De la calle en que vivo
A Enriqueta Ochoa
ALGÚN
día me ausentaré de esta calle.
Pasarán
entonces ante la puerta
de mi memoria el hijo ciego y la madre
que lo llevaba integrado de nuevo
a su cuerpo, porque ella siempre fue sus ojos,
su único depósito de luz en la tierra…
Volverán
los niños que arrojaron piedras
al aislamiento callado que cercaba
mi casa, y la mirada impura
con que vecinos espiaron en mi persona
a través de las horas; pero también Elena,
Lucy y Enrique, piadosas compañías
sonrientes, a calmarme la angustia;
Y Boby y El Nene, saludos de sol
en cada mañana de esenciales huesos;
el radiante padre de familia
con una bolsa de pan rumbo a su hogar
a la caída exacta del atardecer,
y la contemplación de mi ternura, rota
por el salitre innumerables veces.
Regresarán
las estaciones, la lluvia,
los ensueños entendidos de estrellas,
el viento nocturno escapando más allá
del límite marcado en los patios,
y los días hechos, elaborados
con luminosas monedas antiguas
que poéticamente yo repartía
como un verdadero patrimonio del hombre.
Y sobre todo el amor, nunca saciado,
la carencia de muchos otros instantes:
peces inaprehensibles, yéndose
desde la red de un precioso momento.
Algún
día me ausentaré de esta calle.
Caeré… Me callaré, grave, herido
de vida, por la ofrenda del canto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario