domingo, 12 de noviembre de 2017

LEONARDO VARELA




Precisiones del Duque de Gandía
con motivo de la muerte de Isabel de Portugal


Nunca más serviré a señor que pueda fenecer.
Sophia de Mello Breyner-Andersen



Toca el cristal del lecho
Es la historia de un hombre contada por sus días
Largas noches velando al pie de una muralla
Silenciosa y fugaz, que nadie más veía
Pues la ciudad cercada sólo existió en sus miedos
Memoria de su llanto
Desde que era un chiquillo del tamaño de una piedra
Desdentada y filosa
Donde el viento estrelló sus puños en el alba

A esa edad en que todo parece un simulacro
Del verdadero mar, que aún habita en nosotros
Y todavía se escucha
La lejana voz de Dios inaugurando las cosas
Las ciudades no son lo que aparentan
Ni los hombres más solos de la tierra van por ahí gritando
que se muere la poesía
Por el contrario hay quienes simplemente nacen
Y algún día
Habrán de retornar al viejo lecho de la sombra
Igual los barcos se alejan de nosotros
Así nos alejamos
Ajenos a toda metáfora
Como los puertos se van sin dejar sin dejar una luz que nos sostenga
Entre la vastedad
Así se van los días que han quedado tras nosotros
Los días que han de quedar cuando de nuestros sueños
no permanezca nada
Ni siquiera la posibilidad de haber sido olvidados
Y tal parezca que el mundo nunca nos concibió
Como si hubi-
Éramos sido
Una raza fatal, una vía desechada para la evolución de nuestra especie
El perfil de la moneda que nunca se acuñó
El canto
De un ave imaginaria

Como si el nombre de esta ciudad no hubiera sido anticipado
Por el más verosímil de todos los poetas
Yo salgo a caminar
Y el aire se duplica en mis pulmones
Hay un río que cruza la ciudad de una orilla a la otra
Un río que no es de oro pero tampoco falta
Porque el río llega al mar, como Manrique dijera
En su famosa copla a la muerte del padre
Líbreme Dios de hacer poemas cuando mi padre muerto esté en la tumba
Líbreme Dios de ser poeta si algún día llego al mar
Y mientras tanto corro por la costa del verbo colmado de muchachas
Que no necesitan poesía para mover sus caderas
Ni pensar en la muerte rutinaria
Mientras sus cuerpos pasan como estatuas
Que sabemos serán irrepetibles
Esa iracunda llama
He mirado pasar con más saudade que deseo

Afuera el río atruena, pasan camiones arrojando fuego
Ladran los perros como si el cielo estuviera a punto de caer
Los cobradores pasan en sus motocicletas inclementes
-ah, Baudelaire-
El carro de helados toca flautas de Hamelin
Los vendedores de todo llegan cargados de enciclopedias
Sobre pueblos remotos y animales precarios
Nuevos canales de televisión, orgasmos por computadora
También hay quienes llegan ofreciendo la muerte
También ay quienes llegan ofreciéndola
Bajo la forma de un libro
“-¿Acaso no ha leído usted la Biblia?”
¿Acaso Dios leyó alguna vez la Biblia
y autorizó a estos muertos venir a divulgarla?

No es que esté contra las religiones
Pero he tocado el pecho de los hombres
Y he habitado
Esta playa de huesos de la que nadie dice nada
Al lado del más humilde de los profetas
He sabido con quién se acuesta Dios
Y a quiénes odia más que a su propia imagen
Desde el antiguo paraíso
¿Para qué tantos templos
Para qué tantos nombres si no existiera
Esta temprana enemistad con el destino
Este destierro de canciones y guitarras?
Yo no tengo derecho a decir nada
Para eso está el fado
Y esas voces que cantan doloridas
Dolorosas
Porque son como playas que no llegan al mar
Como ríos que no recuerdan
Si alguna vez cruzaron esta ciudad vacía

Isabel de Portugal murió con todos los honores que se dispensan a los reyes
Salvo que reyes y reinas del pasado
no podían congelarse como el estúpido Walt Disney
Lo cual estaba bien para ese entonces
Había que pulimentar una losa muy grande y muy pesada
Para cubrir esa tumba
Y defenderla del embate de los ángeles que acudirían a arrancarla
O de las multitudes que acudirían a llorarla
Como si cada uno de ellos fuera y no fuere un trozo de esa muerte
Habría que defender ese puerto
como se defiende un puerto de los piratas
Como se protege una torre frente al asedio de las olas
Habría guardias noche y día protegiendo que nadie perturbara
esa muerte
Sacerdotes y hombres sabios dictando responsos
Encendiendo incensarios
Sacrificando perros
Para cruzar el Mictlán de los leprosos
Que le habían reservado a su monarca
¿Entonces, Duque, para qué desdeñar a los cadáveres
de la guerra y la paz de los sepulcros?
¿Por qué llorarla a ella?
¿Es decir no será que mutuamente nos estamos llorando
Todavía para qué desde tan largo tiempo
Ella, nosotros, usted y aunque no quiera
Ser llorado como el poeta que nunca fue
Sino por boca de Sophia de Mello?

He dicho todas estas cosas tan vulgares
Todas estas palabras insensatas y comunes
Para hablar de una muerte que no quiero nombrar
Señor Duque de Gandía
Su improbable excelencia en este diálogo
Al final del cual quisiera escabullirme con las piedras
Que rodean el silencio de los hombres
Esta ciudad alada y somnolienta
Amenaza desmoronarse al menor golpe de vino
Y cuando sus murallas ya no puedan sostenerme
Me perderé en las aguas de este insomnio
Junto con usted y si desea
Su amada ama
A la cual no tuve el gusto de conocer
Ni ahora, en estos tiempos tan procaces
En que debo atender asuntos más urgentes
Como esta llamada por teléfono
Así que nos iremos despidiendo
Sin hacer un solo gesto
Como suelen hacerlo las estatuas


De: “Palabras para sobrevivir en el desierto”




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