jueves, 4 de abril de 2019


HECTOR MURENA





I



Una noche mordí
aquella pepita,
el inconfundible
gusto de mí mismo.
Desde entonces huyo.
¿Qué es ese temblor
hacia el que corro,
ese viento del que no sé
si es el ser o el no ser?
Cuando me vuelvo
lamen mi cara
las llamas
de la ciudad incendiada.



VERONICA PORUMBACU





8 de marzo



Las estrellas fueron encendidas en la noche. 
¡Qué cerca están! 

Solo para estirar una mano 
Y one-on-palm se mantendrá. 

Mamá, quieres tu cumpleaños 
¿Debo traerte una estrella? 


CÉSAR DÁVILA ANDRADE





La casa abandonada(Entré al atardecer, con sol perdido)



El patio lloraba una estatua vacía.
Profundos caballos de polvo viajaban
hacia los lugares más vagos del moho.

Un hoyo remoto pasaba a la nada.

El vacío entraba con sus muchedumbres
y con sus inmensas campanas ya mudas.

Oí un paso dado en otra centuria
y vi en una cisterna el muñón de mi alma.

Un viento blanquísimo dormía doblado
en un seco lienzo de aves olvidadas.

Un reloj yacía en ácidos profundos
y el peso de un pájaro recorría el muro.

Una niña muerta soñaba en un cuento
dicho desde una alta ventana de niebla.

Hacia atrás viajaba un abecedario,
los días antiguos eran los primeros

por una pequeña compuerta de naipes...

(En un muro blanco, hallé esta leyenda:
«El 7 de marzo murió María Eugenia» ).

Arriba en la tarde flotaban obispos
con lámparas llenas de azufre y de trigo.
Arriba en la tarde,

y no era yo mismo el que había vuelto.
Era un extranjero al que a veces lloro
y en el que ya he muerto...



ANTONIA POZZI





Prados



Tal vez ni siquiera es verdad
lo que en tu corazón oyes gritar a veces:
que esta vida es nada
para tu ser
y lo que conocemos como luz
es un deslumbramiento,
deslumbramiento último
de tus dolientes ojos.

Acaso sólo es la vida
lo que el saber en días jóvenes:
anhelo eterno que busca,
de cielo en cielo,
quién sabe qué horizonte.

Somos como la hierba de los prados
que siente sobre sí soplar el viento
y canta plena en el viento
y vive siempre en el viento
y sin embargo no supo crecer
de forma que aquietase aquel vuelo supremo
ni levantarse de la tierra
para anegarse en él.



EDUARDO ANGUITA





¿escucháis madurar los duraznos?



¿Escucháis madurar los duraznos a la hora
del estío?
a la venida del sol, mientras un príncipe danza
en vísperas de su coronación?
Yo pienso en el gusano.
¿Oís podrirse los duraznos en el granero
al atardecer, mientras las fechas del reino
caen de los tronos
y el viento las amontona, las dispersa y olvida?
Yo pienso en el gusano.
Si veis montar el agua en la noria,
con un niño fi jamente asomado al brocal
frente a frente al abuelo,
Y se siente el beso de los amantes como una
hoja seca
que el pie del tiempo aplasta crepitando:
¿los amantes están muertos? No preguntéis son
torpeza.
Pensad en el gusano.


MANUEL SCORZA





Nocturno salvadoreño



La noche era bellísima.
          Yo te quería.
San Salvador brillaba entre las flores.
          Yo te quería.
La Felicidad nunca tendrá tus ojos azules.
          Yo te quería.
Dueña de los Crepúsculos.
          Yo te quería.
Pastora de la Brisa.
          Yo te quería.
Ruiseñor Malvado.
          Yo te quería.
Espuma del Silencio.
          Yo te quería.
Agua bajo los Puentes.
          Yo te quería.
Olvida los cantos que te escribí.
          Yo te quería.
Aun ahora, aunque sea tarde,
y una paloma ciega
vuele para siempre entre nosotros.

Adiós a las bandadas,
adiós al tesoro enterrado en tu infancia,
adiós a las Hadas porque las Hadas no existen.

Ya dije las cosas que dije.
Por las que callo ha de crecerme musgo en la voz.
Cuando termine de contar esta agonía,
otro hombre se levantará de esta mesa.

Tal vez él no recuerde.
¡Pero yo me acuerdo tanto!
¡Si supieras cuánto te recuerdo!


De: "Los adioses "