lunes, 10 de marzo de 2025


 

FADWA TUQAN

 


 

Veinte años después

 


Aquí las huellas de las pisadas se detuvieron;
Aquí la luna
Yace con los lobos, los perros y las piedras,
Detrás de las rocas y las carpas, detrás de los árboles.
Aquí la luna
Vende su cara cada noche,
Por una daga, una vela, un entrelazado de lluvia.
No arrojes una piedra en su fuego;
No robes los anillos de vidrio
De los dedos de las gitanas.
Ellas dormían, así como los peces y las piedras y los árboles.

Aquí las huellas de las pisadas se detuvieron;
Aquí la luna estaba pariendo.
¡Gitanas!
Devuéleveles sus anillos de vidrio
Y las pulseras azules.

 

 

 

CHARLOTTE BRONTË

 

 

 

Vida

 

 

La vida, créelo, no es un sueño
 tan oscuro como dicen los sabios;
a menudo una pequeña lluvia matutina
 predice un día agradable.
A veces hay nubes de tristeza,
 pero todas son transitorias;
si la lluvia hará florecer las rosas,
 ¿por qué lamentar su caída?

   Rápidamente, alegremente,
 las horas soleadas de la vida pasan volando,
   agradecidas, alegremente, ¡
 disfrútalas mientras vuelan!

¿Qué pasa si la muerte a veces interviene
 y llama a lo mejor de nosotros?
¿Qué pasa si la tristeza parece ganar,
 sobre la esperanza, un fuerte dominio?
Sin embargo, la esperanza vuelve a surgir elástica,
 invicta, aunque cayó;
aún boyantes son sus alas doradas,
 aún fuertes para sostenernos bien.
   Valientemente, sin miedo, ¡
 soporta el día de la prueba,
   porque gloriosamente, victoriosamente,
 puede el coraje calmar la desesperación!

 

 

CÉSAR BRAÑAS

 

  

Aprendizajes



Si tuve en los caminos insensato
afán de regresar, y si del viaje
no me quedó sino el amable dato
de algún humilde ocasional paraje;

si el mar me dio tan sólo el inmediato
goce de la canción de su oleaje,
montaña, cielo y mar en su arrebato
me enseñaron su pítico lenguaje.

Mi aprendizaje fue harto sencillo,
de ciego que no urgió de lazarillo;
cuanto buscaba en mí mismo escondía;

para cumbres y mar mi desencanto,
para caminos mi melancolía,
¡que todo regresaba, en mí, a mi llanto!

 

 

 

ORFILA BARDESIO

 

 

  

El caballo

 

 


Un caballo de mármol ardiente
con panales de espuma y con miedos de hierba
en la boca, las orejas atentas oyendo
vibraciones extrañas al hombre,
sus patas como el cuello de las fuentes.
Y mariposas en la sangre,
y mariposas en el belfo,
con una prisa en el hocico.
Y su cola se abre como una campana
en el aire y sus crines lloviendo
como blancos otoños.
Un caballo que olvida la tierra.

Un caballo que tiene una hoja del mar
en el cuerpo, una hiedra sensual
que hunde su serpiente en el oído
y el caballo se va revolcando,
ovillando, extendido, cayendo rocío
del olfato llameante, oh árbol animal,
se va, se va en un himno,
en la pradera del cristal,
se va oliendo la luz, la alegría,
levantando su nave gloriosa, salvaje,
solitario, sin puente, orgulloso,
y sus huellas se quedan llamándolo.

Ya no vuelve, no vuelve,
ya pasea en un viejo jardín olvidado,
en un bosque de fuentes,
entre ciervos de lluvias saltando,
donde pide su cuerpo el espejo,
donde busca la risa sus labios.
Ya la luna le muestra raros
mapas de sueño y se queda
sin muerte en un prado.

 

 

MELINA ALEXIA VARNAVOGLOU

 

  

 

Rodillazo al perineo

 

 

Se retuerce boca abajo en la cama
como yo solía hacerlo de chica
una mano haciendo palanca con la otra
hasta apretar un punto desconocido.
Luego de que me arroparan
fingiendo varias horas estar dormida
escuchaba los pasos, la puerta cerrarse
y debajo de la cama, escondida
la boca silenciada contra la alfombra
los resortes de la cama sobre el cráneo
para que no me descubrieran
en medio de la porquería.
El parte del ginecólogo infantil decía
que además de prohibírmelo, debían
mandarme a hacer algún deporte
pero qué sabe usted, doctor
de las cosas que una niña
puede hacer con la energía.

 

 

ANTONIO RÍOS

 

 

 


 

Y supimos del fuego

A Olalla Castro,

antes de que acabe el mundo

(otra vez).

 

 

Chasquido de rocas:

el primer incendio.

 

Nuestra historia es una herida

que no sabemos cerrar.

 

Más allá de nuestros ojos,

bajo las prepirenaicas líneas

de nuestras manos,

tras nuestra huella,

 

el viento observa                       paciente y mudo.

 

Pero una tarde cualquiera

se curvarán los abedules,

la niebla pastará

libre

en las costas,

brotarán los juncos en la avenida gris,

 

será el gorjeo de una alondra

la última canción del mundo.

 

 

De: “La ingravidez que somos”