El verso llega de noche
En
la ciudad de bruma la fiesta
de
las noches es un bosque
de
cabelleras oscuras y de estrellas.
Turbándome
con sus pálidos dedos de rocío
como
entre los amantes sorpresivas palabras,
su
silencio enloquece las plazas solitarias,
las
calles, los ámbitos callados
por
donde pasa el aire misterioso de siempre.
Es
el rumor, las alas
como
ala anochecer la sombra
de
una cabellera en las manos.
Es
el rumor vagando entre vientos,
entre
lúgubres vientos
en
que sollozan luces
y
espejos de la ciudad nocturna.
Es
el rumor, las sílabas
que
nacen y llevan una canción
al
corazón que sueña,
una
canción, las sílabas
creciendo
en medio de la niebla
o
tal flor desnuda bajo la lluvia,
(nunca
hemos amado tanto, nadie
sabrá
decir que hemos amado tanto
en
una noche.
En
nuestro corazón resuenan los horizontes
y
resuena también la vecindad de la tierra.)
El
verso silencioso fue en la noche,
el
verso claro fue el instinto
bajo
ruda corteza o piel amarga.
El
verso, palabras ceñían los cuerpos
delgados
de las mujeres,
sus
claros cuerpos bajo la luna
suspendidos
en la música,
sílabas
ceñían sus cuerpos
como
voces ardientes, como llamas.
En
un árbol de lluvia que gime al viento
sus
canciones,
sube
la sangre en río sollozando ligera
y
soporto encendida la tristeza de un grito
largamente
tendido en medio de la noche.
De
la noche sedienta, de la innúmera noche,
de
la noche que guarda
los
deseos como sombras,
de
las dolorosas, mudas sombras amadas,
sombras
de los deseos
sombras
de un antiguo amargo silencio.
Amargo,
sí, errante silencio en que no queda
sino
el poema en la noche,
como
recuerdo herido por el filo de un beso.
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