sábado, 13 de agosto de 2016


ALI CHUMACERO




Espejo de zozobra



Me miro frente a mí, rendido,
escuchando latir mi propia sangre,
con la atención desnuda
del que espera encontrarse en un espejo
o en el fondo del agua
cuando, tendiendo el cuerpo, ve acercarse
su sombra, lenta e inclinada,
a la suprema conjunción
de dos pulsos perdidos en sí mismos,
como doble sueño o palabra
inserta en eco hasta llegar
a la primera orilla del silencio.
En espejo de sueños estoy junto a mí mismo
y mi imagen se asoma alargando los brazos,
buscando asir lo inasidero,
lo que dentro de mí resuena
como sombra apresada en las tinieblas
que quisiera hallar una luz
para poder nacer.
Estoy junto a la sombra que proyecta mi sombra,
dentro de mí, sitiado,
intacto, descansando leve
sobre mi propia forma: mi agonía,
y en vano quiero ya cerrar los ojos,
dejar los brazos a su propio peso
o que el agua del silencio lave mi cuerpo,
pues ya mi sueño frente a mí me nombra,
ya destroza el espejo en que se guarda
y reclina su voz sobre la mía:
ya estoy frente a la muerte.


HEBERTO PADILLA




Poética



Di la verdad.
Di, al menos, tu verdad.
Y después
deja que cualquier cosa ocurra:
que te rompan la página querida,
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.


De: "Fuera del juego"



ELSA LÓPEZ




He dispuesto en mi rostro surcos inconfundibles.
Me he puesto el delantal de luto
y me he dejado ir al borde de la acera.

(Hay un banco vacío en el que me he sentado
para morir un poco y de una muerte rara.)

Pienso en cómo te quise.
Yo no voy a aclararte de dónde me ha nacido
este dolor que crece a golpe de tristeza.
Pasa gente.
Hace ya mucho tiempo que no te explico nada
porque hace mucho tiempo que perdí la esperanza
de envejecer contigo.
Es domingo.

(El perro es otro espacio.
Una muerte distinta en medio de la calle.)


De: "Del amor imperfecto"


LUISA CASTRO



  
Casi mediodía




Pero te dejo ir, te marchas, y yo ya no recuerdo
si debo sufrir, si es mi hora, mi llanto,
mi Penélope,
mi asiento duro y fácil
de tejedora a la sombra de una espera inconmovible:
te dejo ir y la mañana
cae espesa y ruidosa,
se postra en mis pasillos,
invade las cocinas y yo ya no te amo
porque no, no es del todo cierto un dolor tan constatable.

Te dejo ir y avanzas confusamente entre los parques,
estropeándolo todo con las huellas de
tus botas
grandes de soldado rubio.
Te vas a la guerra y decir miedo,
verte desaparecer diciendo hambre,
verte caminar con la muerte sonriéndote en la espalda,
prostituta de quince minutos estrechos
en la primera esquina, junto
a la tienda de puñales.

II

Y no, no es del todo cierto un dolor tan apreciable
porque hay una cosa entre los frigoríficos
que se llama resurrección
y cada hora decapitada, cada segundo
mutilado, cada vinculación ahí afuera
supone que los perros van a desaparecer algún día
con su fidelidad que traiciona rebaños,
con su estúpida conducta de amor incondicional y severo.
No es del todo cierto eso de que yo sufra,
pregúntale a una esfinge sin brazos
y con la nariz incompleta
si me ha visto pasar con lágrimas y duelo.
Quieren responderte con la misma frase lapidaria,
hija de siglos,
¡ah!, qué terrible llanto las cariátides, qué terrible llanto,
pero yo
no pertenezco a la historia
y no tengo amistades de piedra.
Yo, dulcemente, he llegado a la desmesura del amor,
a la cintura estrechísima de la soledad, dulcemente,
etcétera,
y mi alma alargada por el uso, estirada
y ensanchada
por los viajes fugitivos de tu cuerpo
acumula el aire y flota,
mi alma floja, preguntándose
qué es esa cosa de que te miren
todas las ciudades, de que te acojan todas las
Venecias.


