martes, 23 de agosto de 2022


 

MARTHA CECILIA ORTIZ QUIJANO

 


Tus ojos al otro lado de la noche

A mi hermano Manuel A. Ortiz

 

 

Un resplandor de muerte
una grieta de tu corazón quiere apagar tu vida.
Un respirar pausado
y un leve movimiento de pulmones
nos indica que sigues vivo.
Pero tus ojos, continúan al otro lado de la noche.

El día espera a que regresen tus manos
esas mismas que en la infancia
amasaron el pan junto a la abuela.

Hermano
hemos llevado desde siempre
en el lomo
ese peso duro de la muerte
hago una plegaría para que su hoz no te alcance.

Tubos en la garganta,
agujas pinchando tu carne
parecen que ya no hacen nada.
La vida ha dejado de ser
lámpara de aceite en los caminos
ahora, árbol de hojas que se marchitan
moneda que se tira a suerte.

Hermano, te hablo al oído
abre los ojos,
nuestra madre te espera
respira
respira
respira
que aún no es tarde para reiniciar la vida.

 

  

JOSÉ MÁRMOL

 

  

Retrato de mujer

 


En tu boca tiembla un pájaro tirado a lo sediento. En tus dedos, templos altos de luz andan despiertos. Habla con tu voz aquel ángel seducido por una magia, un cuerpo, un vocablo insospechado. Nada por tus párpados un pez bello y fugaz y en la negra chorrera de tu cabello tieso, un celaje de carne con alas suena y brilla. No mis ojos te dibujan, no mi trazo maculado. No mi arte la perfila; es el agua desbordante que me asalta con mirarte, untadas por imanes lascivos ambas manos, y no importa que estés muda porque hablas con tocarme. Hay entre tus pechos matices imposibles, bosques y bahías, cañaverales limpios, mojadas poblaciones, algas finas, robles, yerba. Me asomo al intocable destello de tus manos y temo que mirándome se desnude tu voz, y como San Francisco de Asís hable a las aves, y se descalce y pese mucho menos que el aire. Mujer que lleva entera una bestia por ternura. Mujer que me desalmas con tan sólo nombrarme; mas no importa si estás muda porque cantas cuando miras. En tu vientre acuna un mar con veleros erguidos, en tu pelo un surtidor de la noche se desgrana, en tu boca de nubes y pájaros me pierdo, y no importa si estás muda porque cantas cuando amas.

 

De: “Deus ex machina”

 

 

JHAVIER ROMERO

  

 

Carta 1.

(El Carpintero)


 

Alessandra, está amaneciendo. Ya el pájaro de pecho rojo

y el pájaro de pecho amarillo ocupan el lugar preciso

que tendrán en la foto que habré de enviarte

cuando acabe de escribir esta carta.

Sí, así es, gaviota dispersa, te estoy escribiendo a mano, sé que ahora sonríes,

sé que ahora acercas tus dedos de tiza a los palitos de mis letras,

sé que te gusta imaginarme frente a mi cuaderno,

como a un escultor que graba en un lenguaje de monstruos

las palabras más tiernas de la Tierra.

 

Del Carpintero no podré enviarte más indicio

que el de un reloj vehemente que arroja sus latidos en el frío.

La niebla cubre por entero el cerro

y su respiración turquesa sobrevuela el guayacán

en cuyo tronco el ave llama sin descanso a la puerta del insecto.

Las gallinas cacarean la música final de nuestros días,

mientras intentan proteger a los pollitos de aquel pulso

que confunden con la lluvia.

 

El pechiamarillo levanta el vuelo, la sangre de toro lo persigue,

en la ingravidez podrían ser una fruta abierta que se precipita desde el cielo

o la sombra de un tucán

que cruza veloz entre los árboles.

 

Ya no hay foto,

aún no termino de escribir este recuerdo,

la llovizna se ha dejado morir sobre la hierba,

mientras continúa para siempre 

el repicar del reloj del fin del mundo.

  

De: “Las Cartas de la extinción”.

 

 

BEATRIZ RUSSO

 

 

La prisión delicada

(Fragmento)

 

 

Hoy me levanto ante ti, Siríaca,

porque tú has reclamado un rostro cercano al de la lluvia,

y yo acudo en nombre de Jane Morris para cerrar este tríptico de beldades.

Llego con todas las mujeres en la carroza de las jóvenes arqueras.

Se abren los arcones del erógeno polimatías.

