lunes, 7 de julio de 2014

FRANCISCO L. AMADEO


 

El oro de la Margarita

 

Toda llena de gracia,
la fina aristocracia
de su nívea corola
dobló una margarita
que estaba triste y sola,
para cantar su cuita
a un pálido lucero.
(Un príncipe encantado, prisionero
en el palacio azul de una laguna).

Pasó un nublado, que apagó –tal una
pena nubla en el pecho la alegría–
el lucero que ardía;
y en un llanto de pétalos,
la flor dijo de su dolor.

Y fué la nueva aurora.
Y sobre el tallo erguido
de la flor angustiada, brilla ahora
un botón encendido;
porque Dios, conmovido
de la flor ante el lloro,
puso en su cáliz un lucero de oro...

 

 

 

 

LUIS PALÉS MATOS


 

El beso

  

El champagne de la tarde sedativa
Embriagó la montaña y el abismo,
De una sedosidad de misticismo,
Y de una opalescencia compasiva.

Hundiste el puñal zarco de tu altiva
Mirada en mis adentros, y el lirismo
Cundió mi alma de romanticismo:
Rodó la gema de la estrofa viva.

Entonces gimió el cisne de mi ansia,
Por el remanso lleno de arrogancia
De tus ojos nostálgicos y sabios;

Y la dorada abeja del deseo,
En su errante y sutil revoloteo
Buscó el clavel sangriento de tus labios.

 

 

JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ

 

Romance

 

I

 

Hermosísima Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes;
tres lunas ha que te busco
par la orilla de los mares,
por la cima de los montes,
por el fonda de los valles.

Al no verte en el areito
ni en la choza de tus padres,
ni en el baño que cobijan
pomarrosas y arrayanes,
murió la risa en mis labios,
y de verter llanto a mares,
pierden su brillo los ojos
que reflejaron tu imagen.

Mis guerreros ya no tocan
caracoles y timbales,
y temerosos me siguen
sin atreverse a mirarme;
que a todo el mundo pregunto,
y no me responde nadie,
¿do está la hermosa Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes?


II


Le he prometido a quien diga
el lugar do puedo hallarte,
la mitad de la cosecha,
la mitad de mis palmares,
mi castillo de Cacique,
el que heredé de mis padres,
hecho con oro del Yunque
sin liga de otros metales;
mis más hermosos aretes,
mis más hermosos collares
y con mi carcaj de concha
embutido de corales,
mis flechas más aguzadas
y mi arco de más alcance.

Los ancianos de la tribu
quieren el mando quitarme
porque dicen que el Cemí,
de rigor haciendo alarde,
me ha convertido en un niño
que nada entiende ni sabe,
que el jugo de la tebaiba
ha emponzoñado mi sangre.

¿Qué me importan las riquezas?
Los honores, ¿qué me valen
si no he de verte a mi lado,
si conmigo no las parte
la hermosísima Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes?
 

III


¡Oh!, ¡quién sabe si el Caribe,
como las marinas aves,
con alas de la tormenta
cruzó de noche los mares,
y en las playas de Borinquen
movió sus huestes falaces
como serpientes astutas,
como zamuros cobardes,
si hora gimes en prisiones
muy lejos de tus hogares,
y si mi nombre pronuncias
en medio de tristes ayes!

Si así fuera... por las playas,
por los montes y los valles
sonaran en son de guerra
caracoles y timbales;
y si piraguas no hubiesen
o los vientos me faltasen,
al frente de mis gandules
cruzara a nado los mares,
cayendo sobre esa tribu
y bañándome en su sangre,
como cae el guaraguao
sobre paloma cobarde.

Pues diera fuerza a mi brazo
y fortuna en el combate
el nombre de la Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena
la de los ojos muy grandes.


IV


Mas, ¡ay!, si mi amor olvidas
como el yagrumo variable;
si has dejado que otros ojos
con sus miradas te abrasen,
que otras manos te acaricien
y que otros labios te llamen.

Si oculta en la verde gruta
al declinar de la tarde,
borras mis ardientes besos
con los besos de otro amante...,
pues sabes que en ti no puedo
de tus traiciones vengarme;
permita el cielo, Cacica,
que en el próximo combate
caiga sin honra ni gloria
y que el pecho me traspase
una flecha de Caribe
mojada con el curare;
que al fin por tu amor muriendo
tal vez llegues a llorarme,
hermosísima Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes.


 

 

JORGE LUIS MORALES


 
 

En cómo los contornos

 
 

Las jardineras son posesiones de una luz sin cita,
embajadas que amis tuvieron su verdor de espacio.
Las miramos. En su cuerpo retirado ya pernoctan
las telas quebradizas olvidadas en la víspera.

Si tan lejana surge -como de la baldosa
de los vestuarios es húmeda su sombra-
no retiremos esa inclinación a lo largo,
pues acude a ser lo que otrora fue tardío pago.

La soledad de las arras imposibles;
el desencuentro en los bosques fragmentados
con un humo de altura que en las venas nos sofoca:
dirigibles que admiramos con cordura.

Digamos sin embargo lo que afuera nos extingue;
siempre acecha la cautela con su roce primerizo
e, inmediata al mar, la soga de los pasos
que declara exangüe su pesadez de algas.
Exigencia de lugar y, a la vez, clausura
del lugar fundado; transparencia convertible-
luego, en alas somos todos su naufragio-
en puerto inaccesible, en episodio o en derrota.

En los arenales marcamos postes con premura,
aguaceros sucediendo en las rampas del sigilo.

 

 

 

FRANCISCO MATOS PAOLI


 

¿Por qué desaparezco?

  

Después de la sutil locura
se agranda mi Dios en los lirios,
empiezo a darme luz en las esquinas
y se paraliza el polen de los muertos
en lo que de mí está sellado.

Me llaman.
¿Qué hacer si los brazos ahuecados
aún repiten el aroma?
¿Qué hacer si la desnudez no es completa
y los narcisos vuelan
desde el gozoso ocaso
hasta mi humilde aurora?

 

 

 

 

PEDRO AMADOR LLORÉNS



 

El Silencio

 

Sobre el cisne negro
de la noche escarlata
va el ser buscando
la oscuridad de los silencios.
La noche está dispersa
hecha de erosiones fulgurantes
que invaden los camerinos
de las criptas olvidadas de occidente.
Es el alma transparente
donde permanecen dormidos
los sueños fantasmales
de los almanaques muertos.
Son las fechas sin tiempo
de las manecillas sin tictac
que el péndulo aborta
en su noche de tinieblas
llena de soledad y de eterno
silencio de la nada.