viernes, 6 de septiembre de 2013

GONZALO ROJAS




Los cómplices


Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso no necesita escribirse.




ALI CHUMACERO





En la orilla del silencio



Ahora que mis manos
apenas logran palpar dúctilmente,
como llegando al mar de lo ignorado,
este suave misterio que me nace,
túnica y aire, cálida agonía,
en la arista más honda de la piel,
junto a mí mismo, dentro,
ahí donde no crece ni la noche,
donde la voz no alcanza a pronunciar
el nombre del misterio.

Ahora que a mis dedos
se adhiere temblorosa
la flor más pura del silencio,
inquebrantable muerte ya iniciada
en absoluto imperio de roca sin apoyo,
como un relámpago del sueño
dilatándose, candido desplome
hacia el abismo unísono del miedo.

Ahora que en mi piel
un solo y único sollozo
germina lentamente, apagado,
con un silencio de cadáver insepulto
rodeado de lágrimas caídas,
de sábanas heladas y de negro,
que quisiera decir: “Aún existo.”

Comienzo a descubrir cómo el misterio es uno
nadando mutilado
en el supremo aliento de mi sangre,
y desnudo se afina, agudiza su sombra
para cavar mi propia tumba
y decirme la fiel palabra
que sólo para mí conserva
escondida, cuidada rosa fresca:
“Eres más mío que mi sombra,
en tus huesos florezco
y nada hay que no me pertenezca
cuando a tientas persigo, destrozando tu piel
como el invierno frío de la daga,
el vaho más cernido de tu angustia
y el poro más callado de tu postrer silencio.”

Entonces me saturo de mí mismo
porque el misterio no navega
ni crece desolado,
como germina bajo el aire el pájaro
que ha perdido el recuerdo del nido allá a lo lejos,
sino que es piel y sombra,
cansancio y sueño madurados,
fruta que por mis labios deja
el más alto sabor y el supremo silencio endurecido.

Y empiezo a comprender
cómo el misterio es uno con mi sueño,
cómo me abrasa en desolado abrazo,
incinerando voz y labios,
igual que piedra hundida entre las aguas
rodando incontenible en busca de la muerte,
y siento que ya el sueño navega en el misterio.


De “Páramo de sueños”


GABRIELA MISTRAL




Desvelada



Como soy reina y fui mendiga, ahora
vivo en puro temblor de que me dejes,
y te pregunto, pálida, a cada hora:
“¿Estás conmigo aún? ¡Ay, no te alejes!”

Quisiera hacer las marchas sonriendo
y confiando ahora que has venido;
pero hasta en el dormir estoy temiendo
y pregunto entre sueños: —“¿No te has ido?”



ELVA MACIAS




Perdiz



Arco en la nieve
la perdiz abre sus alas
blancas sólo en invierno,
entonces
sueña que se aleja                                                                    y resplandece.


LÊDO IVO


  

Las damas de la píldora


Somos las damas de la píldora.
Lo mismo quince que trece, somos
—según la temporada—
siempre las diez más elegantes.
Nuestros rostros que despiertan
grandes celos en las granadas
divulgan una coquetería
de cristianas virtudes
que nos hace patronas
de todos los festivales,
desde el de la industria de automóviles
hasta el de los negritos de Biafra.
En nuestros cuerpos eternos
vibran nalgas de sal.
Nuestros senos de basalto
muestran en sus puntas rosas
toda la doctrina de Malthus.
Siempre cubiertas de joyas
paseamos noche y día
pero nuestro mejor tesoro
lo guardamos en dulce joyero.
En este mundo amenazado
por la explosión demográfica
tenemos vulvas de aluminio.
Son campanas de oro y cristal
nuestros clítoris melódicos
que, en sus nichos de nailon,
siguen la cotización del dólar
cuando inmensamente bellas
desfilamos en la ciudad
en el Gran Premio Hípico
y en las misas de la Catedral.
Nuestras uñas de mármol
saben domar hombres y fieras.
Nada sacia nuestra gula
de belleza sempiterna.
Sea de frente, sea de espaldas,
estamos siempre posando
para los abismos boquiabiertos
que devoran las quimeras
pues somos como las monedas:
valemos águila o sol.
¿Somos ardientes? ¿Somos frías?
¿Somos redondas? ¿Cuadradas?
A los maridos y amantes
sólo imponemos una regla:
respetar el maquillaje.
Nuestros senos divinos
y los vientres indeformables
de madonas de biquini
exigen que evitemos
amamantar a los niños.



MARGUERITE YOURCENAR




Escritos al dorso de dos cartas postales



Una sirena llora
La salida de un barco
Sobre el agua que borra.

Yo sufro la ausencia
Y el espacio duro;
La pena es un muro.

La ruta es una trampa:
Ni trenes, ni navío;
El viaje está vacío.

. . . . .

Reflejo, que tu lanza
Traspase la distancia
Y pegue con dulzor.

(La miel de las heridas
Embalsama el amor).


Versión de Silvia Barón-Supervielle