domingo, 19 de junio de 2016


JAVIER SALVAGO




La lucha por la vida



Presiento que no soy el mejor yo
de todos los que quise ser y he sido.
He conocido otros más hermosos,
mejor amantes y mejor vividos.
-Todos, sin excepción, mucho mas jóvenes,
prometedores y atractivos-.

No soy el mejor yo.
Pero, al menos, aguanto y sobrevivo.
Los demás, con sus sueños
-cansados, derrotados, aburridos-,
fueron cayendo
uno tras otro en el camino.




MARÍA ELENA WALSH




Balada triste



Era el otoño y era la llovizna,
la inicial certidumbre del poniente.
Mis pasos desandaban su tristeza
mientras sobre la tierra conmovida
era el otoño y era la llovizna.

En el transcurso de las avenidas
todos los pájaros habían muerto,
y las hojas llovían cautamente
sobre la hierba, cerca de mi sangre,
en el transcurso de las avenidas.

¿Qué llanto conocí, qué desconsuelo
bajo los árboles deshabitados?
Cuando en la fuente se reconocía
un cielo de palomas lejanísimas
qué llanto conocí, qué desconsuelo.

Oh muros de mi sed, aquellos muros
que no sé si existieron a mi lado;
bebí en ellos soledad de siglos,
luz funeraria, fríos alusivos.
Oh muros de mi sed, aquellos muros.

Triste ejercicio el de invadir la niebla
por ámbitos inciertos, declinando.
Atravesé desconocidos puentes
en el amanecer de los faroles.
Triste ejercicio el de invadir la niebla.

Todos los pájaros habían muerto
en el transcurso de las avenidas.
Qué llanto conocí, qué desconsuelo:
era el otoño y era la llovizna,
todos los pájaros habían muerto.


JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ




A Puerto Rico (regreso)



Por fin corazón, por fin
alienta con la esperanza,
que entre nubes de carmín,
del horizonte la confín,
ya la tierra a ver se alcanza.

Luce la aurora en oriente
rompiendo pardas neblinas,
y la luz, como un torrente,
se tiende por la ancha frente
de verdísimas colinas.

Ya se va diafanizando
de la mar la espesa bruma;
el buque sigue avanzando,
y va la tierra brotando
como Venus de la espuma.

Y allá sobre el fondo oscuro
que sus montañas le dan,
bajo un cielo hermoso y puro,
mi bellísimo San Juan.

Y aunque es ciudad amada
mis afecciones encierra,
con el alma entusiasmada,
yo no me acuerdo de nada
sino de ver esa tierra.

Perdonadle al desterrado
ese dulce frenesí;
vuelo a mi mundo adorado,
¡y yo estoy enamorado
del la tierra en que nací!

Para poder conocerla,
es preciso compararla,
de lejos en sueños verla;
y para saber quererla
es necesario dejarla.

¡Oh!, no envidie tu belleza,
de otra inmensa población
el poder y la riqueza
que allí vive la cabeza
y aquí vive el corazón.

Y si vivir es sentir,
y si vivir es pensar,
yo puedo, patria, decir
que no he sabido vivir
al dejarte de mirar.

Que aunque templado y suave
no vive, no, en el ambiente
el pez de las ondas nave
ni entre las ondas el ave,
ni yo de mi patria ausente.

¡Patria!, jardín del mar,
la perla de las Antillas
¡Tengo ganas de llorar!
¡Tengo ganas de besar
las arenas de tus orillas!

Si entre lágrimas te canto,
patria mía, no te asombres,
porque es de amor ese llanto,
y ese amor es el más santo
de los amores del hombre.

Tuya es la vida que aliento,
es tuya mi inspiración,
es tuyo mi pensamiento,
tuyo, todo sentimiento
que brote en mi corazón.

Que haya en ti vida primero,
cuanto ha de fijarse en mí,
y en todo cuanto venero,
y en todo cuanto yo quiero
hay algo patria de ti.

No, nada importa la suerte
si tengo que abandonarte,
que yo solo aspiro a verte,
a la dicha de quererte
y a la gloria de cantarte.





