domingo, 18 de junio de 2017


JOSU LANDA




Sofá



Cuerpo abierto en espera de otro cuerpo, último reducto de la soledad, es el rey de los animales domésticos, mejor aún que el mejor amigo del hombre.


CÉSAR MORO




Meditación de mediodía



El eterno retorno la nota
muda del horror extinto
por el paisaje diario
río si el arroyo huye de pronto
y vuelve la flor en vuelta de bruma
la costumbre plena coruscante de apariencias
segura apenas transformada
lo justo para que la novedad
no asome su cara fúnebre de visitante ingrato
bajo el cielo alternativamente azul o blanco
entre los árboles de cobalto en la mañana
morados en la tarde roja
Por la ventana abierta
el aire el puro aire gesticulante
sobre el mar de metales ardientes
la frescura metafísica del murmullo
muriendo y renaciendo
a cada pulsación de tu recuerdo
oh amor
el conocido el invariable el cotidiano
que vienes a enlazarme como si jamás
pudieras departirte de mi lado
como si toda la sombra
no fuera tus alas inmensas de puntas de fuego
como si lloviera otra cosa que el eco de tu nombre
como si la mañana no fuera tu aliento
y la tarde no fuera la imagen
de la noche cromática cegada por tus fuegos.


México, 24-II-47


CÉSAR RODRÍGUEZ CHICHARRO




Tlatelolco



...Y mueves la manija del retrete
y en vez de tirar agua llora sangre.
"¡Es sangre, sangre!", exclamas lerdamente.
Acude tu mujer; llegan los críos.

Y procuras —a instancias de los tuyos,
pues tú, qué duda cabe, has visto tanto—
averiguar la causa del suceso,
o por lo menos —"¿Quieres?"— si el plasma
es de animal. "No es de animal", te dice
al fin —te quema en fin— un subteniente.
"¡Sea por Dios!", respondes cauteloso.

Día tras día tu mujer reclama:
"La sangre, Ernesto, ensucia mi retrete.
Y no es posible echar agua del grifo
pues sabes que lo veda una ordenanza".

Refulge el sol. Los niños cantan. 


De: “Aguja de marear”



ENRIQUE CASARAVILLA LEMOS




Palpitante hacia los arcanos insignes



Sí —corazón de sombra, Coraza entre las olas
y borrasca y fulgor...

Una Justicia
—una armonía invisible;
de pugnas que se temen, en no poco escondidas
tal vez y poderosas!—
el alto bien puro.
las guerras imprescindibles
del Mal que su posición
no abandona:

todo lo
que los hombres pudieron construir con imágenes
y signos (más allá
de ventiscas, osarios y tormentas)
es, —pues no
hubiéranlo sabido imaginar
sin tener su esencia.

—Neblinas
y bordes
oleaje ondeando en doble modo activo!
que nublan

la sangre...
Pero increíble existe

además
e inviolable,
lo que no han pensado
ni han imaginado!,
más allá
de la menos inquieta
sustancia...
Tras la más
[remota y delicada
cortina de los cielos.


FERNANDO FERREIRA DE LOANDA




El ausente



Háblame de las muchachas, háblame de aquellas
que me esperan a la orilla de los muelles,
navío tras navío anclado, después de la mañana.
No te inquietes si el gallo del campanario
te dice desde el este
que los vientos de mala facción también se orientan
hacia allá.

Háblame de las que se quedan
inclinadas en el balcón del mar
y preguntan por mí
y por las aguas donde ando.

De aquellas que en las mañanas de bruma
mi recuerdo arrebata hacia el puerto,
con la esperanza de esconder mi rostro
en el jadeo, arrullo del pecho.

Y de las que me aguardan en las terrazas
vueltas hacia el mar, ansiosas
en una espera impasible de piedra.

Dime si el sol les doró la cara,
si con la primavera sus senos florecieron,
si de los otros esconden el secreto
para que yo lo diluya
en madrugadas que se aproximan,
y si guardan el mensaje bajo velos opacos
donde la tibieza se refugia
y en la tibieza el misterio.

¿Quiénes son aquellas que a los lejos veo
señalándome en el horizonte
y qué mundo les habita la mirada?

¿Y qué te recuerda esa ansiosa espera, a la puerta
del mar,
por mi retorno que se cumplirá en una fuga
movido por los vientos vigorosos que soplan del sur?

Dime si todavía existe el gran azul que las cubría
y si ningún vientre creció en mi ausencia,
o si alguna, después de mi tan prometido amor,
agotada de esperar, casó.

Háblame del color de sus insomnios,
si habito en sus sueños,
si todas las noches las poseo
y si, cuando bailan, es con el ausente que bailan.
Si cuando se inclinan en el descansillo de la escalera
y me buscan por las playas largas y muertas,
no temen que les robe la flor,
las que flor traen.

