jueves, 17 de abril de 2014

CÉSAR AUGUSTO ZAPATA




Lo dicho como apropiación del destino. 

 

Nadie más que el verbo en el acto de ser está siendo
Los demás seguimos perdidos entre las cosas, en la mudez,
En la duplicación fingida por la palabra.

Todo misterio es decir.

Más allá del sentir
Otras existencias ocupan sus dominios en el cuerpo.
Un infierno se abre en cada letra.

Arden mis labios, mujer, quieren decirte por entero
¡Tan completa! ¡Tan completa!
Aire y letra jamás serán tu cuerpo. 

 

MANUEL DEL CABRAL


  


 

En una esquina está el aire
de rodillas...
Dos sables analfabetos
lo vigilan.

Pero yo sé que es el pueblo
mi voz desarrodillada.
Pone a hablar muertos sin cruces
mi guitarra.

Pedro se llaman los huesos
de aquél que cruz no le hicieron.
Pero ya toda la tierra
se llama Pedro.

Aquí está el aire en su sitio
y está entero...

Aquí...
Madera de carne alta,
tierra suelta:

Mi guitarra.

 

 

FEDERICO BERMÚDEZ Y ORTEGA



 

 

Para Gastón F Deligne, Poeta

  

Sobre el negro prestigio de su lacia melena
se desprende la lluvia de un millón de diamantes
y fulgura en sus ojos pensativos y amantes
el encanto apacible de una noche serena.

En el ritmo sonoro, de su voz de Sirena
hay el tremolo vago de cadencias distantes,
y en la rosa divina de sus labios fragantes
se adormece la risa con un nimbo de pena.

Esa tarde, en el Templo, rezaba de hinojos
ante el Cristo, y mirando su melena y sus ojos,
su belleza emotiva de jovial Nazarena.

En mi alma tradujo la ideal fantasía
que leyenda la historia del divino Mesías
y la triste y hermosa María Magdalena.

 

 

 

JUAN ANTONIO ALIX


 

 


 

A mi amigo Octaviano Estrella Ciudad.

 

El Pobre de Ñico el loco
Es un infeliz idiota,
Que solamente se bota
Cuando lo cuquean un poco.
Ni le hace daño tampoco
A nadie ese desgraciado;
Pero como es alocado,
Donde la noche le coge,
En el suelo se recoge
Y allí duerme engurruñado.

Esa infeliz criatura
Cuando no está embriagado,
Se ocupa de hacer mandado
Y adquiere su valedura;
En la plaza de verdura
Allí gana sus cuartillas,
Cargando mesas y sillas,
Cajones y otras frioleras,
A unas cuantas canasteras
Que venden en las casillas.

Pues a ese desdichado
Sin dar motivos de queja,
Le mocharon una oreja
Sin duda agún condenado,
Que viéndolo allí acostado
Durmiendo en una cazada
La oreja le fué cortada
Por algún ser inhumano,
Que rio tiene de cristiano
Ni siquiera una pulgada.

El maldito criminal
Que a Ñico lo ha señalado
Dicen que mocho y bocado
Le puso como señal,
Como de crianza animal;
Y aunque no es de juicio sano,
El Ñico no es un marrano;
Es hijo de Dios lo mismo,
Por el agua del bautismo
Que tiene como cristiano.

El que cometió por cierto
Ese crimen tan horrendo,
Que se vaya previniendo
Con Dios que vive despierto,
Con su tribunal abierto
Y su ley siempre pareja:
Y como ese Dios no deja
Sin testigo al delincuente,
Que tengan eso presente
Los corta dores de oreja.

Estas coplas las publico
Para que el mundo lo sepa,
Que aquí se vive de chepa
Tanto el pobre como el rico.
Porque cuando el pobre Ñico
Que no debe culpas viejas,
Lo han dejado sin orejas
Si a esta tierra viene el Papa,
Como ya nadie se escapa
Le arrancan hasta las cejas.

Avenuncío, satanás!; toma la cruz,
perro mataluz! y líbrenos Dios de tanta
vagabundería. Sí, señor!

 

Santiago, 11 de Junio de 1904.


MIGUEL ANTONIO JIMÉNEZ


  


 

Como ave parte y en señal de fuego llega
de su hueco brotan flores creciendo en brasas
en llama una paloma forma el aire
del sueño mi lengua incendia un astro.

En la flama su raíz conoce el mundo
girando sobre si la llama insiste
en esa música que canción de aire se vuelve.

PEDRO MIR


  

Hay un país en el mundo

 

Hay
un país en el mundo
colocado
en el mismo trayecto del sol,
Oriundo de anoche,
Colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente
liviano,
como una ala de murciélago
apoyado en la brisa.
Sencillamente
claro,
como el rastro del beso en las solteras antiguas.
o el día en los tejados.
Sencillamente
frutal, fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.
Sencillamente triste y oprimido.
Sinceramente agreste y despoblado.

En verdad.
Con dos millones
suma de a vida
y entre tanto
cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía,
tres penínsulas con islas adyacentes
y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles y tierra
bajo los ríos y en la falda del monte
y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el cantío de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Entonces
es lo que he declarado.
Hay
un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.

