"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 9 de mayo de 2022
DENISE LEVERTOV
Contrabando
El
árbol del conocimiento era el de la razón.
Por eso es que probar de él
nos arrojó del Paraíso. Lo que había que hacer con ese fruto
era secarlo y molerlo hasta obtener un polvo fino,
para después usarlo de a una pizca por vez, igual que un condimento.
Probablemente Dios tenía planeado mencionarnos más tarde
este nuevo placer.
Nos lo comimos hasta atragantarnos,
llenándonos la boca de pero, cómo y si,
y de pero otra vez, sin saber lo que hacíamos.
Es tóxico, en grandes cantidades: sobre nuestras cabezas
y en torno de nosotros el humo se arremolinó,
para formar una compacta nube que se fue endureciendo
hasta hacerse de acero: un muro entre nosotros
y Dios, que era el Paraíso.
No es que Dios no sea razonable; pasa que la razón
en tal exceso era una tiranía,
y nos aprisionó en sus propios límites, un calabozo de metal pulido
que reflejaba nuestros propios rostros. Dios vive
al otro lado de ese espejo,
pero a través de la rendija en donde el cerco
no llega justo al piso, logra colarse al fin:
como una luz filtrada, como chispas de fuego,
como una música que se oye, cesa de pronto
y, de repente, se hace audible de nuevo.
LUIS ALBERTO AMBROGGIO
Paternidad
Hoy
escuché
una expresión extraña
entre los pasillos
de la burocracia.
En el trabajo
un intercambio corriente de palabras:
“Esta es mi creación”
alguien decía
mientras con orgullo de padre
una carpeta de formularios cargaba.
De creación hablaba
con orgullo de padre.
Creí haber escuchado algo
y no haber sentido nada
sobre los papeles muertos
de la burocracia.
RICARDO POCHTAR
Los
que escriben
de siglo en siglo
calendarios de piedra
o de cuentas de papel
dóciles
norias
para los cuatro
o cinco elementos,
si me apuran –
¿qué saben realmente
de las horas,
qué recuerdan
del tamaño de los días?
EDUARDO GALEANO
El
padre
Vera
faltó a la escuela. Se quedó todo el día encerrada en casa. Al anochecer,
escribió una carta a su padre. El padre de Vera estaba muy enfermo, en el
hospital. Ella escribió:
—Te
digo que te quieras, que te cuides, que te protejas, que te mimes, que te
sientas, que te ames, que te disfrutes. Te digo que te quiero, te cuido, te
protejo, te mimo, te siento, te amo, te disfruto.
Héctor
Carnevale duró unos días más. Después, con la carta de su hija bajo la
almohada, se fue en el sueño.
JOSÉ UMAÑA BERNAL
Elegía
del adiós
1
¿A
que engañarnos más si ya perdiste
para mi sueño el misterioso encanto
de lo imprevisto, del hostil quebranto
fatal estrella nuestro amor asiste?
Si
han pasado los días en que fuiste
un motivo fugaz para mi canto,
¡por qué en las sombras ocultar el llanto
y hacer la hora del adiós más triste?
Ignoto
anhelo de inquietud me lleva
a buscar en la noche una luz nueva
para alumbrar la ruta alirecida.
Sereno
olvido mi dolor te implora;
—¿qué es el amor? _soñar solo una hora
para llorar después toda una vida.
2
Al
decirnos adiós, bajo el florido
amparo del fragante jazminero,
murió en las sombras el postrer lucero
tras un hondo crepúsculo de olvido.
Todo
el encanto del ayer perdido
gimió en tu voz con ritmo lastimero,
y ante mis ojos se extendió el sendero
como un largo dolor desconocido.
Tu
lánguido mirar se hizo más triste
cuando en las brumas del recuerdo viste
el sueño roto y la esperanza trunca;
Y
ante la paz serena se las cosas,
llorando nuestras almas silenciosas
lo que no pudo ser, ni será nunca.
3
Yo,
que anhelando la visión futura
huyendo del amor y sus engaños,
de adusto olvido coroné mis años,
y apacenté mis sueños en la altura.
Hoy,
ante el hado que la muerte augura,
rota la paz por éxodos extraños,
breves congojas y fugaces daños,
lloro al dejar la juvenil locura.
Señor,
que das la pena y la alegría,
tú, que me hiciste ilusionar un día,
de gloria ornando el porvenir risueño.
Concede
al alma lo que el alma pide,
y dame un gran dolor para que olvide
la vanidad de este dolor pequeño.
AMELIA DENIS DE ICAZA
De
hombres nacidos en las selvas vírgenes
en grupos de invencibles lo siguió
que allá en nuestras montañas, el indígena
puede morir pero rendirse no.
Se
hizo su jefe el montañés intrépido,
el campo de batalla fue su altar
y el órgano divino, el ruido horrísono
del cañón enemigo al estallar.
Y ni
el invierno con sus noches lúgubres
detuvo nunca su carrera audaz.
Como el león de los bosques en América
ni dio cuartel ni lo pidió jamás.
Soñó
con la victoria, fue su ídolo
y en su mano nervuda se rompió
tras el ideal la noche con lo trágico
que el astro rey en el ocaso hundió…
Y
después… Y en las sombras del crepúsculo
en un lago de sangre el corazón;
y el pueblo que se aleja del patíbulo
murmurando una horrible maldición.
Su
centro era el peligro, nunca el pánico
hizo su corazón estremecer
se alumbraba con luces de relámpago
cuando iba el enemigo a sorprender.
