sábado, 1 de enero de 2022


 

MARIANO PEYROU

 

  

El placer

 

 

Para poder dormirse, intenta recordar
todas las veces que estuvo en París.
Cuando olvida alguna, muere un animal
doméstico, o se seca
una planta en la terraza.

Ahora necesito viento, diría
si dominara el francés o cualquier lengua
moderna, para no pensar, para al menos
mantenerme en pie hasta el próximo
capítulo. Si me contaras otra mentira…

No importaba nada que se hicieran novios
y se ahogaran en el río,
pero me recomendó por escrito
que me concentrara en el libro y dejara
de mirar a la lectora de enfrente,
que se acariciaba el pelo como si se fuera a ahogar.

 

RODOLFO USIGLI

 

 

Testamento

 

 

En la agónica gota de un reloj cuya máquina
he descubierto en vano, voy captando la huella
del tiempo en esta trampa de lodo y de ceniza
que soy. Yo mismo ahora ya no recogería
los restos de mí mismo que han dejado el silencio
la espera, las mujeres y la angélica
curiosidad de mí mismo hasta el crimen mismo.
No me atrevo a poner ya las manos sobre mí
ni aún en la sombra por lo que el tacto me revelaría
de llagado y de oscuro en mi materia.
No me atrevo en la noche a preguntarme nada
por no hallar en mi oído la respuesta del eco,
de la repetición de otro reloj.
Y no resistiría verme al espejo por miedo
a mi piedad estéril y terrible
que caería sobre mí mismo.
Sólo las huellas de estas gotas del tiempo en mi ceniza,
la mecánica sangre sistemática,
mis vellos que se erizan en esta tormenta
de la soledad desencadenada como una seca lluvia.
Sólo la indiferencia
de un Dios que no me castiga todavía
y que me envuelve en una ahumada pausa
de niebla. Sólo el desprecio de olvidarme
como un objeto desarticulado
en una amarga música
en un silencioso vino
en una luz opaca.
No me quedaba ya más que un silencio
en que tenderme, en que soñar. Y ya lo he roto.
Y las palabras, todas las palabras
con que lo perforé de extremo a extremo
han partido de mí y no podría repetirlas siquiera
aún huecas, aún metálicas, aún muertas.
Y no me queda ya del tiempo
más que esta gota agónica y eterna
que cae sobre mí de todos los relojes,
que parecen maquinarias de cera.
Y perdido el silencio, y la palabra,
hago este testamento
para dejar al viento lo que queda de mí,
testigo mudo y lejano de mí mismo,
sombra de soledad, sombra de espera.

 

 

VERÓNICA JAFFÉ

 

 

 

Preferencia peligrosa

 

 

Solo hoy prefiero

la teoría del no saber,

de la duda temblorosa,

del ni sí ni no, es que no sé,

del demonio sincero

y la locura a ratos

por la sola razón propia,

no vaya a ser

que meta la pata otra vez

y tenga que volver

por la cuerda floja, esa

que espero no ver más

nunca, con el favor de todos

los dioses juntos,

los de nosotros los buenos,

nosotros los malos,

aunque me repita

el poeta con razón que

los dioses se han ido hace

años y nos han dejado solos

en el juego este de «ayer

les tocó a los buenos

y hoy a los malos»,

aunque sé que es peligroso.

 

TANIA FAVELA

 

  

Estábamos ahí

 

 

estábamos ahí
entre el paisaje
bebiendo comiendo
brindando
por el reencuentro

todo era cielo tierra mar

no había mucho qué decir

la comunión
no necesita palabras
3 manos que se alzan
y entrechocan sus copas

eso es
el paraíso de la poesía

 

 

FRANCISCO SERRANO

 

  

La bailarina en el estanque

A Tania Pérez-Salas

 

 

Reclinada, a flor de agua, tenue, grácil,
suspendida de una nota dulcísima,
con la frescura de la brisa al alba,
como un soplo de sol, la bailarina
comienza su misterio, su fantástico
don de convocar otras presencias
con la cadencia dúctil de su cuerpo.

