sábado, 9 de octubre de 2021

ROLANDO COSTA

 

 

El árbol

 

 

Si recuerdo, se perdieron detrás de las casas hundidas, de los cerros y de los mares anaranjados del horizonte, como algo que no alcanzamos a distinguir mientras cae o pasa, llenos de viento y alaridos cóncavos y retratos y polvo y páginas. Estuve allí parado hasta la desaparición última; no respiraba; nadie. Ni un pájaro muerto; ni una roja cosa cualquiera en la oquedad. Largos y derruidos muros blancos de adobe.

Callada y dulce alma que quizá ya no existe, bajo sombra reía y amaba…

Mis flores dicen al musgo que mucho tiempo ha que vienen y se van sin razón; que pasan sin verme, pero que yo estoy. Así fue con ella…

Pasaron todos. No dejaron nada ni yo tomé de ellos nada. Se hizo el vacío. Pero fueron reapareciendo y ahora mismo están pasando, y van silentes, desnudos, mutilados, entrecruzados, disueltos, en sombra; no hacen ruido, no llevan nombres; sordos y ciegos; pasan frente al espejo y no se miran; y no les veo; no existen. No sé quiénes sois vosotros que abrís las puertas en carne, mancháis de rojo los calendarios y sonreís ya sin ganas. Ni que esperáis, aparte del momento de partir. ¿De dónde brotáis? ¿De entre raíces, de piedras? ¿En qué raros nidos ováis? ¿Sois los mismos? Y cuando das la espalda, ¿adónde y para qué? He visto a uno quedarse quieto en un zaguán; lo arrinconaron, yerto, a la intemperie; morada de insectos, esperan que un día sirva de algo. He visto que se aúnan en caverna, en ella se adentran y ya no aparecen; abordan el viento serpiente y nunca más se sabe de ellos ni de sus hijos sino a la hora de partida; uno a uno van saliendo asombrados de la visión… ¿Yo? Escucha, así ha sido.

La voz y su preciosa piel de serpiente estuosamente desenroscada de la roca —sol, hojarasca y humedad— se abre roja y existe, toma posesión del universo, asoma por mis ojos y mi aliento, me llena de sí y soy algo más que un viejo tronco, que este viejo tronco rodeado de antiguas montañas. Por ella, que los dioses rechazaron, ingreso al tiempo y existo. En cuanto a ti, ¿qué más puedo decir?

Veo que vienes y pasas, para estarte más allá, en la sombra que hago, tendido, y ves pasar esa muchacha cuyo andar asombra y hace feliz, y piensas en algo cubierto de abejas doradas; pero nada te da la respuesta. Te pones a mear y casi lloras. En un rincón hay excremento de anoche (Bajaron los vagabundos de la luna y eso dejaron del silencio). En mi hombro hay un pájaro y lo escrutas; escrutas el clamor de las campanas y las gotas que comienzan a caer; y a tus manos, que han caído y yacen muy cerca, cántaros rotos… Te mastican los minutos y les dejas… Lo mismo pasa allá, en una sala del palacio. Bajas la oreja. Tu hija es bella; tu mujer fecunda; y el varón arrebaña en las calles y canta. Sufres; se ve que sufres; pero finalmente te marcharás. Han pasado años; la flor se ha cerrado y percibo el silencio. Estáis como ciegos, simulando, entregados a la araña; nada puedes hacer, merodees o no merodees; tu edad es esa. Vienen por ti y esperas; siempre solo. Eso es de todo. La gran posesión: tus manos baldadas.

Se levanta y se marcha; pero se queda sentado. Y se pone a llorar.

Algunas flores caen a sus hombros…

 

 

 

 

 

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