domingo, 16 de diciembre de 2012

PEDRO GARFIAS





Cuando me tiro de noche...



Cuando me tiro de noche
en el ataúd del lecho
que es menos duro que el otro
porque ya sabe mis huesos,
me pongo a mirar arriba
los astros de mis recuerdos.

Aquél que se abrió de pronto
cuando todo era misterio.
El otro que se apagó
antes de sentirse abierto.

A veces grito iracundo:
aquí me falta un lucero,
aquí me sobra una estrella.
¿Quién hizo este firmamento?

Una voz piadosa dice
que no es cielo sino techo.
¿Por mi vida, grito yo,
dejadme saber mi sueño.
Donde yo pongo los ojos
todo es cielo?.


ROBERTO JUARROZ






Hay corazones sin dueño...



Hay corazones sin dueño,
que no tuvieron nunca la oportunidad
de regir como un péndulo casi atroz
el laborioso espasmo de la carne.

Hay corazones de repuesto,
que esperan sabiamente
o por quién sabe qué mandato
el momento de asumir su locura.

Hay corazones sobrantes
que se descuelgan como puños de contrabando
desde la permanente anomalía
de ser un corazón.

Y hay también un corazón perdido,
una campana de silencio,
que nadie sin embargo ha encontrado
entre todas las cosas perdidas de la tierra.

Pero todo corazón es un testigo
y una segura prueba
de que la vida es una escala inadecuada
para trazar el mapa de la vida.
 

MARÍA ROSAL





Te ahogaré en mi cuerpo...



Te ahogaré en mi cuerpo
una tarde de agosto,
mecido entre mis pechos
como árboles nocturnos.
Requisaré tu lengua para el perfil más duro
de mi carne. Hombre tú,
hombre siempre soñado.
Mas no ignoras la trampa y sabes
que te espero, cepo para tus huesos,
húmeda dentellada.
Y aunque caminas lento, llegas inexorable.
Te acercas y te vistes
sólo para el banquete.
Alacrán confiado, caballo desmedido.
Te acercas y te arranco la vida a dentelladas.

Sumisa cae la tarde de agosto
sobre tu piel de pájaro:
ángel asaeteado entre sábanas tibias
y un corazón latiendo
con las fauces abiertas.

De "La resaca del fuego"

HAROLD ALVARADO TENORIO






Anotaciones




Dulce enemiga
que llevas al hombre
más allá de sí mismo. 

Adoro tus perfecciones
y tus fulgores sobre mi cuerpo helado. 

Recorres a zancadas
los cielos -nada apacibles-
y las estrellas incesantes
y las estrellas quietas. 

Bella al alba y al crepúsculo
dueña de la vida
todo te magnifica. 

Ante vosotros llego
soberanos de la gran ramera
con la vieja segadora de vidas. 

Otorgadle,
como a los secuaces del gran negocio,
pasteles y agua y aire
y una casa solariega en Manhattan. 

Retrocede, Sui,
viejo cocodrilo
no me acometas
vete
no cortarás mi juventud. 

Mis versos
como cuchillo de pedernal,
mis versos
como muelas de joven caballo,
destruirán tus ojos y tu boca. 

LEOPOLDO ALAS MÍGUEZ






Mi olor a ti



Toda mi ropa huele a cuando estabas.
Sería al abrazarte -no lo entiendo-
o que estuviste cerca y se quedó prendido.
Si arrimo mi nariz al hombro o a la manga, te respiro.
Al ponerme la chaqueta, en la solapa,
y en el cuello de un jersey que no abriga.
Aroma de placer, de feromonas,
de recostarme en ti mientras dormías.
Por mucho que la lave, mi ropa lo conserva:
es un perfume dulce que me alivia
como vestir mi carne con tu piel.
Y está durando más que mi recuerdo.
Tu rostro en mi memoria se disipa,
casi puedo decir que he olvidado tu cuerpo
y sigo respirándote en las prendas
que, al tiempo que me visten, te desnudan.
Pero la ropa es mía.
De tanto olerte en mí, tu olor es mío.
Tu olor era mi olor desde el principio,
fue siempre de mi cuerpo, no del tuyo,
de un cuerpo que lo tengo a todas horas
para quererlo entero como jamás te quise
y olerlo de los pies a la cabeza.
Es el olor de todas mis edades,
del niño absorto y puro,
del claro adolescente eléctrico y espeso,
de un joven con insomnio que soñaba
fantasmas del amor, y es también el olor
que al transpirar mis sueños dejaron en las sábanas. 

Quién sabe tú a qué aspiras sin este efluvio mío,
sin mi esencial fragancia.
Estando en compañía, serás siempre la ausente
igual que si te fueras o no hubieras llegado.
Pues no olerás a nada, no dejarás recuerdo
ni podrás despertar auténtico deseo
ni embalsamar las yemas de los dedos
que un día te acaricien
con un perfume físico y concreto.
Serás para el olfato de los otros
como un espejo para los vampiros.
Y yo atesoraré con más fe que codicia
este perfume dulce de mi cuerpo
que descubrí contigo.
Si quieres existir, respíralo de nuevo.

De "La posesión del miedo"

MÓNICA LANERI






Cuando el sueño se acabe…




Y mañana,

cuando el sueño

se acabe,

nuestras miradas

-que no se cruzarán-

serán distintas.

Yo seré 

un invierno

-que temblaba 

de amor-

vos serás 

el verano

-que en rayos 

de sol

buscó 

abrigarme-

Seremos

el hielo y el fuego

fundidos

en algún instante

de algún universo.

La fantasía

del amor

desdibujada

en pasado;

el adiós

-que una vez más

congela mi alma-

un invierno

que llegó

para hacer

su hogar

en mí...

-compañía 

en mi soledad-