domingo, 23 de junio de 2013

RENATO SALES HEREDIA




Sucia, así revisa octubre la rabia allanada…



Sucia, así revisa octubre la rabia allanada,
sucia, un calendario detrás de la lluvia,
alumbrado de las rutas que nacen del amanecer,
asesinadas.
Sin agua de tu cuerpo, tierra,
infancia de sus manos arrodilladas
al desnudo integral del pan comido
que dice ser caminando en playa virgen,
pues pregunta y no crece de su savia y descree,
arde por sus ramas,
llama.

Barrunta este umbral aniñado,
mas que crezcan naranjas
ahora que la casa es mujer
y que la luna brinda,
frágil, fracasado.
tardan las flores en crecer,
se olvidan.


De: Para que partan los pájaros
Traducción de Felipe Sentelhas




THELMA NAVA



  
Esbozo para empezar un amor



Certero, como el que apunta al corazón de la uva
te aposentas en mí.
Preciso como el aire de junio,
la infatigable luz se adormece en la tarde
o el grito del flamenco despedazando inútiles ocasos.

Por ti salgo a encender la pira de los sueños
y a cosechar gardenias imposibles.
Las prendo a un pedazo de tronco fugitivo:
testimonio de ofrenda para el viento
—guerrero hecho de vidrio por el que se despeina
lánguidamente el árbol de un crepúsculo enfermo.

Porque llegas aquí,
porque estás en el bosque  del prodigio al comienzo
de una ternura más redonda que un disco de diamante
y más pura que el canto de un canario que tiembla
y se deshace al pie de una ventana de alcanfores.

Por eso, amigo mío, voy a pulir mis manos en tu rostro.

Porque estás aquí en ti yo creo.
Creo en la llamarada de la tierra
y en el fulgor de un lago que te escucha,
que se hace cada vez más transparente.
Quiero saberlo todo: lo que se esconde detrás de la violencia
de tus ojos, lo que hay bajo la cuerda tensa de tu piel.
Para decir el nombre de las cosas, la palabra precisa,
la que en ti permanezca, la que te diga buenos días
y te descubra el vuelo de la dicha, la orilla de los besos
circundados apenas por una lágrima cuidadosamente amaestrada:
voy  a iniciar la huida del silencio.

Antes que acabe el alba de seducirme con sus hojas de oro,
antes que el viejo árbol empiece a corretear a los conejos
detendré la mirada en la resurrección de una esperanza
que se tienda a tu lado como un largo animal adormecido.





MARCO ANTONIO MONTES DE OCA




Balance



Maté la nube de mis pensamientos,
cedí terreno
a los pensamientos de la nube.

Predije con Apollinaire las nuevas artes,
advertí en un claro del bosque
otras manchas verdeclaras,
ardientes zonas en que pude establecer
una pausa encastillada,
labios que sonríen
en el espejo de la primavera.

Muchas cosas conspiré
con el domingo echado a mIs pies,
con el tiempo sirviéndome de suelo
y el espacio, mi leal pareja,
aferrado a mis hombros para no caer.

Muchas veces mil veces
me hundí en sueños más sueños que los sueños,
al imaginarme cómo la golondrina corta,
con la tijera azul de la cola,
ciertas cosas ciertas:
pinos, sauces, tilos
contemplados al trasluz.

Confesé a medio mundo
que ésta es mi hora y no es mi hora,
que todo depende y no depende,
que mis pies han bailado
desde antes de saber andar.

No pude permanecer
ni seguir adelante
ni volverme atrás:
la sola solución fue despertar.



JOSÉ CARLOS BECERRA




Adiestramiento



La voz de aquellos que asumen la noche,
marinería de labios oscuros;
la voz de aquellos cuyas palabras corresponden a esa luz donde el amanecer levanta
la primera imagen vencida de la noche.

Ahora cuando la memoria es una calle de mercaderes y héroes muertos,
cuando la noche corta espigas en los cabellos de la joven difunta,
y en las playas el mar se arranca sus dolorosas historias para encender las manos
de las mujeres de los marinos muertos.

Hacia el chillido o espuela de la gaviota,
hacia el color azul que despiden los senos ahogados,
hacia las cuevas que el demente visita,
hacia las mujeres cuya humedad sólo conoce el alba,
va la frase de amor, la mano electrizada que se convierte en sollozo,
van los desprendimientos de la lluvia.

La voz de aquellos que llegan a la oscura verdad de las últimas aguas,
la voz de aquellos que han besado el candor que en los labios deja la muerte,
esa niñez del mundo que recobran los que cierran los ojos,
del mundo y no de ellos, esa niñez atroz y salvaje.

La voz de aquellos donde la madrugada se desprende como una piel hechizada,
la voz de aquellos donde el mar narra la infancia del terror, los primeros palacios de la noche,
los fuegos que el artificio de la imaginación encendió en los primeros náufragos,
la voz de aquellos desesperados y sonrientes.

Ahora esta palabra,
esta palabra inclinada a la noche como un cuerpo desnudo a su alma
o a la desnudez del otro cuerpo.
Ahora esta palabra, esta diferencia casual de la palabra ante sí misma,
esta marca, esta cicatriz en la forma del amor,
en el hueso del sueño, en las frases trazadas al mismo ritmo
con que los hombres antiguo levantaban sus templos y elegían sus armas.

Ahora esta palabra,
cuando la ciudad llena de humo y polvo en el poniente
se levanta de los parques con su aliento de enferma,
cuando las calles abandonadas comen sentadas sus propias yerbas igual que ancianas en aptitud de olvido,
cuando el tranvía del anochecer se detiene atestado en una esquina
y sólo baja una muchacha triste.

Ahora esta palabra,
este juego, esta cresta de gallo, esta respiración inconfundible.

Ahora esta palabra con su resorte de niebla.


JAIME AUGUSTO SHELLEY




Falta Una Palabra



Falta, en el desorden,
una palabra.

Falta una voz, y otra, y otra más,
en el valle de la muerte,
en la estación de los sofocos
rezumados por el fuego y la sombra.

Una palabra que no brote de atarjeas,
sino silencio que habla, vibrante.

Silencio sonoro que toque cuerpos
con su luz.
Que despeje el hedor de los escombros
y devuelva al valle su fuerza y su alegría,
sin ultrajes.

Falta una palabra.
Y falta una voz, y otra, y muchas más.




CARMEN MATUTE




Tengo miedo


Tengo miedo.
Qué difícil contarte esta verdad,
porque tú no sabes nada
sobre su vestimenta leve,
que se va deslizando
por los huesos
y se prende
como una enredadera amarga
en lo más hondo
de las raíces de la vida.
Qué importa.
Todo es tan inútil.
Uno está atrapado,
encogido como un feto,
sin luchar,
porque el miedo bestial
te ahoga, te aprisiona.
No hay sueños, ni recuerdos.
Sólo el agua glauca,
maligna,
que sumerge el cuerpo tembloroso
dentro del miedo.