viernes, 19 de agosto de 2016


ALI CHUMACERO




Jardín de ceniza



Haber creído alguna vez
viendo la noche desplomarse al mundo
y una tristeza al corazón volcada,
y después ese cuerpo que oprimen nuestras manos:
la mujer que sonríe
y sobre el lecho se nos vuelve
cadáver mutilado en el recuerdo,
como mentira ínfima
o rosa desde siglos viviendo en el silencio.
Y sin embargo en ella nos perdemos,
muertos contra sus brazos, en su misterio mudos
tal una voz que nadie escucha,
frutos ya de cadáver de amor, petrificados;
su placer nos sostiene sobre un mentido mundo,
ahí nos consumimos continuando
en la vana tarea interminable,
y luego no creemos nada,
somos desolación o cruel recuerdo,
vacío que no encuentra mar ni forma,
rumor desvanecido en un duro lamento de ataúdes.


HEBERTO PADILLA

  


Heinrich Heine



En una de estas tardes
me pondré guantes blancos,
frac negro,
sombrero;
iré a la calle Behren,
cuando nadie se encuentre en el café,
y no se haya formado la tertulia
y nadie me pueda reconocer
excepto Heinrich Heine,
pues debo hablar con él,
que sabe cuánto oculta la gloria y la ponzoña,
el exilio y el reino
(y que lo sabe bien).
Escéptico, burlón, sentimental creyente...
(Así lo describió Gautier)
Pero ¿de quién hablaba?
¿De nosotros o de él?
Porque ¿quién no ha opinado
contra sus sentimientos?
¿Contra quién no ha graznado
un cuervo de hiel?
En una de estas tardes...
Enfundaré los ojos de Teresa,
se los pondré delante a Heine
de modo que comprenda que también
supe de ellos y los desenterré.
Le diré que es mi modo de ser contemporáneo.
Haremos una larga reverencia
(son ojos de otro siglo,
descubiertos por mí...)

Esta tarde tal vez...
Cuando el brumoso mirlo
salte de rama en rama
y sólo Heine se encuentre en el Café,
y nadie pueda nunca saber
que anduve entre walkirias, nornas,
parcas del norte,
que yo también he sido un desenterrador.


De: "El hombre junto al mar"



ELSA LÓPEZ





No pronuncio tu nombre por miedo a ver la herida
y el golpe de la sangre.
No digo las palabras que debiera decirte.
Te miro.
Te contemplo.
Te observo.
Ojeo las esquelas y el tiempo de las nubes.
Luego digo algo inútil,
mágico,
irreparable.
Digo cosas curiosas como decir:
qué tal, hace calor, te quiero,
anoche he deseado tu cuerpo nuevamente.
Pero nada se oye dentro de las paredes.

Tú me miras inquieto,
decidido,
cobarde.
(Mi corazón empieza a deslizarse
por la suave pendiente de tu pelo.)


De: "Del amor imperfecto”


JOSÉ LANDA




Alguien canta en la cruz de los caminos 



Ruidos de la búsqueda.
Ruidos como hocicos de hienas y aletear de temores.
Ruidos oscuros.
Bajo los troncos secos,
a la orilla de casas abandonadas están,
en cada segundo del insomnio están.
Como hace breves años entran ahora en mí,
Sacuden lo que aún pueda habitarme de ramaje,
lo que aún me resta de sólida construcción. 

Un raro escalofrío hace temblar las hojas de los
             nacaztles,
viene a interrumpir el bullicio de pájaros festivos,
sus metales se ponen a brillar como presentimientos
y seducen el cuerpo virgen de la duda.
Es el ángel de la búsqueda,
sus feroces trompetas agrietan los muros del verano
–altas murallas de aire–

y recorren los frutos del manglar,
el laberinto de voces en el río,
el mudo grito del silencio en el corazón de las piedras. 

Yo también vine
“a mirar los cerros que adoptó la lejanía”
y no alcanzo a tocar con la mirada el otro lado de
                                   sus montes,
me admito preso de batallas imposibles, advenedizo de
                                 guerreros olvidados.
Ahora los espejos pueden dar rienda suelta a sus ficciones,
escribir las bases de una genealogía aplicable a
                   cualquier advenedizo de Babel,
ofrecer la fórmula perdida de los alquimistas
para conocer el águila y el sol de una moneda con
                    sólo mirar de soslayo. 

El hallazgo también es un espejo, un tablero de
                            ajedrez con recuadros infinitos,
también el ángel es susceptible de ser ánima sola,
blanco fácil ante el asedio de fantasmas futuros.
Tiemblan por eso los caminos,
los cuadernos con direcciones de familias lejanas,
los labios cuando pronuncian versos malaprendidos a la Biblia. 

La noche de los temores y las búsquedas en el vientre están,
la noche de la búsqueda en todo haz de luz está.
La noche y la búsqueda pulimentan sus dientes,

ponen a cantar las cuerdas de sus gargantas,
son felices cuando alguien echa a andar los motores de
                presagios y calamidades
con sólo deletrear la palabra Vida.  



VICENTE NÚÑEZ




Carta de una dama



He pensado a menudo en un verso de Eliot;
aquel en que una dama persuasiva y ajada
sirve el té a sus amigos entre efímeras lilas.

Yo la hubiese querido porque, igual que la suya,
mi vida es una inútil e inacabable espera.
Pero he aquí que es tarde, y ella murió hace tiempo,
y de una vieja carta banalmente perfecta
su recuerdo difunde perenne y raro aroma.

«Londres, mil novecientos siete. Querido amigo:
Siempre estuve segura, lo sabes, de que un día...
Mas trata de excusarme si divago; es invierno
y no ignoras cuán poco me ocupo de mí misma.
Te espero. Los enebros han crecido y las tardes
culminan hacia el río y los rojos islotes.
Soy triste y, si no llegas, un tema de suspiros
hundirá al gabinete, de un raso ajedrezado,
en el inmundo estiércol del tedio y la derrota.
Para ti habrá una torre, un jardín afligido
y unas campanas graves húmedas de armonía;
y no habrá té ni libros ni amigos ni advertencias,
pues yo no seré joven ni querré que te vayas...»

Y esta dama de Eliot, tan dúctil y serena,
se habrá desvanecido también entre las lilas,
y el banderín siniestro del suicidio ardería
un instante en la estancia con su opaco alarido.


De: "Los días terrestres"


DIONISIO RIDRUEJO




Nostalgia del primer amor



Tu soledad de nieve reclinada,
virginal y sencilla, en mi memoria,
como agua fiel de fatigada noria
viene a regar mi voz enamorada.

¡Cómo recrea el alma sosegada
la penumbra y dulzor de aquella historia
con resplandores de tardía gloria
entre abejas y frutos constelada!

¡Oh, delicada llama, ardor primero
velado en llanto y celestial mirada,
par del trino, la fuente y la azucena!

Mírame combatido y prisionero
volver a tu ilusión breve y tronchada
como un temblor en la desierta arena.