Ya comienza el sortilegio contra los buzos.

Mostradme vuestro rostro ahora, salid del charco estanco de dos siglos y responded:

¿Dónde están las viejas artesanas de la noche?

¿Dónde las ciegas costureras escondidas?

¿Dónde la miseria de las calles moviéndose a destajo?

Salid del charco estanco de dos siglos y responded.

(…………..)

Pues yo os voy a responder:

En las cajas chinas enterradas en la trastienda de la niebla donde la luz cumple

     su voto estricto de austeridad.

Y en los diminutos ojos oscuros de la niñez prostituida por la subversión de los antifaces.

Somos los patrones de sus vidas, buzos encaramados a una escafandra impoluta,

     embaucadores de esta terrible ceguera, cómplices de un dios clasista que

     vendió su máscara al peor postor.

Salid del charco estanco de dos siglos y contemplaos .

No es de una sortija el resplandor que veis.

Astarté sobornaba a sus amantes con el brillo de un orgasmo de platino.

Ahora el soborno es más insensato, silicona enquistada bajo la piel.

Hace tiempo que se extinguió el clan de las esposas de terciopelo.

En la espesura del valle arado hay más vida que en las fiestas prohibidas de los cocainómanos.

No hay mayor placer que el secreto, mayor ventura que el goce furtivo de los infieles.

Cayó el pene del autómata en la desgracia de los desapercibidos.

Se tocan los placeres con la misma mano que plagió la orgía de los césares.

Si han de venir los bautistas que vengan cuanto antes.

Yo he de forjar la espada de la nueva Salomé.

Ruedan las cabezas de los acostumbrados vencedores.

¿Quién hirió de canto a Lorelei?

Son hirientes las saetas cóncavas de los ególatras.

Los virotes aferrados a los cuellos de las sirvientas ya se han oxidado.

Dejaron la huella en sus escotes y ahora sus senos dictan condena.

No es su canto el que precipita las conciencias de los convictos,

es el sexo de las sirenas,

la exuberante espuma de la Venus Verticordia que retorna el deseo al corazón de los hombres.

Lorelei aguarda la llegada de los valientes seductores.

Ellos salvarán su nave,

pues sólo han de ser hundidas las barcas de los cautivos.

 

 

 

GONZALO ROJAS

 

  

Desde abajo

 

 

Entonces nos colgaron de los pies, nos sacaron
la sangre por los ojos,
con un cuchillo
nos fueron marcando en el lomo, yo soy el número
25.033,
nos pidieron
dulcemente,
casi al oído,
que gritáramos
viva no sé quién.
Lo demás
son estas piedras que nos tapan, el viento.

 

 

MARCO MARTOS

 

 

Leve reino

 


En una burbuja permanece
la infancia con su luz enceguecedora.
Ahí donde pulula la vida, en el centro del patio
con su óvalo de geranios púrpuras, blancos,
ausculto el cielo azul añil
apenas con una nube fija, inmaculada,
y la fila de hormigas rojas,
y la fila de hormigas negras,
con migajas de pan,
con terrones de azúcar,
con ramitas claras y oscuras
y con ópalos de fuego.
Respiro a mis anchas
en el centro de ese leve reino.
Escucho un rumor a lo lejos:
en el laberinto de su habitación,
barajando naipes, estampas religiosas
y cartas de amor en paquetitos
amarrados por cintas de colores,
los ojos brillantes de la abuela,
noche negra, ávidas pupilas,
luciérnagas en la oscuridad de los siglos,
acarician lo prohibido, el zumo de lo ignoto,
la inminencia del placer,
el filo hirsuto de los machos,
lo raro de cada mediodía,
la vileza de los encuentros
y el susurro de la soledad
como un dondoneo inacabable
que zumba en la espalda del tiempo.
No del hastío de estos días,
de esa piel enjuta viene la escritura,
de esos ojos de ébano,
de esa gana de poner orden en el laberinto
del mundo sabiendo que es tarea inútil,
de esa voluntad férrea, de otra galaxia,
de hacer muchísimo en el laberinto de las horas,
para después salir al fresco,
mirar el cielo azul añil,
dar un suspiro, ofrecer una sonrisa.
Ahí permanece la abuela
en la nube inmaculada
del cielo despejado de San Miguel de Piura,
intocada por los calendarios, mujer,
eterno desafío de la carne
contra la muerte y sus fúnebres ramos.