miércoles, 21 de octubre de 2020

JOSÉ MARÍA PARREÑO

 



este otoño que tanto te quiero...

 


 

este otoño que tanto te quiero

te regalo la lluvia.

la lluvia es todo:

es canción triste, es compañía,

es llanto persistente sobre todo el paisaje,

es la caricia que hace temblar el suelo

y elevar el sexo de las flores.

es la orden húmeda que implanta

los más espesos olores.

te la regalo porque es como tú,

extensa, repentina,

de estatura cansada por el sol de la tarde,

de ojos también cayéndose camino del invierno

y porque en ella yo me siento tan dulce

como me siento en ti.

 

de todo lo que vuela y nos hace sufrir

nada más compasivo y simple que la lluvia,

y nada tan frágil y a la vez tan invicto

y nada como su misma promesa de frutos y verdor.

mírala, como un mar derrumbado,

como ruinas de una atmósfera de agua que existió.

muchas veces

me empapa de nostalgia y me hace nudos

que escuecen al tragar.

será porque la lluvia

cubre bosques que has amado conmigo,

nos ha mojado juntos, imparcial, minuciosa,

en lejanas provincias junto al mar.

ya para siempre tendrás lo que te he dado,

de mi regalo nunca podrás huir

ni devolvérmelo.

y cuando llueva, cada gota en tu cuerpo será un beso,

un beso que no pide nada a cambio,

que atravesará los impermeables, los paraguas,

diciéndote con su idioma monótono y dormido

que te quiero.

 

CARLOS LÓPEZ NARVAEZ

  

 


Diafanidad

 


 

Sereno el esplendor de nuestro júbilo

en la urdimbre de oros vesperales;

lino tus manos, sedas el murmullo

de la canción y la ternura errantes.

 

Callada melodía del coloquio...

Mi corazón, nostálgico velamen;

tu corazón, velero migratorio,

mecidos al arrullo del instante.

 

Y los deseos como rosas vagas,

y la caricia como una ave ciega,

dulcemente quedándose asomadas

a ti como al brocal de una cisterna.

 

Toda distante, toda en mí te llevo;

dora la bruma tu presencia cándida,

y sobre el césped de un azul silencio

la noche compasiva nos enlaza.

 

 

LUIS ZALAMEA BORDA

  

 

 

Como en los días de julio

 

                   "Siempre es el mar donde mejor se quiere".

                               Andrés Eloy Blanco



 

No quiero oír tu voz,

ni adivinar tu angustia

desde el destierro,

ni revivir en momentos de celo o de locura

aquella nuestra entrecortada despedida.

(Las voces de la noche eran nuevas, sutiles;

tus amplios pechos se encogieron, tremendos en su lucha,

buscando encarcelarse en la tiniebla tibia. )

 

Ella, la despedida, no era marina como en lejano día,

sino terrestre, final, definitiva;

molde de soledad, herida, grieta, tajo de nuestras vidas.

Y así quiero que sea.

 

(Tu imagen está ya condenada al limbo de las horas perdidas

en la inmensidad de un mar que se despierta, atónito,

de un sueño de ondinas, madréporas en flor y barcos asesinos.)

No quiero reflejar mi triste mirada en tu recuerdo.

Quiero olvidarte toda, poro a poro,

exánime, jadeante, casi muerta sobre la tierra plena

que conjuga el amor ígneo de la euforia volcánica.

 

(En la lejanía mueren en coro, de tedio,

con dignidad crustácea, los pálidos cangrejos,

y la tarde se disfraza de buzo.)

 

En mi memoria serás desde hoy,

como en los días de julio,

un sudor hecho hembra

al final del camino.

 

 

AUSIÁS MARCH

 



Velas y vientos cumplan mi deseo…

 



Velas y vientos cumplan mi deseo,

siguiendo dudosos caminos por la mar.

Mistral y Poniente contra ellos veo fraguar,

más Siroco y Levante les ayudarán

junto con sus amigos Gregal y Mediodía,

que humildemente ruegan al viento tramontana

que les sea propicio en su soplar,

y así, los cinco, consigan mi regreso.

 

Hervirá el mar cual la cazuela en el fuego,

mudando su color y estado natural,

y mostrará querer mal a cualquier cosa

que un instante sobre él se detenga;

peces grandes y pequeños correrán a salvarse

y buscarán escondrijos secretos;

huirán del mar donde nacieron y crecieron,

y su salvaci6n en la tierra perseguirán.

 

Todos los peregrinos a la vez jurarán

y prometerán presentes hechos de cera;

el gran pavor sacará a la luz los secretos

que al confesor no fueron descubiertos.