Háblame de las cartas que nunca me fueron enviadas
y de los sollozos retenidos en los tinteros
en las manos trémulas todavía de adioses ya tan
remotos
por desconocer el paradero del ausente;
de las que al asomarse a las ventanas abiertas
hacia el muelle
suponen encontrarme recargado en un poste,
esperándolas,
y de las que, deshecho el engaño, al desnudarse
suspiran por mí: Simbad.

De Bangkok vengo, pasé por Borneo,
llegué al Havre y conocí a Marie.
Había mar también (¡oh nostalgia de Violante!)
bañando las costas de España.
A muchas prometí que casaría;
contigo sólo, sin embargo, me casaré.
Y debajo de tu cuerpo desnudo, entre sábanas de lino,
después del amor, en las madrugadas, se levantará el
sol.

Muchas veces te adiviné en la infancia,
en las indelebles muchachas de los mosaicos.
Eras azul en el vaso de porcelana.
Tus cabellos, sólo de cerca vistos,
podré decir si son o no
plumas de mis sueños de niño.
Tus mejillas parecen la orla de una isla
que no existe, que jamás existirá.
Y el hálito de tu amor no empaña los espejos
donde me cristalizo.

Despierta a mi amor, para mis manos,
para el calor de mis muslos,
para las noches que pasaremos en claro,
para las noches en que no tendremos pasado ni
ambiciones,
las largas noches en que nos olvidaremos
de que los gallos cantan y hay madrugadas.

¡Oh!
¡Saber que en lo desconocido existen tus
senos, como un puerto que me espera!


1948

  
Versión de: Maricela Terán


ALFREDO GANGOTENA





Bebida Turbia
a Henri Michaux



Escucho tus ondas, inefable noche, tu soplo, oh reina del
sueño, en mi urbe.
La oda comienza: que muja en mi la imprenta.
¡Funde este orden, ácido rojo del estío!
Y que yo palpe las verdes ancas de la pradera.

La imagen del Espíritu Santo se inflama detrás de las
vidrieras;
Sus bordadas alas de amor penden de las extremidades del
dintel,
Y las umbelíferas sombras de miel me abrazan y me
penetran.
Sus sombras ardientes y jadeantes en torno de las flores:
Pentecostés de mis padres.

¡Rocas, como esos frutos
Madurad, rocas bajo la luna,
En las salivas del año!
Ah los paisajes de mi grandeza.
Y más blancas que todas las nieves,
Que el iris del moribundo,
En los hontanares del limpio cielo, mis sienes palpitan.
Sudor de las lacas, plenitud de los poros.
Estoy prendido a los muros del antro como las lágrimas de
las madréporas.

Semejante al gallo en su demencia planetaria.
Estoy poseído por la sibilina diestra de yeso.
¡Oh palabra en el olvido,
Astro del desierto, alumbra mi desnudez!
Deja al agua celeste de sus ramas extenderse y fulgurar
Sobre el paisaje de un solitario.

El verde grito del sapo se torna líquido en mi alma.
Y como el topo
Que mina las bóvedas de la tierra,
La frase, urgente misiva, desgarra su envoltura.
Ambulo ciego y busco los treinta y tres clavos sobre el piso;
El alfabeto del bosque me restituye las palabras sonoras ya
pronunciadas.
¡Os ruego!
Miembros de la aventura, modelad el limo de nuestro
semblante.
Los párpados se ahuyentan, el cielo se construye.
Súbita virgen, ¿eres tú como el océano
Que resplandece de pronto en este abismo de ceguera?
En tanto que se eternizan, en la encarnada espera de mi
sangre,
El clamor, el estrépito y la velada voraz de las chinches, ¡Levantaos, espaldas, en la plata de nuestra fuerza,
Y arrancadme de este horno!
¡Desgarradme, uñas, esta corteza y estas membranas tan
pesadas de sueño!

Las aristas del sílex, la cal y el follaje de las rocas
Se enarbolan en mis ojos.
Bajo el peso y el sonido de tu presencia,
Los muros de mi guarida se yerguen en las raíces de la
tormenta,
¡Fértil estrato de la noche!
Y mi sombra se regodea en la soledad de tus muros.

Se ciñen las llamas de las cortinas a las cañas de mis
arterias;
¡No es el nimbo sino la huella del duro casco!
Aprestaos a descender, tan lúcidos como el aire del cielo,
a mecerme, pájaros;
A fin de que mi corazón en gozo recuerde la frescura de
las aguas.

Pero, oh Lázaro, ¿quién mojará mis labios en estos parajes?
¿Quién de este mundo podrá morder la maleza de mi exilio?
El infortunio toma en mí las formas del continente;
¡Y el alma siniestra de fango
Macula el templo y las sedas eucarísticas de su asilo!