"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 9 de octubre de 2021
SEBASTIÁN KIRZNER
Único
Uno Unísono
I –
Final
De
la mesa de madera circular,
situada
al borde del
/
estrecho comedor /
antesala
de la habitación
en
la que duermo; sobresalen
erguidos
y expectantes:
Un
velador de noche,
un
libro de Octavio Paz
abierto
en la hoja 24,
mi
cuaderno de anotaciones,
una
birome, mis miedos, mis dedos.
Todo
dispuesto, en un conjunto apagado
de
adornos tristes,
estáticos
y repetitivos.
JUAN MARCELINO RUÍZ
Presagio
El
tiempo,
no
tiene prejuicios ecológicos
de
años para acá
practica
la tala inmoderada
sobre
la zona frontal de mi cabeza;
la
selva roja
antes
lozana, agreste, orgullosa
se
ha ido mermando en forma paulatina
para
dejar pasar la luz que pisa
sobre
el futuro desierto
que
extenderá su geografía
de
oreja a oreja.
LEO LOBOS
Temor
“La mejor parte es sentirse vivo pintando y la peor es
necesitar hacer pinturas para sentirse vivo”
Geoffrey Lawrence
Reverencia
emocionada
cuando todo
deje
de
importar
cuando todo este oscuro
cuando todo este perdido
Que
la musa te toque con sus
dedos la espalda
y te empuje al camino
Que
la frialdad de las ciudades
que la rosa de la nada
que el fango inmóvil
que la arena movediza del desierto
no borre la tristeza de tinta
que ha de alcanzar el agua
Y
sea aire movido por los labios
una
vez
más
ROLANDO COSTA
El
árbol
Si
recuerdo, se perdieron detrás de las casas hundidas, de los cerros y de los
mares anaranjados del horizonte, como algo que no alcanzamos a distinguir
mientras cae o pasa, llenos de viento y alaridos cóncavos y retratos y polvo y
páginas. Estuve allí parado hasta la desaparición última; no respiraba; nadie.
Ni un pájaro muerto; ni una roja cosa cualquiera en la oquedad. Largos y
derruidos muros blancos de adobe.
Callada
y dulce alma que quizá ya no existe, bajo sombra reía y amaba…
Mis
flores dicen al musgo que mucho tiempo ha que vienen y se van sin razón; que
pasan sin verme, pero que yo estoy. Así fue con ella…
Pasaron
todos. No dejaron nada ni yo tomé de ellos nada. Se hizo el vacío. Pero fueron
reapareciendo y ahora mismo están pasando, y van silentes, desnudos, mutilados,
entrecruzados, disueltos, en sombra; no hacen ruido, no llevan nombres; sordos
y ciegos; pasan frente al espejo y no se miran; y no les veo; no existen. No sé
quiénes sois vosotros que abrís las puertas en carne, mancháis de rojo los
calendarios y sonreís ya sin ganas. Ni que esperáis, aparte del momento de
partir. ¿De dónde brotáis? ¿De entre raíces, de piedras? ¿En qué raros nidos
ováis? ¿Sois los mismos? Y cuando das la espalda, ¿adónde y para qué? He visto
a uno quedarse quieto en un zaguán; lo arrinconaron, yerto, a la intemperie;
morada de insectos, esperan que un día sirva de algo. He visto que se aúnan en
caverna, en ella se adentran y ya no aparecen; abordan el viento serpiente y
nunca más se sabe de ellos ni de sus hijos sino a la hora de partida; uno a uno
van saliendo asombrados de la visión… ¿Yo? Escucha, así ha sido.
La
voz y su preciosa piel de serpiente estuosamente desenroscada de la roca —sol,
hojarasca y humedad— se abre roja y existe, toma posesión del universo, asoma
por mis ojos y mi aliento, me llena de sí y soy algo más que un viejo tronco,
que este viejo tronco rodeado de antiguas montañas. Por ella, que los dioses
rechazaron, ingreso al tiempo y existo. En cuanto a ti, ¿qué más puedo decir?
Veo
que vienes y pasas, para estarte más allá, en la sombra que hago, tendido, y
ves pasar esa muchacha cuyo andar asombra y hace feliz, y piensas en algo
cubierto de abejas doradas; pero nada te da la respuesta. Te pones a mear y
casi lloras. En un rincón hay excremento de anoche (Bajaron los vagabundos de
la luna y eso dejaron del silencio). En mi hombro hay un pájaro y lo escrutas;
escrutas el clamor de las campanas y las gotas que comienzan a caer; y a tus
manos, que han caído y yacen muy cerca, cántaros rotos… Te mastican los minutos
y les dejas… Lo mismo pasa allá, en una sala del palacio. Bajas la oreja. Tu
hija es bella; tu mujer fecunda; y el varón arrebaña en las calles y canta.
Sufres; se ve que sufres; pero finalmente te marcharás. Han pasado años; la
flor se ha cerrado y percibo el silencio. Estáis como ciegos, simulando,
entregados a la araña; nada puedes hacer, merodees o no merodees; tu edad es
esa. Vienen por ti y esperas; siempre solo. Eso es de todo. La gran posesión:
tus manos baldadas.
Se
levanta y se marcha; pero se queda sentado. Y se pone a llorar.
Algunas
flores caen a sus hombros…
DANIEL CUNDARI
2
Y
más allá, en la luz cegadora,
próxima
a la transparencia líquida del aire,
encima
de la estatua arenosa
de
la plaza escueta,
más allá
del paraíso perdido de tu infancia,
entre
Escila y Caribdis,
bajo
las manos hendidas de los pescadores,
de
las redes, de los veleros anegados,
mi
madre se había sentado
en
la roca candente,
en
la grava bárbara y rosa,
donde Glauco se enamora.
La miré. Y aún más allá,
enjabonado
de sal, la dejé
confundirse
entre la marejada y el sueño,
para
siempre.
De:
“Poemas para delinquir”
CLAUDIO RODRÍGUEZ
Revelación
de las sombras
Sin
Vejez y sin muerte la alta sombra
Que
no es consuelo y menos pesadumbre,
Se
ilumina y se cierne
Cercada
ahora por la luz de puesta
Y la
infancia del cielo. Esta temblando,
Joven,
sin muros, muy descalza, oliendo
A
alma abierta y a cuerpo con penumbra
Entre
los labios de la almendra, entre
Los
ojos de halcón, la nube opaca,
Junto
al recuerdo ya en decrepitud,
Y la
vida que enseña
Su
oscuridad y su fatiga,
Su
verdad misteriosa, poro a poro,
Con
su esperanza y su polilla en torno
De
la pequeña luz, de la sombra sin sueño.
¿y
donde la caricia de tu arrepentimiento,
Fresco
en la higuera y en la acacia blanca,
Muy
tenue en el espino a mediodía
Hondo
en la encina, en el acero, tallado casi en curva,
En
el níquel y el cuarzo.
Tan
cercano en los hilos de la miel,
Azul
templando de ceniza en las calles,
Sin
piedad y sin fuga en la mirada,
¿Con
ansiedad de entrega?