Carta
1.
(El
Carpintero)
Alessandra,
está amaneciendo. Ya el pájaro de pecho rojo
y el
pájaro de pecho amarillo ocupan el lugar preciso
que
tendrán en la foto que habré de enviarte
cuando
acabe de escribir esta carta.
Sí,
así es, gaviota dispersa, te estoy escribiendo a mano, sé que ahora sonríes,
sé
que ahora acercas tus dedos de tiza a los palitos de mis letras,
sé
que te gusta imaginarme frente a mi cuaderno,
como
a un escultor que graba en un lenguaje de monstruos
las
palabras más tiernas de la Tierra.
Del
Carpintero no podré enviarte más indicio
que
el de un reloj vehemente que arroja sus latidos en el frío.
La
niebla cubre por entero el cerro
y su
respiración turquesa sobrevuela el guayacán
en
cuyo tronco el ave llama sin descanso a la puerta del insecto.
Las
gallinas cacarean la música final de nuestros días,
mientras
intentan proteger a los pollitos de aquel pulso
que
confunden con la lluvia.
El
pechiamarillo levanta el vuelo, la sangre de toro lo persigue,
en
la ingravidez podrían ser una fruta abierta que se precipita desde el cielo
o la
sombra de un tucán
que
cruza veloz entre los árboles.
Ya
no hay foto,
aún
no termino de escribir este recuerdo,
la
llovizna se ha dejado morir sobre la hierba,
mientras
continúa para siempre
el
repicar del reloj del fin del mundo.
De:
“Las Cartas de la extinción”.
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