"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 2 de febrero de 2022
JULES LAFORGUE
Para el libro del amor
Mañana
puedo morir y aún no he amado.
Jamás mis labios rozaron unos labios de mujer,
Ninguna me entregó en su mirada el alma,
Ninguna me estrechó contra su extasiado corazón.
Ha
sido mi vida un continuo penar, por toda la naturaleza,
Por los seres, por el viento, las flores, el firmamento ,
Sufrir por todos mis nervios, minuciosamente,
Sufrir por no tener un alma aún lo bastante pura.
¡Desprecié
el amor y maté la carne!
¡Loco de orgullo, inflexible me mantuve ante la vida!
Y, solo, sobre esa Tierra al Instinto sometida,
Al Instinto desafiaba con amargo rictus.
Por
doquier, en los salones, en el teatro en la iglesia,
Antes esos hombres fríos, los más grandes, los más esbeltos,
Y esas mujeres de ojos dulces, celosos y altivos
Cuya alma exquisita redoraríamos castamente,
Pensaba:
¡Mira en lo que ha quedado todo! ¡Escuchaba
Los estertores del inmundo apareamiento de los brutos!
¡Tantas abyecciones para un acceso de tres minutos!
¡Hombres, corrección! ¡Mujeres, seguid con vuestras zalamerías!
FRANCES HARPER
Sepúltame en una tierra libre
Hazme
un sepulcro donde tú quieras,
En un llano humilde, o en una colina elevada;
Hazla entre las más humildes tumbas de la tierra,
Pero no en una tierra donde los hombres son esclavos.
No
podría descansar si alrededor de mi tumba
Escucho los pasos de un esclavo tembloroso;
Su sombra sobre mi tumba silenciosa
Se convertirá en un lugar de tristeza terrible.
No
podría descansar si escucho las pisadas
De una pandilla de esclavos llevados al matadero,
Y el grito de la madre en desesperación salvaje
Que se levanta como una maldición en el aire temblando.
No
podría dormir si viera el látigo
Bebiendo su sangre en cada herida terrible,
Y vería a sus bebés arrancados de su pecho,
Al igual que palomas temblorosas en su nido progenitor.
Me
estremezco y me sobresalto si Escucho en la bahía
A los sabuesos apoderarse de su presa humana,
Y escucho al cautivo defenderse en vano
A medida que es obligado de nuevo a su cadena mortificante.
Si
he visto niñas en los brazos de su madre
En permuta y venta de sus encantos juveniles,
Mi ojo brillará con una llama triste,
Mi mejilla de un pálido de muerte se enrojece de vergüenza.
Dormiré,
queridos amigos, donde pueda abotagarme
Donde no pueda robarle a nadie su más querido derecho;
Mi descanso será calmo en cualquier sepulcro
Donde no se puede llamar a su hermano esclavo.
No
pido un monumento, erguido y de nobleza,
Para detener la mirada de los transeúntes;
Todo lo que mi anhelante espíritu ansía
Es que no me sepultes en un país de esclavos.
RAÚL ZURITA
El primer canto de los ríos
Es
el amor … ése es el amor
Ay ése es el amor…
Ay
ése es el amor que hemos llorado tanto … se
largan los ríos que se aman … partiendo
Cauce
abajo … arrojándose sobre las praderas
que lloraban mirándose … Nosotros somos las
montañas que lloraron mirándose dicen los ríos
que las llamaban … arrastrándolas
Borrascosos
… tras las largas praderas que los
vientos subían … Quiénes nos subieron el dolor
de esas montañas se van diciendo las inmensas
praderas del cielo … Somos todos los pastos de
este mundo les contestan largándose los ríos
que se aman … abiertos … tirados … rompiéndose
RENÉ SEGURA
Miedo
Tengo
miedo de sembrar un árbol y
terminar ahorcándome en él
de ser inmolado en el fuego de la
verdad
de tener deseos
de no poder eliminarme.
Tengo miedo de escribir en una hoja
frases que me acuchillen.
De tener un hijo y que algún día me
maldiga.
De tener pareja y perderme en el
laberinto del tu y yo.
De perder el miedo y volverme libre.
Tan libre como para asesinarme con
cariño.
JORGE LOBILLO
De la calle en que vivo
A Enriqueta Ochoa
ALGÚN
día me ausentaré de esta calle.
Pasarán
entonces ante la puerta
de mi memoria el hijo ciego y la madre
que lo llevaba integrado de nuevo
a su cuerpo, porque ella siempre fue sus ojos,
su único depósito de luz en la tierra…
Volverán
los niños que arrojaron piedras
al aislamiento callado que cercaba
mi casa, y la mirada impura
con que vecinos espiaron en mi persona
a través de las horas; pero también Elena,
Lucy y Enrique, piadosas compañías
sonrientes, a calmarme la angustia;
Y Boby y El Nene, saludos de sol
en cada mañana de esenciales huesos;
el radiante padre de familia
con una bolsa de pan rumbo a su hogar
a la caída exacta del atardecer,
y la contemplación de mi ternura, rota
por el salitre innumerables veces.
Regresarán
las estaciones, la lluvia,
los ensueños entendidos de estrellas,
el viento nocturno escapando más allá
del límite marcado en los patios,
y los días hechos, elaborados
con luminosas monedas antiguas
que poéticamente yo repartía
como un verdadero patrimonio del hombre.
Y sobre todo el amor, nunca saciado,
la carencia de muchos otros instantes:
peces inaprehensibles, yéndose
desde la red de un precioso momento.
Algún
día me ausentaré de esta calle.
Caeré… Me callaré, grave, herido
de vida, por la ofrenda del canto.
ALEJANDRO ROEMMERS
Déjame entrar
Déjame
entrar
con mis palabras esta noche.
Deja tu mente
vagar por estos signos.
Refúgiate en la aldea de mis versos.
Respira el trébol de la noche
y afloja los miedos que la acechan.
Déjame
ser prado y tiéndete.
Déjame ser manta y cúbrete.
Déjame saciarte y bébeme.
Siente fluir por tu garganta
mi alimento de palabras,
hacerse carne hasta tus huesos,
inundartelas venas con mi sangre.
Déjame florecer por tus entrañas
suturar los barrancos de tu herida,
tenderme por la pampa de tus sueños
y alumbrar las semillas de tu espera.
Deja
entrar mis palabras esta noche.
Mañana, cuando ya no me recuerdes,
cuando nadie pueda distinguirnos,
te sentirás más fuerte.
