Arrojan sus peinetas
               Sus espejos.
     Recordando que alguna vez

        Soñaron ser sirenas.



FEDERICO VITE




Fisonomía de la culpa



I

Sed,
vientos de semblantes montañosos,
golpes oceánicos en la memoria,
rocas de amplio frontispicio en espera del impacto,
torrente de ansiedad en ascenso,
recuerdos de violencia desatada:
todo se guarda la piel del marinero.


II

De todos los tipos de tatuajes, prefiero los que ramifican el destino. 
Variadas formas de animales adquieren su fisonomía en la selva espesa de la tinta,
son el reflejo del miedo.
Pero elijo las manos oscuras del monje Nagh, su mirada oculta tras líquenes florecidos,
para dar comienzo a la cita con el dolor
de escribir en el cuerpo el nombre de la bestia que seré.    



III

El monólogo divino del escriba es coreado por el canto de otros monjes.
En trance, los tatuados reciben al animal impreso en su cuerpo. En éxtasis, cada hombre se transforma. Más allá de la bestia que llevan inscrita en la piel,
en la fauna de la tinta se regocijan los posesos, los aquí reunidos asisten a la migración del alma
y hunden sus garras, sus colmillos poco usados en el viento,
habitan la naturaleza salvaje del instante.


Nagh observa mis huellas en la sombra,
a su pensamiento espero:
Alas sin ave rodearán tu pecho
y relámpagos negros atravesarán
el cuerpo de un murciélago,
será de opacos pálpitos el latido de lo nuevo. 

De mares lejanos arribo a Tailandia,
al festejo de los monstruos me uno.


JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS

  
    

Los peces



Fuimos bajando hasta el fondo
por las calles del puerto. La noche
remaba en el abismo de los ojos. No recuerdo qué tanto
la brisa nos cubrió de sal y estrellas.
Es conveniente dormir a menos que amanezca, dijo,
pero éramos legión para esas horas ya rancias de cantinas.
El ron juntó a los peces
y a todas las criaturas que no duermen
esa noche de pescadores y viajantes, de grasa y aguacero.
Emigramos a La Luna,
que era una carpa improvisada en los
dudosos territorios del suburbio.
Sudores y cervezas, baile, sedimento
de géneros grotescos de alegría,
se fueron combinando con torpeza
hasta temblar en una sombra, un amasijo
de danza, alcohol y extrañas vidas.

Los círculos que lees con tu mirada
no están en realidad aquí,
pero a ti te fue dado contemplarlos,

—dijo sonriendo y se perdió bajo los cuerpos
en la anchurosa fiesta de esa carne.
El ritmo gobernaba la sordidez o la gracia
y en medio de su lago nos fundimos.

Más tarde, ya cansados
los pocos rezagados en La Luna,
sin sueño y con nostalgia de horizonte,
fuimos a buscar el mar:
la sonata del agua, el apetito de su hechizo,
en esa vigilia donde el límite
del cielo y el océano es todavía tiniebla.

Algo nos lleva ante la orilla
a ver cómo la luz se recomienza
y estar aquí sin comprenderlo,
testigos de este mar alucinado,
súbitamente viejos, silenciosos,
oyendo de su más oscuro corazón
una alabanza.

Sentados en el muelle esperamos el día:
poco a poco fue llegando su violeta,
la noticia azul de su marea,
y en el silencio de su gloria amanecimos.


LEONARDO VARELA




Precisiones del Duque de Gandía
con motivo de la muerte de Isabel de Portugal


Nunca más serviré a señor que pueda fenecer.
Sophia de Mello Breyner-Andersen



Toca el cristal del lecho
Es la historia de un hombre contada por sus días
Largas noches velando al pie de una muralla
Silenciosa y fugaz, que nadie más veía
Pues la ciudad cercada sólo existió en sus miedos
Memoria de su llanto
Desde que era un chiquillo del tamaño de una piedra
Desdentada y filosa
Donde el viento estrelló sus puños en el alba

A esa edad en que todo parece un simulacro
Del verdadero mar, que aún habita en nosotros
Y todavía se escucha
La lejana voz de Dios inaugurando las cosas
Las ciudades no son lo que aparentan
Ni los hombres más solos de la tierra van por ahí gritando
que se muere la poesía
Por el contrario hay quienes simplemente nacen
Y algún día
Habrán de retornar al viejo lecho de la sombra
Igual los barcos se alejan de nosotros
Así nos alejamos
Ajenos a toda metáfora
Como los puertos se van sin dejar sin dejar una luz que nos sostenga
Entre la vastedad
Así se van los días que han quedado tras nosotros
Los días que han de quedar cuando de nuestros sueños
no permanezca nada
Ni siquiera la posibilidad de haber sido olvidados
Y tal parezca que el mundo nunca nos concibió
Como si hubi-
Éramos sido
Una raza fatal, una vía desechada para la evolución de nuestra especie
El perfil de la moneda que nunca se acuñó
El canto
De un ave imaginaria

