viernes, 27 de mayo de 2016


AMANTE ELEDÍN




En esta página



Mi casa es esta página,
Que es ese camino cuando miro mis huellas;
Después de mis pasos.
Esta página que aun construyo
Y como una torre me alza y me esconde.
Siempre hay algo que agregar,
Una ventana, otra puerta;
Un balcón para esperar el tropiezo de la luna.


Mi casa es siempre una nueva casa,
Con las mismas alas y el mismo timón.
Y parece tan vacía sólo conmigo, y
Tan llena de fantasmas y ángeles.
Las palomas cuentan sus generaciones en el entretecho,
Más abajo, bajo el cielo de mi casa, me voy apagando.
Mis herramientas no cesan en mis manos,
Duermen si yo duermo, y al soñar,
A mi lado están construyendo.
Al hacer un alto para respirar de nuevo, me pregunto:
¿Cómo seguir levantando esta casa
y que tú estés conmigo siempre?


Esta página es un camino invisible;
Se ve sólo volviendo los ojos atrás:
.......................................A donde nadie vuelve.


De: “El único lugar”, 2003


CONCHA NIETO



  

Incompleto



Desde niña me acostumbré a pasear
por calles solitarias,
a veces con un libro en las manos,
otras con la muerte.

Me acostumbré a doblar en dos la noche
y a vivir detrás de los visillos,
o en el sonido absolutorio
de las campanas de la iglesia.

Noche a noche mis ojos
se mezclaban con el agua
y mis pies subían a los árboles,
en busca de una nota, un acorde,
un mundo donde poder refugiarme.

Casi por diversión trepaba a los tejados
y con mi gorro blanco,
ordenaba iluminados trenes que silbaban
bajo un cielo de escarcha.

Después, encendía velas que ocultaba
debajo de las sábanas
para leer a los muertos mientras oía
los ruidos de la calle.

Los gritos de algún borracho maldiciendo,
el tiempo de las llaves felices,
la marcha alegre del agua calle abajo,
la risa de alguna muchacha enamorada,
la música, los besos,
los pasos apresurados, la música,
los besos, el silencio,
el roce de la piel, los besos.

Desde niña me acostumbré
al dolor y a la renuncia,
a los largos paseos sin nadie,
a buscar en mi mente la locura,
la mudez, el luto en la palabra.

Hice brotar sangre de un piano y recé,
sin éxito, a un dios de hierro.
Mi mejor amiga era una prostituta
que quiso, también sin éxito,
que un vientre abominable,
me cubriese de oro.

Pero mi oro eran los minutos,
que pasaba sola, mi oro,
eran las horas que bailaba
en el interior de una jaula, mi oro,
eran aquellas pequeñas ardillas,
frente a los jardines chinos.

Hay un silencio que me espera
después de ser la niña
que creció desnuda.

Han llegado las horas finales.
Abro el cajón de las llamas.
El habitante duerme en su esquina,
ignora el daño que ha dejado en mi nuca,
ignora el horroroso asesinato
que ha cometido.

Han llegado las horas finales.
El visitante ha llegado del norte,
y en lugar de zapatos, lleva en sus pies,
dos ánforas de hierro.
Lleva un reloj de papel en la muñeca
y promesas de azúcar
que se comen las hormigas.

Me arrastra,
hasta ese lugar donde desaparecen
los oídos, me arrastra, sin estridencias,
como un elefante buscando
la ruta de su propio cementerio.

Pero ya desde niña,
me acostumbré a pasear
por calles solitarias, a veces con un libro,
a veces con la muerte,
discretamente,
como quien acaricia las hojas de un libro
incompleto.

Y será difícil volver a ese estado
febril, a aquella inexplicable sensación
de plenitud de besar las hojas de un libro
con forma de soga.

Tengo las ventanas cerradas
y miro la luz que se derrama en la mesa,
el barro que forma este desorden,
en las estanterías donde muere
y vive mi vida.

Mis manos se alejan del rojo.
Mis manos se cierran.
No hay palacio que se encienda de nuevo.

En la otra esquina quemo palabras,
hojas, alabastros, plumas
que ya no tienen tinta, almanaques,
fotos. Destruyo tu nombre y el mío.
Elimino el quizá y el por qué.
Las inútiles promesas de siempre,
congelo las frases.

Las horas y el desasosiego cantan
como pájaros pequeños.

Tengo las cortinas cerradas
y levanto una copa de vino
mientras fumo tabaco de vainilla
y brindo por vosotros.

Por los amigos de efímeros
y por aquéllos que florecieron
mientras hubo fuego.
Por el que se bebió mi tiempo
mientras me mataba.
Por el que con palabras de sal
me impidió creer en nada.
Por el poeta demasiado borracho de amor
para reescribir, en una nueva hoja,
una nueva historia,
Por aquél que me oculta al amanecer.
Por aquél que no supo traspasar los límites
y se quedó al otro lado del palacio de las lunas.

Ahora el visitante y el habitante
duermen juntos en la misma cama,
se quitan las botas, se estiran,
beben de la misma botella,
miran mi retrato y me arrancan los labios.

Hoy mi sombra y yo estamos juntas,
celebrando en una hermosa playa,
las cenizas que vuelan y cambian,
del gris al verde pálido, del verde pálido
al púrpura mientras se ahoga en el mar
todo mi cuerpo.

Hace ya tanto tiempo que el viento no sopla,
que se me ha olvidado abrir la puerta.


