Precisiones del Duque de Gandía
con motivo de la muerte de Isabel de Portugal
Nunca más serviré a
señor que pueda fenecer.
Sophia de Mello
Breyner-Andersen
Toca el
cristal del lecho
Es la
historia de un hombre contada por sus días
Largas
noches velando al pie de una muralla
Silenciosa
y fugaz, que nadie más veía
Pues la
ciudad cercada sólo existió en sus miedos
Memoria
de su llanto
Desde
que era un chiquillo del tamaño de una piedra
Desdentada
y filosa
Donde
el viento estrelló sus puños en el alba
A esa
edad en que todo parece un simulacro
Del
verdadero mar, que aún habita en nosotros
Y
todavía se escucha
La
lejana voz de Dios inaugurando las cosas
Las
ciudades no son lo que aparentan
Ni los
hombres más solos de la tierra van por ahí gritando
que se
muere la poesía
Por el
contrario hay quienes simplemente nacen
Y algún
día
Habrán
de retornar al viejo lecho de la sombra
Igual los barcos se alejan de nosotros
Igual los barcos se alejan de nosotros
Así nos
alejamos
Ajenos
a toda metáfora
Como
los puertos se van sin dejar sin dejar una luz que nos sostenga
Entre
la vastedad
Así se
van los días que han quedado tras nosotros
Los
días que han de quedar cuando de nuestros sueños
no
permanezca nada
Ni
siquiera la posibilidad de haber sido olvidados
Y tal
parezca que el mundo nunca nos concibió
Como si
hubi-
Éramos
sido
Una
raza fatal, una vía desechada para la evolución de nuestra especie
El
perfil de la moneda que nunca se acuñó
El
canto
De un
ave imaginaria
Como si
el nombre de esta ciudad no hubiera sido anticipado
Por el
más verosímil de todos los poetas
Yo
salgo a caminar
Y el
aire se duplica en mis pulmones
Hay un
río que cruza la ciudad de una orilla a la otra
Un río
que no es de oro pero tampoco falta
Porque
el río llega al mar, como Manrique dijera
En su
famosa copla a la muerte del padre
Líbreme
Dios de hacer poemas cuando mi padre muerto esté en la tumba
Líbreme
Dios de ser poeta si algún día llego al mar
Y
mientras tanto corro por la costa del verbo colmado de muchachas
Que no
necesitan poesía para mover sus caderas
Ni
pensar en la muerte rutinaria
Mientras
sus cuerpos pasan como estatuas
Que
sabemos serán irrepetibles
Esa
iracunda llama
He
mirado pasar con más saudade que deseo
Afuera
el río atruena, pasan camiones arrojando fuego
Ladran
los perros como si el cielo estuviera a punto de caer
Los
cobradores pasan en sus motocicletas inclementes
-ah,
Baudelaire-
El
carro de helados toca flautas de Hamelin
Los
vendedores de todo llegan cargados de enciclopedias
Sobre
pueblos remotos y animales precarios
Nuevos
canales de televisión, orgasmos por computadora
También
hay quienes llegan ofreciendo la muerte
También
ay quienes llegan ofreciéndola
Bajo la
forma de un libro
“-¿Acaso
no ha leído usted la Biblia?”
¿Acaso
Dios leyó alguna vez la Biblia
y
autorizó a estos muertos venir a divulgarla?
No es
que esté contra las religiones
Pero he
tocado el pecho de los hombres
Y he
habitado
Esta
playa de huesos de la que nadie dice nada
Al lado
del más humilde de los profetas
He
sabido con quién se acuesta Dios
Y a
quiénes odia más que a su propia imagen
Desde
el antiguo paraíso
¿Para
qué tantos templos
Para
qué tantos nombres si no existiera
Esta
temprana enemistad con el destino
Este
destierro de canciones y guitarras?
Yo no
tengo derecho a decir nada
Para
eso está el fado
Y esas
voces que cantan doloridas
Dolorosas
Porque
son como playas que no llegan al mar
Como
ríos que no recuerdan
Si
alguna vez cruzaron esta ciudad vacía
Isabel
de Portugal murió con todos los honores que se dispensan a los reyes
Salvo
que reyes y reinas del pasado
no
podían congelarse como el estúpido Walt Disney
Lo cual
estaba bien para ese entonces
Había
que pulimentar una losa muy grande y muy pesada
Para
cubrir esa tumba
Y
defenderla del embate de los ángeles que acudirían a arrancarla
O de
las multitudes que acudirían a llorarla
Como si
cada uno de ellos fuera y no fuere un trozo de esa muerte
Habría
que defender ese puerto
como se
defiende un puerto de los piratas
Como se
protege una torre frente al asedio de las olas
Habría
guardias noche y día protegiendo que nadie perturbara
esa
muerte
Sacerdotes
y hombres sabios dictando responsos
Encendiendo
incensarios
Sacrificando
perros
Para
cruzar el Mictlán de los leprosos
Que le
habían reservado a su monarca
¿Entonces, Duque, para qué desdeñar a los cadáveres
¿Entonces, Duque, para qué desdeñar a los cadáveres
de la
guerra y la paz de los sepulcros?
¿Por
qué llorarla a ella?
¿Es
decir no será que mutuamente nos estamos llorando
Todavía
para qué desde tan largo tiempo
Ella,
nosotros, usted y aunque no quiera
Ser
llorado como el poeta que nunca fue
Sino
por boca de Sophia de Mello?
He
dicho todas estas cosas tan vulgares
Todas
estas palabras insensatas y comunes
Para
hablar de una muerte que no quiero nombrar
Señor
Duque de Gandía
Su
improbable excelencia en este diálogo
Al
final del cual quisiera escabullirme con las piedras
Que
rodean el silencio de los hombres
Esta
ciudad alada y somnolienta
Amenaza
desmoronarse al menor golpe de vino
Y
cuando sus murallas ya no puedan sostenerme
Me
perderé en las aguas de este insomnio
Junto
con usted y si desea
Su
amada ama
A la
cual no tuve el gusto de conocer
Ni
ahora, en estos tiempos tan procaces
En que
debo atender asuntos más urgentes
Como
esta llamada por teléfono
Así que
nos iremos despidiendo
Sin
hacer un solo gesto
Como
suelen hacerlo las estatuas
De: “Palabras para sobrevivir en el desierto”
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