Algún amor creerá
que en este fluvial país en que la tierra brota,
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde el día tiene su triunfo verdadero,
irán los campesinos con asombro y apero
a cultivar,
cantando
su franja propietaria.
Este amor
quebrará su inocencia solitaria.
Pero no.
Y creerá
que en medio de esta tierra recrecida,
donde quiera, donde ruedan montañas por los valles
como frescas monedas azules, donde duerme
un bosque en cada flor y en cada flor de la vida,
irán los campesinos por la loma dormida
a gozar
forcejeando
con su propia cosecha.
Este amor
doblará su luminosa flecha.
Pero no.
Y creerá
que donde el viento asalta el íntimo terrón
y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,
donde cada colina parece un corazón,
en cada campesino irán las primaveras
cantando
entre los surcos
su propiedad.
Este amor
alcanzará su floreciente edad.
Pero no.
Hay un país en el mundo
donde un campesino breve
seco y agrio
muere y muerde
descalzo
su polvo derruído,
y la tierra no alcanza para su bronca muerte.
¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.
Es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste,
triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije
sencillamente triste y oprimido.

No es eso solamente.
Faltan hombres
para tanta tierra. Es decir, faltan hombres
que desnuden la virgen cordillera y la hagan madre
después de unas canciones.
Madre de la hortaliza.
Madre del pan. Madre del lienzo y del techo.
Madre solícita y nocturna junto al lecho...
Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces
los alcen contra el sol y la distancia.
Contra las leyes de la gravedad.
Y les saquen reposo, rebeldía y claridad.
Y hombres que se acuesten con la arcilla
y la dejen parida de paredes.
Y hombres
que descifren los dioses de los ríos
y los suban temblando entre las redes.
Y hombres en la costa y en los fríos
desfiladeros
y en toda desolación.
Es decir, faltan hombres.
Y falta una canción.

Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el líquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio
y los brazos del hombre más simple
son del ingenio
y sus venas de joven calibre
son del ingenio
y los guardias con voz de fusiles
son del ingenio
y las manchas del plomo en las ingles
son del ingenio
y la furia y el odio sin límites
son del ingenio
y las leyes calladas y tristes
son del ingenio
y las culpas que no se redimen
son del ingenio
vente veces lo digo y lo dije
son del ingenio
"nuestros campos de gloria repiten"
son del ingenio
en la sombra del ancla persisten
son del ingenio
aunque arroje la carga del crimen
lejos del puerto
con la sangre y el sudor y el salitre
son del ingenio.

Plumón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.

Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.

El aire brusco de un breve puño
que se detiene junto a una piedra
abre una herida donde unos ojos
los campesinos no tienen tierra.

Los que la roban no tienen ángeles
no tienen órbita entre las piernas
no tienen sexo donde una patria
los campesinos no tienen tierra.

No tienen paz entre las pestañas
no tienen tierra no tienen tierra.
País inverosímil.
Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde alcanza la estatura del vértigo,
donde las aves nadan o vuelan pero en el medio
no hay más que tierra:
los campesinos no tienen tierra.
Y entonces
¿De dónde ha salido esta canción?
¿Cómo es posible?
¿Quién dice que entre la fina salud del oro
Los campesinos no tienen tierra?
Esas es otra canción. Escuchad
la canción deliciosa de los ingenios de azúcar
y de alcohol.

Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país.
Precisamente
pobre de población.
Pero
no es eso solamente.
Natural de la noche soy producto de un viaje.
Dadme tiempo
coraje
para hacer la canción.

Y éste es el resultado.
El día luminoso
regresando a través de los cristales
del azúcar, primero se encuentra al labrador.
En seguida al leñero y al picador
de caña
rodeado de sus hijos llenando la carreta.

Y al niño del guarapo y después al anciano sereno
con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,
y a la joven temprana consiéndose los párpados
en el saco cien mil y al rastro del salario
perdido entre las hojas del listero. Y al perfil
sudoroso de los cargadores envueltos en su capa
de músculos morenos. Y al albañil celeste
colocando en el cielo el último ladrillo
de la chimenea. Y al carpintero gris
clavando el ataúd para la urgente merte,
cuando suena el silbato, blanco y definitivo, que el reposo contiene.

El día luminoso despierta en las espaldas
de repente, corre entre los raíles,
sube por las grúas, cae en los almacenes.
En los patios, al pié de una lavandera,
mojada en las canciones, cruje y rejuvenece.
En las calles se queja en el pregón. Apenas
su pié despunta desgarra los pesebres.
Recorre las ciudades llenas de los abogados
que no son más que placas y silencio, a los poetas
que no son más que nieblas y silencio y a los jueces
silenciosos. Sube, salta, delira en las esquinas
y el día luminoso se resuelve en un dólar inminente.

¡Un dólar! He aquí el resultado. Un borbotón de
sangre.
Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento.
Sangre en el efectivo producto de amargura.
Este es un país que no merece el nombre de país.
Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.
Es cierto que lo beso y que me besa
y que su beso no sabe más que a sangre.
Que día vendrá, oculto en la esperanza,
con su canasta llena de iras implacables
y rostros contraidos y puños y puñales.
Pero tened cuidado. No es justo que el castigo
caiga sobre todos. Busquemos los culpables.
Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos
sobre los hombros de los culpables.

Y esa es mi última palabra.
Quiero
oirla. Quiero verla en cada puerta
de religión, donde una mano abierta
solicita un milagro del estero.

Quiero ver su amargura necesaria
donde el hombre y la res y el surco duermen
y adelgazan los sueños en el germen
de quietud que eterniza la plegaria.

Donde un ángel respira.
Donde arde
una súplica pálida y secreta
y siguiendo el carril de la carreta
un boyero se extingue con la tarde.

Después no quiero más que paz.
Un nido
de constructiva paz en cada palma.
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos
y el olvido.