ANGELAMARÍA DÁVILA MALAVÉ




I



Gran ritmo de huracán, que azota y lleva!
que desgaja y arranca en torbellino,
un ruego hirviente de volcán que ruge...
Ese es mi corazón! Rompe y derrama
un río ardiente, humeante, que serpea
por la intrincada selva de mi adentro!
Batir de olas que rompe y desespera
queriendo derribar la firme roca
y se levanta altiva y dominante
sin poder agrietar esa ribera.
Ese es todo mi ser! Tiembla y se crispa
y estruja con gran nafta mis dos ojos
para que surja el llanto a borbotones
y haga nacer un mar rugiente y trágico!



MARÍA GERMANÁ MATTA



  
Clandestino



Llora el Ángelus Novus
de sus alas rasgadas brota
la sangre apocalíptica
de la catástrofe.

Son niños, hombres y mujeres en floración

han atravesado la curva árida
de una vida sin tregua
y escalado la sed de todos los abismos
en su pecho
vibran las cuerdas
de una sinfonía
con los desacordes mudos
de sus cuatro movimientos
el hedor turbio
de la guerra
con sus alaridos de relámpago
proclamando
el diluvio de los huesos
sus espaldas arrastran
los azotes de una ciudad
fundida en ruinas
y un rocío
de pétalos marchitos
le escuece el corazón
en su estómago
cruje la cigarra del hambre
de sus labios aflora
el charco seco de la sed
y sus ojos recios
añoran semillas
para un suelo seco.

Sopla el viento

en la huida
y como Orfeo
sabe
que no puede mirar atrás
y corre
.............corre
.......................corre
su aliento rastrea
el vestigio de algún paraíso
su voz no es una voz
es un chirrido de pájaro
volando hacia el ocaso
de todas las incertidumbres.

Ha llegado

deposita sus ojos húmedos
en tierra firme
pero la lluvia
sigue cayendo a chorros
sobre la planta reseca
de sus pies
apenas un soplo
para los harapos
de sus sueños
¿Cuándo terminará su huida?
¿Existirá algún lugar sin fosas
que lo aguarde?

Detrás de cada huida

hay una luz
un cielo sin escombros
en la desembocadura de los sueños.
Existe un puerto
de todas las ternuras cobijándolo.
Grita la voz del instinto.

Sueña con la hierba silvestre

brotando a chorros
por su sangre
danzan con furia
sus párpados desamparados
con la voz de la promesa.

No sabe que en las ciudades
del norte
brillan glamurosos
los carteles
tras los focos luminosos
las sonrisas
espejismos de una dicha
a crédito
que se compra con visa o mastercard
el mundo navega
por las corrientes sin brújula
del gran mercado
chupando el humus
de sus precarios habitantes.

Soles negros

en los rostros sin nombre
las ciudades del norte
erigen sus torres de acero
amurallando todos los delirios
labios sellados
para sus ruegos sin refugio
paneles sin miel
para la intemperie de sus lágrimas
ellos, los sin rostro
deambulan por el pavimento indiferente
de la gran ciudad.



ROSSANA ARELLANO



  
Incapacidad de cadáver



No volveré a tu casa a calentarme los pies,
Descenderé al infierno por el revés de mis ojos.

Estos ojos
Que reflejan la amargura del alma
Y callan, incapaces de llorar
Su torrente de lágrimas.

Es cierto,
Son tantos los ojos
Que han menguado
La humedad del llanto, aguardamos.

No me quejaré, ante los monstruos,
Estrangularé mi vida frente a ellos.

Mañana pecaré como ayer
Fornicaré con la sombra
Le robaré el blanco de los ojos
Cuando jadee extasiada.

Deja que trague saliva
Y arráncame los labios
Con un beso impetuoso
Que me llene la boca de confusión.

Un canto incomprensible
Arrebata desde adentro, no cantaré.

De todas las palabras, hastío,
De la carne que no responde, hastío,
Del terror del sol posándose en tu miembro,
Aumentando la herida, dolor.

El secreto pasa, sobre mano libre.
De lo humano, déjame el consuelo,
Que en esta incapacidad de cadáver
Han sido las tinieblas mis hermanas.

Desprecio el afecto
Que tuve por la bestia y su camino.

He palpado la mentira
Que nos seca el asombro
Y no le puse límites,
Entonces fue que morí, mientras bebía.

Escondo una justificación, sin plazo,
Bajo mis pies
Pero me sangran las manos
Desde que la zurcí a mi huella.

Nada anima a volver,
Ni ese pliegue de tu falda, madre.






ANA MUELA SOPEÑA




Al límite del vértigo




Ella se sabe al límite del vértigo,
desciende hacia los túneles del mundo,
más allá de la sombra y el infierno,
para sobrellevar en el desastre
una vida carente de sentido.

Atempera una imagen
subiendo por los tonos del lenguaje,
sin cuerpo entre la música del alba
sobre los entramados de la luz.

Sin piel lívida de aire
atesorando espejos en el alma,
para tener un reino que imitar.

Sin peso que atormente en la locura.

Sin densidad de agua.

Ella se sabe nadie o sabe nada
y diluye su nombre en el umbral
de un laberinto sucio o derrumbado.

Ella llueve sin lágrimas de acero
sobre copias ocultas en las calles.

Ella disuelve el grito en las aceras
y rompe las esquinas de las aves
sobre las horas vanas del deseo.

Sin artificios hartos de fingir,
sin kilos aferrados a costumbres,
sin volumen de un tiempo ya caduco.

Ella se sabe algo o sabe alguien
y desciende en picado por la herida
de la pasión dispersa en gotas cálidas
en la hojarasca seca del otoño.

La misteriosa joven ya traslúcida
busca el instante amado de la muerte
que la devuelva al cúmulo perfecto
de la fusión de niebla y sol heroico.

Ella se sabe huesos
entretejidos siempre a la verdad,
para sobreponerse a los teatros.

Espacios intangibles de penumbra
donde la redención puede llegar,
mientras suenan sirenas
en las plazas
o un abrazo, por fin,
de protección.