domingo, 15 de enero de 2017


PORFIRIO BARBA JACOB




La gracia incógnita



I

Nube sombría, grávida de noche,
que enluta los oleajes del invierno,
así su frente; cejas enemigas
roban la escasa lumbre a sus ojuelos.
Y es su sonrisa como un alba fúnebre.
Y es su ademán como un blandir de hierros.
La boca innoble y ávida destila,
-fruto de Satanás- hondos venenos.

Mas en la sombra y el callado instante
del suspirar, del anhelar sereno,
cuando tiemblan los astros en las aguas
y está en los pozos el caudal del cielo,
el hombre aquel inclina la cabeza,
oye un tumulto lírico en su pecho,
y sus ásperas formas armonizan
del mundo con el plácido concierto.

¿En dónde está la gracia
de un rostro que yo he visto?


II

Muertos lagos nocturnos, en sus ojos
la claridad del valle se destiñe,
y la encendida, innumerable tierra
en borrosos espectros se deslíe.

Las mieles del amor entre sus labios
congela un viento soporoso y triste;
opresa de los músculos su alma
tan sólo amargos pensamientos rige.

Pero después, en las purpúreas horas
en que la tarde, conmovida, rinde
sus violetas al mar, y en los pinares
ardiente soplo de inquietud imprime,
ella, la joven lóbrega, se incendia
en albas de suavísimos matices,
mientras -cautivo de visión gozosa-
más allá de la tarde un niño ríe...

¿En dónde está la gracia
de un rostro que yo he visto?


III

Tétrica faz, indómitos mechones,
mano inhábil y lúgubre sonrisa...
Como arroyo que fluye entre los légamos,
su sangre es tarda, perezosa, fría.
La ancha cabeza intonsa mal sostienen
los desmedrados hombros; pensaríais
que se engendró del sueño con que tornan
las viejas de las fúnebres vigilias.

Pero decidle una palabra dulce,
de humano amor con óleos prevenida,
un ritmo que sus nébulas evoque
la visión de una Cólquide divina,
y él arderá como el incienso rubio
puesto a expirar entre las brasas vivas,
mientras su faz anémica se enciende
con la hermosura de mil rosas íntimas..

¿En dónde está la gracia
de un rostro que yo he visto?


VICENTE NÚÑEZ




Ocaso en Poley



Si la tarde no altera la divina hermosura
de tus oscuros ojos fijos en el declive
de la luz que sucumbe. Si no empaña mi alma
la secreta delicia de tus rocas hundidas.
Si nadie nos advierte. Si en nosotros se apaga
toda estéril memoria que amengüe o que diluya
este amor que nos salva más allá de los astros,
no hablemos ya, bien mío. Y arrástrame hacia el hondo
corazón de tus brazos latiendo bajo el cielo.


De: "Ocaso en Poley"


ESTHER GIMÉNEZ


  

Pensamientos capitales



Aviso

Cien mil gatos mimosos ronronean.
Ecos desde la nuca hasta las sienes
de aviones que aterrizan.
Rumiar de ruidos roncos reiterados.
Pitidos infinitos en mi oído...
Alguien te está nombrando.
Alguien te está glosando el pensamiento.

Pensamiento 1º: La Soberbia

«El ego ocupa la totalidad».
Si hubiera de elegir la Hormiga Atómica
entre salvar El Mundo o su hormiguero,
sepamos la respuesta:
robarle el corazón a la cigarra.

Pensamiento 2º: La Ambición

«Todo vale».
Todo excepto el dolor es admisible.
-A veces te sufrieron y no te diste cuenta.
Excepto el dolor propio todo vale.
Pensamiento primero:
el ego ocupa la totalidad.

Pensamiento 3º: La Lujuria

«Es la exclusividad el vicio más insano».
La cura de amistades peligrosas
es la más efectiva, la inmortal;
la que recluta más muertos vivientes
de entre los perdonados.

Pensamiento 4º: La Envidia

«Vivir para el escándalo».
La forma elaborada de librarse
de las trepanaciones cognitivas:
raparse la cabeza
para exhibir un hoyo parietal.
Estar ya trepanado es la defensa.

Pensamiento 5º: La Gula

El ansia, los ansiosos, los ansiados...
Y todo es empezar, pero te empiezan.
Cuando una débil capa de pellejo
no abrigue nuestras raspas,
ansiaremos abrigo.
Chaqueta de entretiempo, adolescencia:
poetas devorándose a sí mismos.

Pensamiento 6º: La Ira

No me doy por pisado.
Pero cuando tropieces con el hacha
que dejaré del lado de la cama
por el que te levantas a la altura
de tu talón de Aquiles y te cortes,
no te des por pisada.

Pensamiento 7º: La Pereza

Apocalipsis a las quince treinta:
es la hora de la siesta.
 


