lunes, 25 de marzo de 2013

FABIO MORABITO





Los amantes



Los amantes se acercan,
escuchan. Adelgazan
su piel hasta la asfixia

y adelgazan sus besos.
Por sus voces delgadas
sólo oyen silencio.

Los amantes se besan,
se acarician, el mar
apenas los contiene,

y su pasión es breve:
aleteo de un ave
en la espalda del agua.

Los amantes recuerdan
las heridas, las guardan
como un secreto bien.

Nunca cambian palabras.
Pero cambian heridas.
Son su secreta piel.

Cerca de dos amantes
se detiene un segundo
la sangre en la avenida;

son dos ciervos que saltan
en medio de nosotros
que somos las estatuas.

Los amantes se muerden,
se pisan, sólo temen
la muerte, trepan muros 

de olvido y nunca vuelven
atrás, lujosos como
escarabajos verdes. 

Los amantes no cuentan
los días, no enumeran
los muertos, ni siquiera

los mares. Su materia
está hecha sin tiempo,
su sed nunca se alivia.

Los amantes se mueren
un día. Bajo tierra
van, mudos y con miedo,

y la tierra adelgaza
su piel hasta la asfixia
y adelgaza sus huesos.

De "Lotes baldíos"


CARLOS MURCIANO






Hablando claro



Las cosas claras, Dios, las cosas claras.
¿Acaso te pedí que me nacieras,
que de dos voluntades verdaderas,
de barro y llanto, Dios, me levantaras?

¿Acaso te pedí que me dejaras
en mitad de la calle -en las aceras
se apiñaba la vida- y que te fueras:
y que con tu desdén me atropellaras? 

Palabra que no sé por lo que peco.
Palabra que procuro, mas en vano,
llenar tu hueco, rellenar mi hueco.

Pero soy nada más Carlos murciano.
Ni hombre ni nada, Dios, solo un muñeco
que se mueve en la palma de tu mano.

JOSÉ MARTÍ




  
IX.–



Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.  

Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.  

...Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.  

Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.  

...Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.  

Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!  

...Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.   

Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.  

Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!

De “Versos Sencillos




MIGUEL DE UNAMUNO






¡Dime qué dices, mar!



¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime!
Pero no me lo digas; tus cantares
son, con el coro de tus varios mares,
una voz sola que cantando gime.

Ese mero gemido nos redime
de la letra fatal, y sus pesares,
bajo el oleaje de nuestros azares,
el secreto secreto nos oprime.

La sinrazón de nuestra suerte abona,
calla la culpa y danos el castigo;
la vida al que nació no le perdona;

de esta enorme injusticia sé testigo,
que así mi canto con tu canto entona,
y no me digas lo que no te digo.


EDUARDO CASAR





Tu voz dentro de mis palabras



Por qué no te desnudas las manos.
Por qué no me atraviesas con la boca.
Dentro de estas paredes el mundo se completa,
muerde a la tierra el mar y el viento
le estremece la espalda, el arco donde el sol
hunde sus manos. Saliva extensa, intensa,
sudor, noche y planeta. Por qué no me separas
los dedos con tu boca, las piernas con la llamarada
flexible y negra de tu cabellera.
Viájame por la sal, aprieta mis raíces.
        No existiremos luego
y no existimos antes. Súbete en los colores
del día que va emergiendo. Abraza al bosque entero
y cúmplete en un vuelo desplegado. Combina el filo
entre la muelle densidad del agua.
Yedra tu corazón y que la vida estalle
y la respiración
sacuda su estructura y se desencadene.
Mira cómo me muevo entre tus brazos.
En tus manos desnudas, plenamente desnudas,
con la voz sin ropaje y el gemido
que tus labios retienen en mi boca.

Cierro mis ojos dentro de los tuyos.


ANA GUILLOT





Ella quiebra…



ella quiebra
los caireles del agua
la línea que podría enlazar
corales y mandrágoras
o ahorcarse junto al lecho
junto a la línea blanda buscando
atmósferas propicias
no se sumerge en el limo en la hondura
en su lento y mojado ir y venir
deglute en su liviandad al pez
que liba en su boca
el arcoiris fastuoso de su nombre

la línea en su flotación
ha bebido las perlas
un juego dominical
rasante

puede ser mortal
la indecisión del río que se estanca
el ojo que va viendo sin mirar más allá del cielo y de la nube
del pájaro que migra
y que vuelve
al arte de callar entre sus vuelos

no hay cuerda en el laúd
y la nube desmenuza ese cielo en jirones
desmenuza el azul
como flecos del aire
no hay cuerda en el laúd
y el pájaro desmaya su voluntad de pájaro
en la renuente claridad emigra el ave
(ella se quiebra)
no hay cuerda en el laúd
y el pájaro descombra su voluntad de vuelo
la nube se condensa en su gordura
y distrae al ojo que no afirma
su voluntad de sostenerse
abierto