LUIS FELIPE VIVANCO




La invitación al otoño



Tu imperativo andar, tu infatigable
modulación de mar bajo la lluvia
que refresca con agua aún no mecida
el retoñar continuo de sus olas;
tu ingenuo, y arrogante, y despeinado
velero musical siempre alejándose
de la paciente orilla resignada
a un rumor de pisadas veraniegas;
tu corazón en marcha y sus amuras
salobres donde posan las gaviotas,
me obligan a mi altiva permanencia
y riguroso páramo de estío.
Pero tu voz de arroyo en la penumbra
que inciensan temblorosas arboledas,
tu empañado mirar sobre mis años,
tu cintura de espuma que se ensancha
con bendición de hogaza recién hecha
y bienestar de establo navideño;
la canción de tus labios vagamente
infantil y esa niebla entre frutales
insinuados, cada vez más tuyos,
me invitan al otoño.
                                          Con racimos
de antes de mi embriaguez y mi experiencia
junto al viejo brocal voy aprendiendo
dulcemente de ti las campesinas
labores que te habitan, los dorados
confines de regreso a tu bodega
de agrietadas paredes, los azarbes
por donde se entra el campo holgadamente
sonoro y luminoso hasta tu júbilo
dormido de campanas, y el nocturno
pequeño ruiseñor que te bosqueja
la ternura en la sombra y voy surcando
con obstinados brazos soñadores
ni vocación de ti, mi vieja historia
como añosa corteza de palabras
repetidas sonando hacia la muerte,
y en vez de un mustio error de hojas caídas
un lagar bien pisado y la ignorancia
con que mis ojos vuelven a sentirse
primeros otra vez en la aventura
de mezclar tus visiones con las mías.

Porque más sosegado que el vacante
perfil de cada luna en la ventana
nuestro quehacer arraiga como el seto
de laureles oscuros que conducen
el hondo caminar hasta las muelles
marismas cenicientas, ya en el borde
del aire anochecido.

                                            Y ya ha pasado
nuestra evasión de entonces. Maternales
se han hundido las horas como surcos
de la tierra que vuelve a su fatiga,
y en la mansión que el viento restablece
con fragancia de esbeltos troncos muertos
nadie olvida a la carne, está encendido
su hogar, la victoriosa llama que arde
con chasquidos del bosque que ocupaba
la espaciosa llanura (hoy congregando
ruedos de sembradura y leguas yermas
de sed alrededor de cada pueblo).

Y por eso más cerca de este gozo
posible y situado entre las cosas,
con dolor no excesivo estamos juntos
tu realidad y yo, y están pasando
perezosas las nubes y plomizas
sobre los áureos flancos vegetales
de tu consentimiento. Están volviendo
con polvorientos pies envejecidos
y arrugas en la piel y sol mohoso,
como si hubieran (hace muchos años)
pasado ya otra vez (y de esta misma
manera), cuando el trigo que el solsticio
de junio ha derramado por las eras
no era más que un rubor embelleciéndote
y una rubia semilla apenas rota
presidiendo las tardes otoñales
desde tu oscura cueva abastecida
de ajeno porvenir y tiempo nuestro.

De "Libro de los caminos"




LEÓN FELIPE




Sabemos



Sabemos que no hay tierra
ni estrellas prometidas.
Lo sabemos, Señor, lo sabemos
y seguimos contigo trabajando.
Sabemos que mil veces y mil veces
pararemos de nuevo nuestro carro
y que mil y mil veces en la tierra
alzaremos de nuevo
nuestro viejo tinglado.
Sabemos que por ello no tendremos
ni ración ni salario.
Lo sabemos, Señor, lo sabemos
y seguimos contigo trabajando.

Y sabemos
que sobre este tinglado
liemos de hacer mil veces y mil veces todavía
el mismo viejo truco bufo-trágico
sin elogios
ni aplausos.
Lo sabemos, Señor, lo sabemos
y seguimos contigo trabajando...



RENATO LEDUC

  


Ineludible poema del adiós



Sólo un occiduo sol que disemina
en tintas jaldes la silueta tuya,
extraviada en los riesgos de una esquina,
sin quien a mi fervor la restituya.

Blanco pañuelo
que tremolaste con enhiesto brazo,
signo será de adiós y desconsuelo
cuando se vuelva a presentar el caso.

Rueda la noche y en la noche el tren,
el uno y la otra por distinta vía;
alguien habrá que en el desierto andén
consigne fardos de melancolía.

Diáfano cielo
con un errante corazón de plata;
cuántas muchachas llorarán en celo.
Oh, gemebundo amor de gato y gata.

El agrio viento que en Paris y en otros
turbios países torna la veleta,
por falta de veleta entre nosotros
a transportar suspiros se concreta.

Luces, fugaces luces
de una casa perdida en la llanura;
cuántas doncellas beberán de bruces
sueños, que el sol amargo desfigura.

Viento del mar que con hinchado aliento
al viento avienta iridiscente espuma;
al cruzar tu recuerdo amarillento,
olor de viaje y de marisco exhuma.

Estos gajos lunáticos de luna
saben a menta;
cuántas muchachas llorarán a una
dicha, perdida por error de imprenta.

Brumoso viento que nos cuenta el cuento
del viejo Valdemar
y sus hijas, que en modo truculento
sucumbieron, cansadas de esperar.

A viajero veloz, senda florida.
Oh, muchachas de amable contextura,
hay que decir adiós porque la vida
es menos dura cuanto menos dura.
Estrella, estrella
que contemplas cien mundos a la vez,
¿dónde está, di, la postrimer doncella?
dónde está, pues...

De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933