lunes, 1 de septiembre de 2014

RUBÉN DARÍO




A Francisca

  

Ajena al dolo y al sentir artero,
Llena de la ilusión que da la fe,
Lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame...

En mi pensar de duelo y de martirio
Casi inconsciente me pusiste miel,
Multiplicaste pétalos de lirio
Y refrescaste la hoja de laurel.

Ser cuidadosa del dolor supiste
Y elevarte al amor sin comprender;
Enciendes luz en las horas del triste,
Pones pasión donde no puede haber.

Seguramente Dios te ha conducido
Para regar el árbol de mi fe,
Hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame...

 

 

LEOPOLDO LUGONES



A ti única

 

Un poco de cielo y un poco de lago
donde pesca estrellas el grácil bambú,
y al fondo del parque, con íntimo halago,
la noche que mira como miras tú.

Florece en los lirios de tu poesía,
la cándida luna que sale del mar.
Y en flébil delirio de azul melodía,
te infunde una vaga congoja de amar.

Los dulces suspiros que tu alma perfuman,
te dan, como a ella, celeste ascensión.
La noche...tus ojos...un poco de Schumann...
y mis manos llenas de tu corazón.

 

 

ENRIQUE LARRETA


 

Las bolitas

  

Y, entre todas, aquélla, la del buque anegado.
Submarino fantasma. Yo veía un terrible
pulpo que caminaba con lentitud horrible
sobre los esqueletos y el tesoro volcado.

Visiones tan extrañas y otras que habré olvidado,
más allá de lo que es imposible o posible,
formaban ante mí, dentro de su irrisible
gota, las esferillas de vidrio iluminado.

Linterna de otro mundo que nos sigue un momento.
La infancia es todavía prevalecer divino.
¡Ah! Poder perpetuar sin fin su azoramiento,

sus alucinaciones. ¡Oh fresco torbellino
de las hadas silvestres! ¡Oh lumbre de Aladino!
¡Oh nave de Simbad! ¡Oh mi tapiz de viento!

 

 

 

RICARDO JAIMES FREYRE


 

El Himno

 

Bebe ¡oh Dios! Entre los bosques, al través de la espesura,
los feroces jabalíes han huido,
y en la mitad de su carrera puso término a su insólita pavura
rayo ardiente y luminoso, de mi aljaba desprendido.

Bebe ¡oh Dios! Para tu copa dieron mieles las abejas
de los huertos del Palacio blanco y oro;
ya del Lobo y la Serpiente la medrosa vista alejas
y vierte la lengua de Orga su sacro raudal sonoro.

Cuando tu aliento se cierne sobre el campo de batalla,
ríe el guerrero a la Muerte que le acecha;
si en el espacio infinito, con el trueno, tu potente voz estalla
se hunde en el cuello la lanza y en el corazón la flecha.

 

 

GUILLERMO VALENCIA CASTILLO

 

A la memoria de Josefina

 

1

De lo que fue un amor, una dulzura
sin par, hecha de ensueño y de alegría,
sólo ha quedado la ceniza fría
que retiene esta pálida envoltura.

La orquídea de fantástica hermosura,
la mariposa en su policromía
rindieron su fragancia y gallardía
al hado que fijó mi desventura.

Sobre el olvido mi recuerdo impera;
de su sepulcro mi dolor la arranca;
mi fe la cita, mi pasión la espera,

y la vuelvo a la luz, con esa franca
sonrisa matinal de primavera:
¡Noble, modesta, cariñosa y blanca!

 

2

Que te amé sin rival, tú lo supiste
y lo sabe el Señor; nunca se liga
la errátil hiedra a la floresta amiga
como se unió tu ser a mi alma triste.

En mi memoria tu vivir persiste
con el dulce rumor de una cantiga,
y la nostalgia de tu amor mitiga
mi duelo, que al olvido se resiste.

Diáfano manantial que no se agota,
vives en mí, y a mi aridez austera
tu frescura se mezcla gota a gota.

Tú fuiste a mi desierto la palmera,
a mi piélago amargo, la gaviota,
¡y  sólo morirás cuando yo muera!

 

 

JULIÁN DE CASAL

 


1. A la belleza

 

¡Oh, divina belleza! Visión casta
     de incógnito santuario,
ya muero de buscarte por el mundo
     sin haberte encontrado.
Nunca te han visto mis inquietos ojos,
     pero en el alma guardo
intuición poderosa de la esencia
     que anima tus encantos.
Ignoro en qué lenguaje tú me hablas,
     pero, en idioma vago,
percibo tus palabras misteriosas
     y te envío mis cantos.
Tal vez sobre la tierra no te encuentre,
     pero febril te aguardo,
como el enfermo, en la nocturna sombra,
     del sol el primer rayo.
Yo sé que eres más blanca que los cisnes,
     más pura que los astros,
fría como las vírgenes y amarga
     cual corrosivos ácidos.
Ven a calmar las ansias infinitas
     que, como mar airado,
impulsan el esquife de mi alma
     hacia país extraño.
Yo sólo ansío, al pie de tus altares,
     brindarte en holocausto
la sangre que circula por mis venas
     y mis ensueños castos.
En las horas dolientes de la vida
     tu protección demando,
como el niño que marcha entre zarzales
     tiende al viento los brazos.
Quizás como te sueña mi deseo
     estés en mí reinando,
mientras voy persiguiendo por el mundo
     las huellas de tu paso.
Yo te busqué en el fondo de las almas
     que el mal no ha mancillado
y surgen del estiércol de la vida
     cual lirios de un pantano.
En el seno tranquilo de la ciencia
     que, cual tumba de mármol,
guarda tras la bruñida superficie
     podredumbre y gusanos.
En brazos de la gran Naturaleza,
     de los que huí temblando
cual del regazo de la madre infame
     huye el hijo azorado.
En la infinita calma que se aspira
     en los templos cristianos
como el aroma sacro de incienso
     en ardiente incensario.
En las ruinas humeantes de los siglos,
     del dolor en los antros
y en el fulgor que irradian las proezas
     del heroísmo humano.
Ascendiendo del Arte a las regiones
     sólo encontré tus rasgos
de un pintor en los lienzos inmortales
     y en las rimas de un bardo.
Mas como nunca en mi áspero sendero
     cual te soñé te hallo,
moriré de buscarte por el mundo
     sin haberte encontrado.

 
De "Bustos y Rimas"