martes, 22 de febrero de 2022


 

GERTRUDIS PEÑUELA

 


 

Plenitud

 

 

Yo soy la plenitud, soy el estío.
Mi piel trigueña por el sol tostada,
tiene una leve amarillez de hastío
y un perfume de fruta sazonada.
Mi amor ondula como turbio río
por un valle de yerba calcinada,
y es mi beso perenne escalofrío
que aviva una celeste llamarada.
Amo el dolor porque el dolor es cumbre,
amo la vida que la vida es lumbre
si se perfila en páginas de fuego.
No me importan la vida ni el sarcasmo,
porque templo la fe de mi entusiasmo,
sobre la fragua del cupido ciego.

 

MARIO BENEDETTI

 

  

Nostalgia

 

 

¿De qué se nutre la nostalgia?
Uno evoca dulzuras
cielos atormentados
tormentas celestiales
escándalos sin ruido
paciencias estiradas
árboles en el viento
oprobios prescindibles
bellezas del mercado
cánticos y alborotos
lloviznas como pena
escopetas de sueño
perdones bien ganados
pero con esos mínimos
no se arma la nostalgia
son meros simulacros
la válida la única
nostalgia es de tu piel.

 

 

LOLA RIDGE

 

 

 

El sueño

 


Tengo un sueño

llenar la dorada vaina...

          con el recuerdo de un día

(aire

denso, concentrado y azul

          como el vapor del opio...

cúpulas

encendidas entre niebla sulfúrica...

mar

inactivo como una foca gris

y el sol emergente

brotando oro

          sobre el pálido humo de Sydney

          naciendo desde la bahía...)

Pero el día es una copa invertida

y su sol una chatarra de hierro rojo

consumiéndose en agua verde estancada

¿Dónde podré verter mi sueño?

  

Versión de Camila Evia

 

MARÍA CRISTINA MENARES

 

 


Indoamérica libre

 

 

Hermano,
sometido hermano indoamericano,
nacido entre raíces
de la selva boliviana:
déjame escuchar las quejas de tu quena
cuando el frío altiplánoco detiene
el ritmo entumecido
de tus sienes.

Déjame sentir tu desfallecido aliento
cuando el látigo del amo
te esclaviza
por un trozo de pan como salario
y una manta para el sueño de tus huesos.

Déjame calmar ahora
la angustia macilenta de tu rostro
cuando curva la fatiga tu espaldas
y la Muerte, desde lejos,
con su mano descarnada te señala.

¡Despierta ya!
Despierta, hermano indígena del sur,
que una era venturosa se aproxima
si elevas tu mirada hacia la luz.

La piña tropical
y la guayaba
ya endulzan la boca de tus hijos.
Por el cielo americano te saludan
las alas del cóndor y el quetzal.

¡Rebélate por fin!
Arroja para siempre tus cadenas
y empuña decidido tu fusil:
es hora de los pueblos liberados,
como antaño con fe lo refrendaran
las banderas promisorias de Bolívar
y altruistas postulados de Martí.

 


MANUEL TIBERIO BERMÚDEZ

 

 

Nunca me he ido de ti

 

 

Nunca me he ido de ti
—ciudad amada—
ni de tus calles
en las que muchas veces
la muerte se vistió de fiesta,
ni de los bares torvos
en los que los tangos
perfilan el dolor
por la amada en ausencia,
ni de tus paisajes
esmeralda gigante
que apunta hacia los cielos.

Nunca me he ido de ti
ciudad de mis recuerdos
ni de tus mujeres
de miradas como rejas
de las que hui cobardemente.

Nunca me he ido de ti
ciudad de mis nostalgias
ni de aquellos amigos
que apuraron su paso
hacia la ausencia.

Nunca me he ido de ti
ciudad de mis ancestros
porque viajas conmigo
todo el tiempo
y eres presencia cotidiana
en mis recuerdos.

 

ANDRÉS HENESTROSA

 

  

Los árboles y la sequía

 

 

Hubo aquella vez una gran sequía, más grande que nunca la hubo. Ardía el campo, se quemaba la luz, ardía el aire, el silencio, la distancia. Los árboles caminaban rumbo a los ríos, a los arroyos, a los lagos, también secos. Eran los pozos un bostezo de aire caliente.

Fue entonces cuando el pino se puso en las puntas de los pies para alcanzar las nubes, y se quedó gimiendo por no lograrlo. Cuando al palo colorado —bixólo, en zapoteco— se le cayó la piel, se llenó de manchas, de quemaduras; cuando el roble clavó muy hondo sus raíces en la tierra en busca de algún venero, sin alcanzarlo; cuando el huanacastle creó estos frutos que parecen orejas, para oír por dónde corría el agua, y se quedó como en éxtasis, como en suspenso, silencioso, en espera de algún eco…Pasó el tiempo de secas. Otra vez la lluvia como una bendición del cielo cayó sobre los campos. El pino quedó altivo, pero sollozante; el bixólo con las ropas rotas y quemadas; el roble bien sembrado en la tierra; y el huanacastle con esos sus frutos que parecen orejas…