 

En el peligro, no os borraréis de mi pensamiento,

antes bien haré votos al Dios que nos ligó

para que no mengüe mi firme voluntad

y en todo momento me seais presente.

 

A la muerte temo, que de vos me separa,

y porque Amor por muerte es anulado;

mas no creo que mi querer, superado

pueda ser por tal separación.

Me temo que vuestro escaso amor

me abandone al olvido, apenas yo muera;

tan sólo este pensamiento aturde mi placer

-pues no creo que tal suceda mientras viva-:

 

que tras mi muerte, perdáis poder de amar,

y todo él en ira se convierta,

en tanto que forzado yo a dejar este mundo,

todo mi mal sea el de no poderos ver.

¡Oh Dios! ¿por qué no hay limite en el amor,

si cerca de aquél yo me encontraría solo?

Sabría cuándo vuestro querer me quiere,

temiendo, confiándolo todo al porvenir.

 

Soy el más ferviente amador,

tras de aquel a quien la vida ya Dios arrebató:

pues yo vivo, y mi corazón no muestra duelo

tanto por la muerte como por su enorme dolor.

A bien o mal de amor estoy dispuesto,

pero mi mala fortuna a tal caso no me lleva ;

desvelado, abierta de par en par la puerta,

me hallará respondiéndole humildemente.

 

Yo deseo aquello que tanto puede costarme,

y esta espera de muchos males me consuela;

no me place el que mi vida esté a salvo

de un muy grave caso, el cual pido a Dios ocurra.

Entonces no tendrán las gentes que dar fe

de lo que Amor fuera de mí haga;

su poder se manifestará con actos

y mis dichos con hechos probaré.

 

Amor, siento de vos más que no sé,

y la peor parte me tocará:

sólo sabe de vos quien sin vos está.

Al juego de los dados os asemejáis.

 

 

Versión de José Batlló

 

FERNADO CHARRY LARA

   

 

 

El verso llega de noche

 



En la ciudad de bruma la fiesta

de las noches es un bosque

de cabelleras oscuras y de estrellas.

 

Turbándome con sus pálidos dedos de rocío

como entre los amantes sorpresivas palabras,

su silencio enloquece las plazas solitarias,

las calles, los ámbitos callados

por donde pasa el aire misterioso de siempre.

 

Es el rumor, las alas

como ala anochecer la sombra

de una cabellera en las manos.

Es el rumor vagando entre vientos,

entre lúgubres vientos

en que sollozan luces

y espejos de la ciudad nocturna.

 

Es el rumor, las sílabas

que nacen y llevan una canción

al corazón que sueña,

una canción, las sílabas

creciendo en medio de la niebla

o tal flor desnuda bajo la lluvia,

(nunca hemos amado tanto, nadie

sabrá decir que hemos amado tanto

en una noche.

En nuestro corazón resuenan los horizontes

y resuena también la vecindad de la tierra.)

 

El verso silencioso fue en la noche,

el verso claro fue el instinto

bajo ruda corteza o piel amarga.

El verso, palabras ceñían los cuerpos

delgados de las mujeres,

sus claros cuerpos bajo la luna

suspendidos en la música,

sílabas ceñían sus cuerpos

como voces ardientes, como llamas.

 

En un árbol de lluvia que gime al viento

sus canciones,

sube la sangre en río sollozando ligera

y soporto encendida la tristeza de un grito

largamente tendido en medio de la noche.

 

De la noche sedienta, de la innúmera noche,

de la noche que guarda

los deseos como sombras,

de las dolorosas, mudas sombras amadas,

sombras de los deseos

sombras de un antiguo amargo silencio.

Amargo, sí, errante silencio en que no queda

sino el poema en la noche,

como recuerdo herido por el filo de un beso.

 

 

SAINT KABIR

 



SAINT KABIR


 


6

 

La luna brilla en mi interior; pero mis ojos ciegos no pueden verla.

La luna está en mí, lo mismo que el sol. Sin que lo toquen, el tambor de la eternidad resuena en mi interior;

pero mis oídos sordos no pueden oírlo.

Así, en tanto que el hombre reclame el Yo y lo Mío, sus obras serán como cero. Cuando todo amor del yo y de lo mío

haya muerto, entonces es cuando se consumará la obra del Señor.

Que el trabajo no tenga otro afán que el conocimiento.

Alcanzado el conocimiento, déjese el afán. El afán de la flor es el fruto; cuando el fruto madura, la flor se marchita.

El ciervo contiene el almizcle, aunque no lo busca en sí mismo sino husmeándolo en la hierba.