La
prisión delicada
(Fragmento)
Hoy
me levanto ante ti, Siríaca,
porque
tú has reclamado un rostro cercano al de la lluvia,
y yo
acudo en nombre de Jane Morris para cerrar este tríptico de beldades.
Llego
con todas las mujeres en la carroza de las jóvenes arqueras.
Se
abren los arcones del erógeno polimatías.
Ya
comienza el sortilegio contra los buzos.
Mostradme
vuestro rostro ahora, salid del charco estanco de dos siglos y responded:
¿Dónde
están las viejas artesanas de la noche?
¿Dónde
las ciegas costureras escondidas?
¿Dónde
la miseria de las calles moviéndose a destajo?
Salid
del charco estanco de dos siglos y responded.
(…………..)
Pues
yo os voy a responder:
En
las cajas chinas enterradas en la trastienda de la niebla donde la luz cumple
su voto estricto de austeridad.
Y en
los diminutos ojos oscuros de la niñez prostituida por la subversión de los
antifaces.
Somos
los patrones de sus vidas, buzos encaramados a una escafandra impoluta,
embaucadores de esta terrible ceguera, cómplices de un dios clasista que
vendió su máscara al peor postor.
Salid
del charco estanco de dos siglos y contemplaos .
No
es de una sortija el resplandor que veis.
Astarté
sobornaba a sus amantes con el brillo de un orgasmo de platino.
Ahora
el soborno es más insensato, silicona enquistada bajo la piel.
Hace
tiempo que se extinguió el clan de las esposas de terciopelo.
En
la espesura del valle arado hay más vida que en las fiestas prohibidas de los
cocainómanos.
No
hay mayor placer que el secreto, mayor ventura que el goce furtivo de los
infieles.
Cayó
el pene del autómata en la desgracia de los desapercibidos.
Se
tocan los placeres con la misma mano que plagió la orgía de los césares.
Si
han de venir los bautistas que vengan cuanto antes.
Yo
he de forjar la espada de la nueva Salomé.
Ruedan
las cabezas de los acostumbrados vencedores.
¿Quién
hirió de canto a Lorelei?
Son
hirientes las saetas cóncavas de los ególatras.
Los
virotes aferrados a los cuellos de las sirvientas ya se han oxidado.
Dejaron
la huella en sus escotes y ahora sus senos dictan condena.
No
es su canto el que precipita las conciencias de los convictos,
es
el sexo de las sirenas,
la
exuberante espuma de la Venus Verticordia que retorna el deseo al corazón de
los hombres.
Lorelei
aguarda la llegada de los valientes seductores.
Ellos
salvarán su nave,
pues
sólo han de ser hundidas las barcas de los cautivos.
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