La bailarina emerge de las aguas,
náyade, bayadera, ondina, diáfana
figuración de la armonía, y crea
en la imantada magia de la escena
un espacio virtual, un instante único
donde todos nos vemos reflejados.

La bailarina se levanta y brilla
en medio del estanque como un chorro
de luz o un ara de oro, un deslumbrante
racimo de emociones, rasgos, formas:
manantial de presencias y recuerdos.
Se yergue, gira, avanza, se desliza,
como una brisa líquida es su danza.

La tersa ondulación del agua lleva
un espejo a sus pies, para que guarde
la imagen duplicada de sus pasos,
el equilibrio de sus movimientos,
la perfección de su danza lustral.
La bailarina es un árbol de espejos,
una columna de irisados brillos,
un ciprés de cristal, agua delgada,
una vasija en que se vierte toda
la seducción de la figura humana.

La bailarina crea un instante único:
agita la cabeza: el pelo entonces
traza una orla de diáfano rocío,
un haz resplandeciente, una galaxia
de minúsculas gotas expandidas:
el cosmos en un arco translúcido.

Sobre la superficie del estanque,
suspendida entre el cielo y el agua, anda
la bailarina en una tierra mágica.
¿Es de agua el cuerpo de la bailarina?
El nácar de las ondas no la deja:
como un eco la sigue y la procura
enamorado de su plenitud.

La bailarina: sí, lumbre del agua.
Su danza es una imagen de la vida
que surge de las aguas y que vuelve
al regazo nutricio del comienzo,
al agua que nos lava y purifica.

La figura que traza en el espacio
–pareciera danzar sobre el abismo–
sugiere en su belleza el jeroglífico
de la ardua libertad: es agua suelta,
sensación y reflejo. Es el espejo
donde nos contemplamos, agua viva,
antes que el pasajero, ávido tiempo
nos sumerja de una vez para siempre
en las fluctuantes aguas del olvido.
Conciencia inextinguible de la muerte,
fulgor de la memoria fugitiva.

 

 

CÉSAR SILVA MÁRQUEZ

 

  

recámara abierta


 

no hay nada, ni lluvia, ni auto ni la nube en forma de cerebro
ni la rama de árbol en forma de arteria
nada por ejemplo entre las manos o dientes
o para decirlo más directo
nada en medio de la sangre de un gorrión
que ha caído como piedra contra el asfalto
mientras el auto pasa y los niños y los más viejos saben de qué va
caer como piedra contra el asfalto

no hay edad suficiente ni vergüenza para decir
por ejemplo gota
y dibujar un corazón justo en el cuchillo
un mapa al costado de la mujer de ojos grandes
manos para tocar violín, cuello para hincar el golpe
para insultarla y gritarle que no se vaya
y con una mano tocar cada uno de sus espacios
y apretar y dejar huella

por ejemplo nada de luz
fragmento sin brillo que corte

marca de agua en el labio superior
para decir que no
para hablar hacia adentro
cerrar los ojos y saber
que la distancia es un pedazo de cordón al cuello

nada como el tiempo, esa medusa
o la casa hueca porque los niños crecieron, digamos

nada por ejemplo en la niña de boca grande, en el cabello largo y negro
como una ola en un mar sin luz
a media fiesta, contra la roca

nada en la película que juntos, ella y él, han urdido
personajes secundarios listos para cruzar un puente
lluvias que no existen, decir cualquier palabra en inglés
una película que sirva para besar y beber
dentro del auto
en una esquina a las 3 de la mañana
con el asiento hasta abajo sosteniendo los cuerpos
a la espera del lobo
para al final saber que el lobo son ellos
con dientes de mármol y rabia en ojos y pelambre

nada como eso, como gritar corte se queda
y entre el sudor y la respiración
el abismo de lo que están hechos
tapar los ojos con la mano y morder la lengua
promesas como palabras y palomas
como ese gorrión sobre la calle
nada nada nada