martes, 23 de febrero de 2016


DIANA DEL ÁNGEL




VI



Me dejaste
la sombra tibia de tus manos en mi cara,
esas tardes sobre la hierba, a la orilla del mundo,
mirando los volcanes falsamente dormidos,
el misterio de tu musgo, se me quedó
entre los dedos el desliz de tu pelo en retirada,
el horror de tu alma rota una noche
lejos del pan y del hogar compartido,
tu historia mutilada y tu locura,
la certeza de que no eras tú,
la memoria de tu cuerpo luminoso.
también algo de nostalgia. Tendido
te dejo en estas líneas
carne sombría, impensable, colérico,
lúcido, sonriente, asombro puro,
desterrado, triste, irónico,
horizontal, telúrico, olvidado.

  
De: Maneras de fijar tu sombra




LUIS CERNUDA




Las islas



Recuerdo que tocamos puerto tras larga travesía,
y dejando el navío y el muelle, por callejas
(entre el polvo mezclados pétalos y escamas),
llegué a la plaza, donde estaban los bazares.
Era grande el calor, la sombra poca.

Con el pecho desnudo iba, distraído
como si familiares fuesen la villa y sus costumbres,
y miré en un portal al mercader de sedas
que desplegaba una, color de aurora, fría a los ojos,
sintiendo sin tocarla la suavidad escurridiza.
Ante un ciego cantor estuve largo espacio,
único espectador, y parecía cantar para mí solo.
Compré luego a una niña un ramo de jazmines
amarillentos, pero en su olor ajado tuvo alivio
la dejadez extraña que empezaba a aquejarme.

Desanudada la faja en la cintura,
unos muchachos que pasaban, reían,
volviendo la cabeza. Acaso me creyeron
Ebrio. Los ojos de uno de ellos eran
como la noche, profundos y estrellados.

La humedad de la piel pronto se disipaba
por el aire ardoroso, a cuyo influjo
mi pereza crecía. Me detuve indeciso,
acariciando el cuerpo, sintiendo su tibieza
lisa, como si acariciara un cuerpo ajeno.

Seguí, por parajes nunca vistos,
mas presentidos, igual a quien camina
hacia cita amistosa. Deponía la tarde
su fuerza, cuando al fin quise
buscar reposo ante un umbral cerrado.

Era un barrio tranquilo. Mis párpados pesaban
(acaso dormí mucho), y al abrirlos de nuevo
ya el sol estaba bajo en el muro de enfrente.
Una presencia ajena pareció despertarme,
porque al volver la cara vi una mujer, y sonreía.

Como si de mi anhelo fuese proyección, respuesta
ante demanda informulada, me miraba, insegura;
aunque yo nada dije, con gesto silencioso,
invitándome adentro, me tomó de la mano.
La seguí, con recelo más débil que el deseo.

La sala estaba oscura (ya caía la tarde).
Sobre la estera había almohadas, un cestillo
anidando manojos de magnolias mojadas,
de excesiva fragancia. filtró la celosía
unas palabras de la calle: «Le encontraron muerto».

Las pensé referidas a un camarada,
quizá presagio de mi sino. Pero ella,
atrayéndome a sí, sobre la alfombra
el ropaje tiró, como cuchillo sin la vaina,
fría, dura, flexible, escurridiza.

Mis manos en sus pechos, su cintura
quebrarse pareció al extenderme sobre ella,
y en el silencio circundante, al ritmo
de los cuerpos, oí su brazalete,
queja del ave fabulosa que escapaba.

La oscuridad llenó la sala toda
cuando saciado y satisfecho quise irme.
En la puerta (ella como mi sombra me seguía),
al cruzar su dintel, sentí que entre mis dedos
quedaba el brazalete, ahora inerte y mudo.

Mucho tiempo ha pasado. No aceptara
revivir otra vez esta existencia.
Mas no sé qué daría por sólo aquel instante
revivirlo. Bien sé que apenas tengo con qué tiente
al destino, ni el destino tentarse dejaría.

Cuando el recuerdo así vuelve sobre sus huellas
(¿no es el recuerdo la impotencia del deseo?).
Es que a él, como a mí, la vejez vence;
y acaso ya no tengo lo único que tuve:
Deseo, a quien rendida la ocasión le sigue.


JOSEFINA PLA




Trópico



Amargas lunas mates de estero hechizan, muertas,
noches de frutos altos y de tácitos vuelos.
Ríos de cocodrilos y de tortugas lentas
descaman las estrellas de un calcinado cielo.

En urgencia arterial, por roja tierra tibia
discurre el agua madre de las inundaciones,
mientras corolas túrgidas como sexos encienden
la lámpara votiva de las insolaciones.

Carnívoros estambres, piedras que encierran astros;
troncos que se hacen nudo mortal bajo agua quieta;
peces de aguda voz, aves de mudos rastros.

La Cruz del Sur, guardiana de sus misterios, arde,
cual cifrando en su acorde de siderales neones
la música del mundo en su primera tarde.


1938


GLORIA SANDIRA CASTRO SALAZAR




Me pierdes



De par en par,
fluyendo,
libre,
paranoica ambición de contenerte dentro y fuera,
esparcido,
conmovido,
sabes a mí,
conoces mi infinito escaso y desinhibido,
días que no cortan mi sombra,
rodeos de una locura que te apasiona,
tú,
roedor de mis contorciones,
amante de lo que algún día poseo,
tú vives,
suplicas,
amas y penetras arenas,
montañas,
sed y mares perversos,
ganas todas mis guerras,
y aun así,
me pierdes.




LIVIO RAMÍREZ



  
Muerdo mi propia sangre



diariamente
cada instante
pregunto a mis verdades
me escucho
con profunda desconfianza
toco a muerte
el íntimo tambor
a ver si no se rompe
con mi nombre
llamo traidor al ojo
si no llega al subsuelo de la imagen
practico la acrobacia del yo mismo
en el fondo la vida es cuestión de saltos mortales


De: Arde como fiera



GERARDO DIEGO



  
Por qué cuando te hablo...



¿Por qué cuando te hablo
cierro los ojos?
Yo pienso en aquel día
y en que tú me los cierres
- esperanza infinita -,
a ver si mis palabras
- costumbre larga mía -
pueden más que la muerte.