CÉSAR ANTONIO MOLINA




Fin de año en el frontón Madrid



Me la encontré,
era una camarera en el Frontón Madrid.
Era la encargada,
o tal vez la propietaria.
¡No lo sé!
El caso es que yo estaba allí
deambulando,
sacado de la cama por unos amigos,
festejando no sé qué que no quería.
Estaba perdido
como cuando en un bosque,
al atardecer,
se filtran cientos de rayos diversos.
Era una sombra a la que abrazar.
Todo flotaba como ramas de abedules.
Éramos dos extraños que coinciden de pronto,
dos espías que,
a partir de entonces,
se vigilan desde el frío.
Ella lo hacía mientras cortaba las entradas,
contaba los cupones de las bebidas,
o daba órdenes a quien ponía música.
Ni me molestó,
ni habló.
Lo cual no es nada sorprendente.
Una persona no suele hacerlo en semejantes circunstancias.
Todo lo más
una inclinación de cabeza 0 algo así.
Un suspiro que hinchó su pecho de matrona.
Al mirarla, desde un ángulo del mostrador,
la vi sin ropa,
translúcida.
Cada parte de su cuerpo parecía pertenecer
a una edad distinta,
a otros cuerpos.
Su pubis brillaba ralo entre la botillería.
Sonreía su caverna dentada con cristales.
El rubor me hizo huir escaleras arriba.
Quién podía pensar que en una noche de tanta vida
se tratara de la Muerte.
Y lo era
cuando la miré.
¡Sin duda!
Aunque pareciese una modelo, avanzando y retrocediendo,
girando sin cesar entre el mostrador como por una pasarela.
O una chica de alterne que necesita hacerse querer,
dejarse
rozar
por la clientela que paga.
Aquel lugar parecía un ring inmenso
en donde se luchaba cuerpo a cuerpo,
sin reglas,
pues el amor las desconoce.
En las paredes,
grandes fotos de antiguos pelotaris famosos.
¡La fama de América!
Aquel manco,
¡toda la vida lanzando piedras contra el vacío!
El Frontón Madrid
es un discreto edificio visto desde fuera.
Por dentro,
un mascarón desarbolado.
De espaldas da a un cine
especializado en películas de terror
que,
a su vez,
linda con una iglesia dieciochesca clausurada.
Las almas que habiten este último inmueble
deben compartir su pena con hombres lobo,
enanos malvados, seres peludos innombrables...
E incluso
hasta con el
Maligno,
cuyo número ahora mismo confundo
con el teléfono de algún impostor.
Y lo que es peor,
con esos golpes sin límite del pelotari manco
tratando de hacerla pasar por el aro de un agujero negro.
Así,
se puede decir
-con toda seguridad-
que la manzana del Frontón Madrid
estaba podrida.
Un purgatorio.
Y todas estas ánimas errantes, entre las que me encontraba,
festejando su quemazón.
Y yo estaba allí
-con cota y escudo-
recorriendo su topografía,
como un vecino intruso que va subiendo las escaleras,
que son unos lugares más privados
de lo que uno pudiera imaginar.
En un descanso,
bajo un túmulo,
oculta en un matorral de plantas de plástico,
se dejaba como a una presa pelar sus mallas.
Su tesoro parecía defendido por un reptil fogueante.
Y el vaso robado,
el grial hirviente
entre sus cálidas llamas y el pútrido aliento.
En lo alto,
¿una mujer o una sierpe?
envuelta en los focos.
Los corazones al fuego
-vuelta y vuelta-
¿si Ella se comiera esa sangre de vida?
Pero ahí estaba
a la vista de todos,
a la jineta.
Y yo a la sombra del árbol.
Sus dientes centelleaban como pepitas de oro.
Hasta me reconfortó,
perdido
entre aquellos sollozos
que agitaban el ancho mar de carnes,
asistir desde la costa a los esfuerzos del otro.
Y de repente,
el verdugo desenvainando sus manos la abofeteó
y vino rodando a caer hasta mis pies como un río de agua.
Debería haberla ayudado,
¿pero entonces?
Me miró conmovedoramente.
¿Fue su ojo de cristal
lo que me hizo pensar en ella como en la Muerte?
¡No!
No había nada sorprendente en su ojo,
ni en sus labios que sangraban como cualquier animal degollado,
ni en su sexo que temblaba como la boca de un rumiante.
¡No!
No había nada extraño en aquella huella de mi antigua llama,
en aquella sármata
que iluminaba con un brillo metálico su placer.


CINTIO VITIER




La obra...



Mientras más guardo en mis despensas, soy más menesteroso,
siempre ante el mismo muro, de nada me han servido
las lámparas que encendí. Es de noche. Estoy solo.
Las estancias aun tibias del festejo desiertas,
ni un gesto, ni una sílaba, ni un aroma, podrían ayudarme.
Tengo que hacerlo todo otra vez, de la raíz
para encontrar al cabo que no poseo nada,
que el pabellón oscuro se inclina a la intemperie.


SALVADOR ESPRIU




Los Jacintos



Sentir tan sólo, conocer de cada cosa
el nombre sencillo, el simple nombre, caricia
cual la de abril sobre las nuevas hojas,
mientras la luz de lluvia de la tarde
se aleja poco a poco con los jacintos.
Claro momento de la flor, reflejada,
muy escondida, última
belleza de unas flores en mis ojos.
Después, por el aire, apenas
frágil recuerdo, más allá del intenso verde
de la hierba que moja esta lluvia lenta.


Versión de  José Batlló