Como si el nombre de esta ciudad no hubiera sido anticipado
Por el más verosímil de todos los poetas
Yo salgo a caminar
Y el aire se duplica en mis pulmones
Hay un río que cruza la ciudad de una orilla a la otra
Un río que no es de oro pero tampoco falta
Porque el río llega al mar, como Manrique dijera
En su famosa copla a la muerte del padre
Líbreme Dios de hacer poemas cuando mi padre muerto esté en la tumba
Líbreme Dios de ser poeta si algún día llego al mar
Y mientras tanto corro por la costa del verbo colmado de muchachas
Que no necesitan poesía para mover sus caderas
Ni pensar en la muerte rutinaria
Mientras sus cuerpos pasan como estatuas
Que sabemos serán irrepetibles
Esa iracunda llama
He mirado pasar con más saudade que deseo

Afuera el río atruena, pasan camiones arrojando fuego
Ladran los perros como si el cielo estuviera a punto de caer
Los cobradores pasan en sus motocicletas inclementes
-ah, Baudelaire-
El carro de helados toca flautas de Hamelin
Los vendedores de todo llegan cargados de enciclopedias
Sobre pueblos remotos y animales precarios
Nuevos canales de televisión, orgasmos por computadora
También hay quienes llegan ofreciendo la muerte
También ay quienes llegan ofreciéndola
Bajo la forma de un libro
“-¿Acaso no ha leído usted la Biblia?”
¿Acaso Dios leyó alguna vez la Biblia
y autorizó a estos muertos venir a divulgarla?

No es que esté contra las religiones
Pero he tocado el pecho de los hombres
Y he habitado
Esta playa de huesos de la que nadie dice nada
Al lado del más humilde de los profetas
He sabido con quién se acuesta Dios
Y a quiénes odia más que a su propia imagen
Desde el antiguo paraíso
¿Para qué tantos templos
Para qué tantos nombres si no existiera
Esta temprana enemistad con el destino
Este destierro de canciones y guitarras?
Yo no tengo derecho a decir nada
Para eso está el fado
Y esas voces que cantan doloridas
Dolorosas
Porque son como playas que no llegan al mar
Como ríos que no recuerdan
Si alguna vez cruzaron esta ciudad vacía

Isabel de Portugal murió con todos los honores que se dispensan a los reyes
Salvo que reyes y reinas del pasado
no podían congelarse como el estúpido Walt Disney
Lo cual estaba bien para ese entonces
Había que pulimentar una losa muy grande y muy pesada
Para cubrir esa tumba
Y defenderla del embate de los ángeles que acudirían a arrancarla
O de las multitudes que acudirían a llorarla
Como si cada uno de ellos fuera y no fuere un trozo de esa muerte
Habría que defender ese puerto
como se defiende un puerto de los piratas
Como se protege una torre frente al asedio de las olas
Habría guardias noche y día protegiendo que nadie perturbara
esa muerte
Sacerdotes y hombres sabios dictando responsos
Encendiendo incensarios
Sacrificando perros
Para cruzar el Mictlán de los leprosos
Que le habían reservado a su monarca
¿Entonces, Duque, para qué desdeñar a los cadáveres
de la guerra y la paz de los sepulcros?
¿Por qué llorarla a ella?
¿Es decir no será que mutuamente nos estamos llorando
Todavía para qué desde tan largo tiempo
Ella, nosotros, usted y aunque no quiera
Ser llorado como el poeta que nunca fue
Sino por boca de Sophia de Mello?

He dicho todas estas cosas tan vulgares
Todas estas palabras insensatas y comunes
Para hablar de una muerte que no quiero nombrar
Señor Duque de Gandía
Su improbable excelencia en este diálogo
Al final del cual quisiera escabullirme con las piedras
Que rodean el silencio de los hombres
Esta ciudad alada y somnolienta
Amenaza desmoronarse al menor golpe de vino
Y cuando sus murallas ya no puedan sostenerme
Me perderé en las aguas de este insomnio
Junto con usted y si desea
Su amada ama
A la cual no tuve el gusto de conocer
Ni ahora, en estos tiempos tan procaces
En que debo atender asuntos más urgentes
Como esta llamada por teléfono
Así que nos iremos despidiendo
Sin hacer un solo gesto
Como suelen hacerlo las estatuas


De: “Palabras para sobrevivir en el desierto”




DIANA AZCONA TREJO

  


XIII

                                                                           Para J.L



Ellos no saben nada del horror,
no saben de tus manos secas, del  castigo,
de tus lilas casi rojas
ni que tu espalda se hizo piedra.

Tampoco saben que has muerto
sin perdón y sin tu pléyade.

No  dejaré que lo sepan
no se los diré.
Lo digo todo, pero nada digo.
  

De: “Crónicas de hospital”