jueves, 19 de enero de 2023


 

ALEXIS ROMERO

 


 

en contra de mí

la nada
a veces yerra

de allí
el tiempo
que nos engendra

y nos pudre
serenamente
 


De: “La inclinación” 

 

 

MARÍA ANGÉLICA MORENO

  


 

Parque Aragua arde
a las tres de la mañana.

Los carros pasan
a velocidad luz.
……….. —Los travestis se quedan
……….. íngrimos otra vez—

El loco Panchito
pasa por aquí
todas las madrugadas
cantando villancicos.

Los junkies de
La Bolívar
lo mandan a callar
y miles de perros endemoniados
corren tras él.

Sobre mi rostro
titila el cartel de neón
de Torigallo.

Todo lo veo arder
mientras mis piernitas
de niña
cuelgan desde la ventana
de un segundo
piso.

 
 

IGOR BARRETO

 

 

Tipología mandelstamiana del zancudo

 

 

–El pequeño punto negro:
en el jarro, en la cómoda, en el espejo
de cristal de roca
de una casona.
–El zancudo alón
llegado de la selva húmeda,
y que además de tener alas
como la mariposa Monarca:
(Danaus plexippus)
posee grandes ojos.
–Otro rechoncho
como gallina negra
y clueca.
–El zancudo angoleta
con su violín gitano de registro agudo
que simplemente
te podría enloquecer.
–El de cuerpo
con listones blancos y negros
como la piel de la cebra del Serengueti.
–El zancudo gigante
de sombrero y capa,
oculto en el dorso alunado
de antiguas ceibas.
Todos
quisieran beber tu sangre
mientras estás sereno y yacente,
aquí en el trópico:
y sordomudo temes
la bestialidad del Nosferatu
de Murnau.
 

De: “El Muro de Mandelshtam”

 

 

IDA GRAMCKO

 

 

 

Caracol, el hermano,

el mismo yo, mas caracol. Concisa
su forma sigue sin barniz ni estrago
para que el hombre sufra un alma rica,
un alma suya en el vellón y el gajo,
íntima, inmensa, siempre en sed y ahita.
Así construimos un lugar humano,
pero tan lleno de él como de brisa.
Inventamos
una pared de cal… ¡y tan distinta!
Un muro nuevo, ¿raro?
Sólo en su fresca soledad continua.
—¿Soledad, otra vez lo solitario,
otra vez la distancia? ¿Y la caricia?—
Cálmate, amor; lo nuestro es lo lejano,
toca el largo perfil, la piedra lisa
dice por voz de su vigor: yo te amo.
La forma singular es la infinita.
 
 
 

NUNO JÚDICE

 

 

Te amaré


 

Si te amara en el centro de la noche, oyendo a la noche
decirme que es de día, o si te amara en lo más hondo
del cuarto, sintiendo caer una cortina de astros, o
si te amara en tus brazos, en unos brazos de agua,

te amaría en la línea del estuario donde los días
desembocan y las noches reposan, viéndote
abrir las cortinas del cielo para que el sol apague
los astros, y cerraras las persianas del cuarto

donde el agua que escurre de la noche dejó un brillo
en el fondo de la memoria, donde tu voz me
llama hacia lo más profundo de la habitación, en el centro del día

que se volvió noche cuando, entre cortinas y persianas,
abriste y cerraste el estuario de tu cuerpo, para que
te amara en tus brazos, en unos brazos de agua.
 
 

Versión de Blanca Luz Pulido
 

EDDA ARMAS

 

  


En otro jardín

para y con Elizabeth Schön

 

El heroísmo del alma está en vivir,
el heroísmo del cuerpo en morir.

Marina Tsvietáieva

 
Me he estado preguntando por tu habitar de ahora.

Tantas veces quise figurarme cómo sería cuando ya no
estuvieses. Ese día en que tu voz no me buscase insistente
en la línea telefónica. Pero nada, nada, se parece
a este presente terrenal sin ti.

Imaginaba entonces algún remoto lugar, aún desconocido
para mí, donde tu rostro le sonríese a la luz de la mañana
como el girasol lo hace con la risa tuya,
y en la cola de su estela pudiese yo seguir buscándote,
o en la flor abierta cuando el pétalo se torna voz,
simulándose tú, haciéndote carne mordida de fruta.

Pensándote de este modo fue que apareciste con
el sombrero de ala ancha y azul en ese jardín de girasoles
y hacia ti fui, buscando platicar como solíamos hacerlo,
entre la urdimbre en flor en las palabras que, con esmero,
cuidabas, y me pedías que también cuidase yo.

Fue testigo el árbol plantado al fondo frente al muro
su tallo rugoso de robustas ramas expandidas
a las que la brisa, ahora fría, le mueve las hojas
sin que a Elizabeth pudiese sentirla entre ellas,
como si estuviese regresando del patio a su habitación.

A las ramas en el patio las sigue moviendo por la tarde
la lluvia, y a las hojas les salpican los ocres grises de la tierra
semejantes a aquellas pinceladas azuladas de tus ojos,
y con ellos me llega el silencio y entre los árboles
veo como te mueves libre con tu cuerpo de ardilla,
y recorro los pasos que tantas veces acompañé
como si volviéramos a las rutinas de la presencia.

Con paciencia reclamada sé que te espero
sentada en el banquito ruin de cemento
debajo del árbol con olores a fruta pasada
escuchando los ruidos de las aves nocturnas
sobrecogida con el plenilunio de luna
comprendiendo que en la nada la nada
beckettianamente nos mueve
cuando es ella quien te alcanza
en el libro abierto de tu paisaje.
  
 

De: “Fruta hendida”