domingo, 12 de septiembre de 2021


 

CARLOS MARZAL

 

 

Olor a miedo

 


Yo puedo oler el miedo en cualquier parte. 
Y por saberlo no hay que perder la calma. 
No es un hecho asombroso. 

Es sólo un hecho. 

Parece que no hay nada fuera de lo corriente, 
y, sin embargo, hay miedo, 
hay un rumor obsceno, que es la vida 
latiendo por debajo de la vida. 

La cuerda del violín se tensa demasiado, 
la caldera estallará dentro de unos momentos. 
Y todo es como siempre. 

La muchacha 
baila medio desnuda en mitad de la pista, 
y unos tipos babean en la tiniebla espesa. 

(Todo en calma. 

Sin novedad en el frente. 
Y el silencio se afila poco a poco.) 

Dos novios, embobados, 
ella con la cabeza sobre el hombro de él, 
escuchan a las sombras hablar en la pantalla: 
Arranca y vámonos. 

Qué mierda de país. 
Desde hoy en adelante, 
s6lo será mi hogar la carretera. 

(No hay nada que objetar. 

No hay nada que temer .) 

Los bañistas 
sudan al sol de un verano implacable; 
del chiringuito próximo, penosa, 
llega la consabida canción de un transistor. 

(Y las saetas están a punto de alcanzar su límite, 
el agua hirviendo se desborda del mundo, 
y aunque nadie lo advierta, 
ahora es la vida un hierro al rojo vivo.) 

No hay nada que temer, no hay nada que objetar, 
todo bajo control y todo en calma, 
y, sin embargo, 
hay una vida que arde debajo de la vida, 
y un clamor insufrible que alimenta el silencio, 
y un continuo rumor en mitad de la nada. 

Que cada cual acepte su condena: 
yo puedo oler el miedo en cualquier parte. 

 

 

VICENTE GAOS

 

  

Luzbel

 

Arcángel derribado, el más hermoso
de todos tú, el más bello, el que quisiste
ser como Dios, ser Dios, mi arcángel triste,
sueño mío rebelde y ambicioso.

Dios eres en tu cielo tenebroso,
señor de la tiniebla en que te hundiste
y de este corazón en que encendiste
un fuego oscuramente luminoso.

Demonio, señor mío, haz que en mi entraña
cante siempre su música el deseo
y el insaciable amor de la hermosura,

te dije un día a ti, ebrio de saña
mortal. Y, luego a Dios también: No creo.
Pero velaba Dios desde la altura.

 

 

PERE GIMFERRER

 

 

Nocturno imperio



¿Aún más?
                 No. basta ya. Disueltas
aguas, cuando el joyel de fuego se rompe.
Más añorada perla, muy sutil
la blancura de una espalda. este relámpago
de la nieve en tu vientre, en tu cuerpo tibio,
dorado como el otoño cuando mueve hogueras,
mío ya para siempre en la noche de los cuerpos,
esta luz de mi recuerdo, todavía
más viva porque una vez más los ojos
crean esta luz, de bronce, de cobre,
la herramienta viva del cuerpo diamantino.
Cincel de fuego, de nieve. El agua ¿es
su claridad transparente? Disolverse el alma
como en el pozo de una mina. El hombre sabe
las celadas de la luz, del cuerpo. La música,
con tanta claridad, no nos dejará ciegos,
pero dementes ¿quién sabe? Tal vez una corriente
y perderse en ella. Los primeros compases dicen
lo inestable, lo secreto, aquello que espera,
secreto como una hoja de otoño,
pero secreto mortal. ¿Quién lo sabe? ¿La piel
de los amantes, toda sol? ¿Tal vez las hojas,
verdes de tanta luz? ¿El sol, que mueve los árboles?
Porque, si cierro los ojos, es la llanura
unas aguas vivientes, un exterminio,
vides de la vendimia, cuando los oros
apesadumbran los ojos. Más oscuro, el vientre.
un imperio marino. Como cuando las cuerdas
del violín, reclamo de un vasto reino,
abren un tema, y es como si desgarraran
el cuerpo, cortina negra, boca
de escenario olvidado. Ausentes orquestas.
Esta tibieza -y es como un lienzo
vacío de pared la vida para nuestra mirada,
los oros del muro húmedo- cuando, cuerpo con cuerpo,
con alas de gerifalte, que tan fuertemente palpitan,
palpita el pecho, y es el aliento, y las hojas
con el mismo rumor se mueven: sol
con sol, apoteosis. Brillan carros.
El decorado tal vez. Este pico de púrpura.
¿De qué país? ¿De qué fuego de encrucijadas?
¿Qué otoño o invierno desgarra los cuerpos?
Cuerdas pulsadas, más sutil claridad
filtrada en los ojos. Dejadme. Sí, la música,
como un cuerpo con luz de plenilunio,
el último abismo, el fondo del fondo, las aguas
que musgosas se cierran cuando un cuerpo,
diamantino como el agua, se convierte en silencio.

 

LEIDY BIBIANA BERNAL

 

 

 

Nunca otra vez

 

 

Amanece de nuevo.
La luz vuelve a caminar a ciegas.
Amanece como si el mundo aún no naciera,
como si el sueño de donde vendrá
todavía no lo tuviera nadie.
Y si Dios no existe, ¿quién nos sueña?
Amanece en la ciudad.
Ayer todo parecía real.
Sobrevive el recuerdo
de un rostro en una calle
¿pero quién era?
Amanece nunca otra vez.
El rumor urbano comienza
la vigilia de los transeúntes aún no despierta.

 

 

De: “Pájaro de piedra”

 

 

EZEQUIEL CARLOS CAMPOS

 

 

 

 

El diamante

 


Un día me comí una piedra

días después

encontré un diamante

en el inodoro.

 

LUIS DE GONGORA Y ARGOTE

  

 

En crespa tempestad del oro undoso...

 

 

En crespa tempestad del oro undoso 
nada golfos de luz ardiente y pura 
mi corazón, sediento de hermosura, 
si el cabello deslazas generoso.

Leandro en mar de fuego proceloso 
su amor ostenta, su vivir apura; 
ícaro en senda de oro mal segura 
arde sus alas por morir glorioso.

Con pretensión de fénix, encendidas 
sus esperanzas, que difuntas lloro, 
intenta que su muerte engendre vidas.

Avaro y rico y pobre, en el tesoro, 
el castigo y la hambre imita a Midas, 
Tántalo en fugitiva fuente de oro.