martes, 23 de agosto de 2022

BEATRIZ RUSSO

 

 

La prisión delicada

(Fragmento)

 

 

Hoy me levanto ante ti, Siríaca,

porque tú has reclamado un rostro cercano al de la lluvia,

y yo acudo en nombre de Jane Morris para cerrar este tríptico de beldades.

Llego con todas las mujeres en la carroza de las jóvenes arqueras.

Se abren los arcones del erógeno polimatías.

Ya comienza el sortilegio contra los buzos.

Mostradme vuestro rostro ahora, salid del charco estanco de dos siglos y responded:

¿Dónde están las viejas artesanas de la noche?

¿Dónde las ciegas costureras escondidas?

¿Dónde la miseria de las calles moviéndose a destajo?

Salid del charco estanco de dos siglos y responded.

(…………..)

Pues yo os voy a responder:

En las cajas chinas enterradas en la trastienda de la niebla donde la luz cumple

     su voto estricto de austeridad.

Y en los diminutos ojos oscuros de la niñez prostituida por la subversión de los antifaces.

Somos los patrones de sus vidas, buzos encaramados a una escafandra impoluta,

     embaucadores de esta terrible ceguera, cómplices de un dios clasista que

     vendió su máscara al peor postor.

Salid del charco estanco de dos siglos y contemplaos .

No es de una sortija el resplandor que veis.

Astarté sobornaba a sus amantes con el brillo de un orgasmo de platino.

Ahora el soborno es más insensato, silicona enquistada bajo la piel.

Hace tiempo que se extinguió el clan de las esposas de terciopelo.

En la espesura del valle arado hay más vida que en las fiestas prohibidas de los cocainómanos.

No hay mayor placer que el secreto, mayor ventura que el goce furtivo de los infieles.

Cayó el pene del autómata en la desgracia de los desapercibidos.

Se tocan los placeres con la misma mano que plagió la orgía de los césares.

Si han de venir los bautistas que vengan cuanto antes.

Yo he de forjar la espada de la nueva Salomé.

Ruedan las cabezas de los acostumbrados vencedores.

¿Quién hirió de canto a Lorelei?

Son hirientes las saetas cóncavas de los ególatras.

Los virotes aferrados a los cuellos de las sirvientas ya se han oxidado.

Dejaron la huella en sus escotes y ahora sus senos dictan condena.

No es su canto el que precipita las conciencias de los convictos,

es el sexo de las sirenas,

la exuberante espuma de la Venus Verticordia que retorna el deseo al corazón de los hombres.

Lorelei aguarda la llegada de los valientes seductores.

Ellos salvarán su nave,

pues sólo han de ser hundidas las barcas de los cautivos.

 

 

 

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