De: "Odisea definitiva"



JOSÉ LANDA




Como en aquella fábula 



Como en aquella fábula de Poe,
      hay un hombre sentado en una roca, y el diablo
no aparece.
      Junto al Mozomboa que serpentea como si fuese
el tiempo y fluye entre platanares y cañas libres de cultivo,
      hay un hombre sentado en una roca.
      El agua calla cuanto sabe su mirada y lo guarda
en su propia hondura.
      Los arbustos ni reflexionan acerca de la eternidad
ni hablan otro lenguaje que no sea el de los anfibios.
      No viene un solo rayo a iluminar el rumoroso fluir
de la madrugada entre las ondas del Mozomboa.
      El hombre continúa sentado en esa roca,
      acaso se pregunte que diantre sea el silencio,
      o la duda, o el caos, o acaso no se pregunte nada,
      tal vez mire el futuro como el negro reverso de los
      montes,
      tal vez algún sonido le trajo a la memoria
ciertas cosas abstractas, ciertos olvidos de otros años,
      ciertas contradicciones. 
      Pero no hay un indicio de preocupación
en ese fragmento de paisaje demasiado tranquilo.
      La sombra de alguien a punto de morir siente
Estas imágenes como síntesis de sus días pasados
que, absortos, se difuminan en la superficie
clarísima del Mozomboa,
      no hay nada más complejo –en realidad no hay
nada complejo–, es sólo el callar de la contemplación.
      El hombre desaparece de la roca, y un  Pájaro
–el vacío– viene a posarse en ella en tanto mira los círculos
y los círculos y los círculos al caer de un insecto
sobre el agua.



VICENTE NÚÑEZ




Otoño



¿Y cómo te diré, amor, que ya es otoño
desde esta lejanía que hace bello al deseo,
si la lluvia que moja mis hombros es lo mismo
que todos los recuerdos dulces y las promesas,
y las nubes tan grises no son como tus ojos?

¿Qué tristeza que sabe a una antigua alegría
tiene el parque alfombrado de crujientes serojas,
si tú vives lejísimos y mi vida no tiene,
cual las oblicuas tubas de los talados árboles.
otro destino ahora que la desnuda espera?

¿Es algo quizás nuevo o es solamente el tiempo
que otra vez de improviso vierte sus caravanas
de humedades y olores de papeles y tierras,
de viejos palomares y de tejas oscuras,
el tiempo que regresa como un joven desnudo,
mojado y casi ebrio de un viaje larguísimo?

Pero yo sólo sé, amor, que ya es otoño,
que tu recuerdo este día triste me empuja
al final de los parques donde estuvimos juntos,
los parques de otras tardes claras en que el perfume
de los tilos en flor era igual que un abrazo,
y una caja de música morada las Descalzas,
cuando los barrenderos lentamente volvían.

Y también sé, amor mío, que desde mi tristeza
vanas serán las rosas que prepara la tierra,
que nunca la melisa silvestre volveremos
a coger por las lomas leves de los ejidos,
que indiferente a este pecho que se me muere
sus flores el ciclamen volverá a dar tan bellas.

Y por eso, quisiera expirar junto a esas
húmedas avenidas de alerces solitarios,
porque una vez jugamos donde una fuente ahora
con la ilusión de mayo contentísima gime.


De: "Los días terrestres"



DIONISIO RIDRUEJO



  
El amor desierto



Quien le dé un corazón a este minuto
yerto, a este fluir sin armonía,
a esta mi sangre dolorosa y fría,
a este seco dolor sin voz ni luto.

Quien pula aristas al diamante bruto,
quien vuelva al ave su perdida guía,
quien haga soledad y compañía,
voz y silencio al cántico absoluto.

Quien me devuelva todos mis paisajes
y vea, en mis quietudes recogida,
costa anhelada y velo de mis viajes;

Quien la salud me torne con su herida,
quien a mis sueños vista con sus trajes,
¡ansia sin forma! cumplirá mi vida.